jueves, 23 de julio de 2009

Sin nombre, sin rostro



No sé si es uno, o unos pocos, o el mismo disfrazado de varios. Es el caso que de vez en cuando le llegan a uno anónimos que aprovechan que el Pisuerga pasa por Valladolid –por ejemplo, asistir como público a la entrega de un premio- para vituperarlo por fumarse un cigarrillo en un espacio al aire libre –no había ninguna indicación prohibitoria; tuve cuidado de no tirar la colilla al empedrado del histórico recinto; había, al menos, otro fumador, una mujer-, o por llevar en la solapa una insignia republicana. Sí, señor, o señora, sin nombre y sin rostro: soy fumador y republicano. ¿Molesta? Pues a joderse tocan. La Constitución ampara mis derechos a fumar en sitios permitidos y a creer en lo que me dé la gana. ¿Algún problema?

Como decía, no sé si es el mismo siempre, o alguno de sus heterónimos, este lenguaraz anónimo que acudió otra vez a Valladolid y a su Pisuerga para enredar mi nombre en una ristra de comentarios sobre la última publicación de otro autor de la comarca, y con maleva intención y manifiesta maledicencia sacó mis apellidos a la pública plaza para dejar unas cuantas lindezas sobre mi persona –un colega me las mostró hace unos días en la pantalla de su ordenador-, que no repetiré aquí por lo peregrinas e infundadas, amén de calumniosas y con el marchamo de mala uva.

Los anónimos tuvieron su momento y su papel, su sentido, en aquellos tiempos medievales en que el escritor se veía a sí mismo como un simple portavoz de los maestros, otro eslabón más en la cadena de transmisión, de tradición, de los conocimientos, doctrinas y sensibilidades de los clásicos, a los que reconocía como auctoritas (de donde procede nuestro vocablo autor). Con frecuencia, este escritor-eslabón, necesario, pero no digno de figurar con su nombre en los anales, asumía su anonimato con un valor religioso añadido: lo importante no era el individuo, sino la obra creada, hija de su ingenio y de su estudio, sí, y de la inspiración divina en primera y última instancia, que consagraba y entregaba sin firma al Creador, como prueba de su quehacer y existencia. El anonimato no era signo de cobardía, sino de humildad y de rechazo ético de las vanidades de este mundo. Chapeau¡ por aquellos pacientes copistas, traductores, comentaristas y exégetas que desde el discreto rincón de sus escritorios fueron lo bastante inteligentes y sensibles para evitar que se perdiera nuestra cultura madre.

Y Chapeau¡ también por todos aquellos sabios anónimos que creían en el valor de lo colectivo, de lo público, y colaboraron en la creación, consolidación y desarrollo de ese bellísimo acervo de la lírica y el folclore popular. Gracias a estos artistas sensibles y generosos hoy podemos disfrutar con las jarchas y las cantigas, con los romances, las coplas castellanas o los cantes flamencos.

Y por tercera vez me descubro y alzo mi sombrero a la gloria de anónimos como el autor del Lazarillo, que recurrió al silencio de su nombre -un signo de inteligencia, y al ensayo de Cipolla me remito-, para salvar el pellejo de manos del fundamentalismo cruel de la Inquisición; o del autor de La Celestina, que supo jugar al escondite para evitar el trance de la mazmorra o de la incineración in vita.

Y vuelva el sombrero a su lugar, a la cabeza, porque fuera de estos individuos desconocidos, tan fundamentales en la cultura y en la historia literaria, no le interesan esos tales que se esconden en el anonimato para enredar, lanzar injurias, infundios y ofensas, levantar calumnias, o incluso hacer chantajes o amenazar con esto y con lo otro. Vade retro, ruin anónimo.

La conclusión de estos párrafos bien se habrá visto venir: en adelante no aparecerán en este blog comentarios anónimos, pues ya se encargará el administrador de pasarlos sin contemplaciones por la guillotina del silencio.

4 comentarios:

Adrian dijo...

Pepe, permíteme que tome prestadas tus palabras e incluir una copia excta en mi blog. Esto de los anónimos intenta acabar hasta con la libertad de expresión, puesto que a mí me pasa más de lo mismo.Enhorabuena por tu blog y mi consejo:"no te pongas a trabajar en un banco".

Esther Cortés Bueno dijo...

Muy bueno tu texto, enhorabuena. También estoy de acuerdo con Adrián en que estos cobardes acabarán con la libertad de expresión. Sin duda este tipo de gente que actúa así no pretenden criticar algo que está mal a sus ojos: no creo que haya un afán construcctivo. Tan sólo buscas herir al que por su lado ande y si no se encuentran con nadie, entrar a escondidas en un blog. Imagino que mala vida tienen para tener tan pocas prentensiones aunque tan nefastas e hirientes. ¡Pero para ellos!

Anónimo Antón dijo...

Sin comentarios...Para lo que voy a durar...

Rendiste veloz
el tributo breve
de tu hermosura,
anónimo intacto,
apenas llama
y ya muerte

(melancólico
de eternidad
el anónimo muere)

Pérez Zarco dijo...

Mi querido Antón, déjate de bromas y de jugar con poemas que no son anónimos, como tú y yo sabemos. Eres un diablillo enredador.
Salud.