jueves, 17 de septiembre de 2020

¿Entender un poema?

Recuerdo el asombro con que recibimos las explicaciones de la profesora de Literatura después de que un compañero leyera en voz alta las primeras estrofas de la Fábula de Polifemo y Galatea, y ninguno de nosotros supiese explicar sobre qué versaba aquella maraña de palabras que reconocíamos como del español, pero dispuestas de tal manera que el sentido de los versos se nos hacía impenetrable. Estábamos en sexto curso de bachillerato y el latín que habíamos estudiado los dos años anteriores —hipérbatos, cultismos, mitología—, junto con la paráfrasis de la profesora, nos ayudó a ver cierta claridad en aquella tiniebla poética.

            En esos mismos meses, absolutamente, dramáticamente —porque de la más alta dicha, caía uno en la desolación y abatimiento más profundos—, platónicamente enamorado, había empezado a leer las rimas de Gustavo Adolfo Bécquer, alguna de las cuales hice mías, pues recogían cabalmente, y líricamente, mi vivencia amorosa:


Hoy la tierra y los cielos me sonríen,

hoy llega al fondo de mi alma el sol,

hoy la he visto…, la he visto y me ha mirado…,

¡hoy creo en Dios!

 

           Sin disgustarme los juegos gongorinos, a los que todavía acudo, prefería los versos becquerianos, que también sigo leyendo desde entonces. Los primeros exigen erudición, paciencia y lucidez mental en el momento de afrontarlos. Los segundos, en cambio, se asimilan con la mediación de emociones y sentimientos.

            Independientemente de la época histórica, los versos culteranos de don Luis de Góngora y los románticos de Bécquer representan dos modos divergentes de expresión poética y, por tanto, dos empeños con distinto norte: la poesía entendida como reflejo de la realidad exterior mediante la complejidad y la perfección formal, frente a la poesía entendida como efusión de la afectividad del yo.

Siempre ha habido poéticas de la artificiosidad y poéticas de la naturalidad, búsqueda consciente de las tinieblas y búsqueda de la luz, códigos restringidos y códigos abiertos. Unas veces, tales poéticas se separan, parecen antagónicas, y otras veces el sincretismo las une en una misma tendencia, como ocurre con Góngora y Bécquer: corriendo el tiempo, ambos coincidieron —influyeron— en corrientes poéticas modernas como el parnasianismo y el simbolismo, o en la de los modernistas hispanos, que a su vez habían asimilado ambas estéticas en París. Así perdura la tradición.

Valga como ilustración de esta pervivencia literaria —cultismo, hipérbaton, realidad exterior, vagaroso e intangible símbolo becqueriano— el caso de un soneto escrito por el poeta francés Stéphane Mallarmé, considerado el maestro y el superador del simbolismo, quien afirmaba que el poema no tenía que pintar la realidad, sino descubrir el efecto de esa realidad, no el objeto, sino el estado de ánimo que ese objeto produce. Difícil empeño en que el poeta naufraga sin remedio.

Reconozco que hay cierto tipo de poesía que no alcanzo a sentir. No digo entender palabra por palabra o verso a verso, sino hacerla emocionalmente mía. Es lo que me ocurre ante este famoso «soneto en ix» de Mallarmé. Va primero en su lengua original y luego en una traducción bastante literal. Elija el lector a su gusto, lea, acuda al diccionario de griego clásico, al de francés y al de español, consulte un manual de mitología, ordene y relacione adecuadamente las palabras, averigüe a qué septeto alude el último verso, y déjese llevar finalmente por la imaginación …

 

Ses purs ongles très haut dédiant leur onyx,

L’Angoisse, ce minuit, soutient, lampadophore,

Maint rêve vespéral brûlé par le Phénix

Que ne recueille pas de cinéraire amphore

 

Sur les crédences, au salon vide: nul ptyx,

Aboli bibelot d’inanité sonore,

(Car le Maître est allé puiser des pleurs au Styx

Avec ce seul objet dont le Néant s’honore.)

 

Mais proche la croisée au nord vacante, un or

Agonise selon peut-être le décor

Des licornes ruant du feu contre une nixe,

 

Elle, défunte nue en le miroir, encor

Que, dans l’oubli fermé par le cadre, se fixe

De scintillations sitôt le septuor.

 

***

 

Sus puras uñas muy alto ofreciendo su ónice,

La Angustia, esta medianoche, sostiene, lampadófora,

Mucho sueño vesperal quemado por el Fénix

Que no recoge la cineraria ánfora.

 

Sobre las credencias, en el salón vacío: ninguna ptix,

Abolida figura de inanidad sonora,

(Pues el Dueño ha ido a beber llantos a la Estigia

Con este solo objeto cuya Nada se honra.)

 

Mas cerca la ventana al norte vacante, un oro

Agoniza según quizá el decorado

De los unicornios arrojando fuego contra una ondina,

 

Ella, difunta desnuda en el espejo, por más

Que, en el olvido cerrado por el cuadro, se fije

De centelleos pronto el septeto.

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