martes, 28 de julio de 2009

La primera vez

Según la definición de leer que da el diccionario que manejo para esta sección –otro día hablaré de él-, “pasar la vista por lo escrito o impreso, haciéndose cargo del valor y significación de los caracteres empleados”, mi primera vez ocurrió una mañana de primavera –las ventanas estaban abiertas y por ellas se colaba la algarabía de los pájaros- en el aula de un colegio de Gibraleón al que asistí un par de semanas antes de las pruebas de ingreso en el bachillerato, después de haber pasado varios meses en una academia donde la ortografía -cómo olvidarlo, primera clase de los lunes por la mañana- se aprendía con los palmetazos , o por el miedo a ellos, de un maestro cuyo nombre y figura olvidé tan pronto como las absurdas reglas que debíamos memorizar. No sé cómo ni por qué, dos o tres semanas antes del examen mi padre averiguó que asistiera a un colegio cercano con un grupo de escolares que se preparaba para la misma prueba.


Una de aquellas pocas mañanas durante las que fui alumno oficial de un colegio público, el maestro nos dejó solos después de recomendarnos que aprovecháramos la hora para la lectura de un texto cualquiera del libro. Yo elegí al azar una lectura en que se daba cuenta de los viajes de Magallanes y de Juan Sebastián Elcano alrededor del mundo, y mientras iba leyendo las peripecias de los navegantes me daba cuenta, no ya de que sabía leer y comprendía todas las palabras y todas la frases, sino de que iba haciendo mías aquellas aventuras, representándomelas y viviéndolas como si yo fuese el protagonista, haciéndome cargo y comprendiendo a la perfección los caracteres empleados. Aquella mañana fui consciente de ser lector, y me alegré del maravilloso trance que acababa de experimentar por primera vez, lo cual no impidió que en junio suspendiera el examen de ingreso. Pero esa es historia para otro lugar.

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