domingo, 13 de septiembre de 2009

Primeros testimonios del humo


Para los europeos, la presentación en sociedad del tabaco tiene lugar en la Historia general y natural de las Indias, islas y tierra-firme del mar océano, publicada en 1535 por el capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, primer cronista del Nuevo Mundo.

En el capítulo "De los tabacos ó ahumadas que los indios acostumbran en esta Isla Española é la manera de las camas en que duermen" (Tomo I, Libro V, cap. II, págs. 130-131), el aventurero asturiano, además de lanzar el primer anatema antitabaquista, hace una breve descripción de la planta y de los inhaladores de humos, así como de los tremendos colocones indígenas que comportaba este sagrado ritual, precedido con frecuencia de la ingesta de un brebaje tan emborrachante que a algunos no les daba tiempo a echarse en las hamacas y quedaban sin sentidos en el suelo. El asturiano también da fe de los primeros españoles adictos a la nicotiana con la excusa de que les aliviaba en su mal de búas.

La cita es larga, pero merece la pena:

"Usaban los indios desta isla entre otros sus viçios uno muy malo, que es tomar unas ahumadas, que ellos llaman tabaco, para salir de sentido. Y esto haçian con el humo de çierta hierva que, á lo que yo he podido entender, es de calidad del beleño; pero no de aquella hechura ó forma, segund su vista, porque esta hierva es un tallo ó pimpollo como quatro ó çinco palmos ó menos de alto y con unas hojas anchas é gruesas, é blandas é vellosas, y el verdor tira algo á la color de las hojas de la lengua de buey ó buglosa (que llaman los hervolarios é médicos). Esta hierva que digo, en alguna manera ó género es semejante al beleño, la qual toman de aquesta manera: los caçiques é hombres prinçipales tenían unos palillos huecos del tamaño de un xeme ó menos de la groseza del dedo menor de la mano, y estos cañutos tenian dos cañones respondientes á uno, como aqui está pintado (Lámina 1, fig. 7), é todo en una pieza.
Y los dos ponian en las ventanas de las nariçes é el otro en el humo é hierva que estaba ardiendo ó quemándose; y estaban muy lisos é bien labrados, y quemaban las hojas de aquella hierva arrebujadas ó envueltas de la manera que los pajes cortesanos suelen echar sus ahumadas: é tomaban el aliento é humo para sí una é dos é tres é mas veçes, quanto lo podían porfiar, hasta que quedaban sin sentido grande espacio, tendidos en tierra, beodos ó adormidos de un grave é muy pessado sueño. Los indios que no alcanzaban aquellos palillos, tomaban aquel humo con unos cálamos ó cañuelas de carrizos, é á aquel tal instrumento con que toman el humo, ó á las cañuelas que es dicho llaman los indios tabaco, é no á la hierva ó sueño que les toma (como pensaban algunos). Esta hierva tenian los indios por cosa muy presçiada, y la criaban en sus huertos é labranzas para el efeto que es dicho; dándose á entender que este tomar de aquella hierva é zahumerio no tan solamente les era cosa sana, pero muy sancta cosa. Y assi cómo cae el caçique ó principal en tierra, tomanle sus mugeres (que son muchas) y echanle en su cama ó hamaca, si él se lo mandó antes que cayesse; pero si no lo dixo é proveyó primero, no quiere sino que lo dexen estar assi en el suelo hasta que se le passe aquella embriaguez ó adormecimiento. Yo no puedo penssar qué plaçer se saca de tal acto, si no es la gula del beber que primero haçen que tomen el humo ó tabaco, y algunos beben tanto de çierto vino que ellos haçen, que antes que se zahumen caen borrachos; pero quando se sienten cargados é hartos, acuden á tal perfume. E muchos también, sin que beban demassiado, toman el tabaco, é haçen lo que es dicho hasta dar de espaldas ó de costado en tierra, pero sin vascas, sino como hombre dormido. Sé que algunos chripstianos ya lo usan, en espeçial algunos que están tocados del mal de las búas, porque diçen los tales que en aquel tiempo que están assi transportados no sienten los dolores de su enfermedad, y no me paresçe que es esto otra cosa sino estar muerto en vida el que tal haçe: lo qual tengo por peor que el dolor de que se excusan, pues no sanan por eso.
Al presente muchos negros de los que están en esta cibdad y en la isla toda, han tomado la misma costumbre, é crian en las haçiendas y heredamientos de sus amos esta hierva para lo que es dicho, y toman las mismas ahumadas ó tabacos; porque diçen que, quando dexande trabajar é toman el tabaco, se les quita el cansançio."

Sin duda, el primer testimonio escrito de fumetas indígenas debió escribirlo en su diario el mismísimo Cristóbal Colón, con toda probabilidad entre las anotaciones correspondientes al martes 6 de noviembre de 1492, cuando dos de los hombres que envió tierra adentro para que remontaran el curso del río Mares le vinieron con el cuento de que habían visto a mucha gente, “mugeres y hombres, con un tizón en la mano, yervas para tomar sus sahumerios que acostumbravan.”

Como se sabe, los diarios de Colón acabaron perdiéndose, y sólo tenemos constancia de ellos por el padre Las Casas, que supo trasladarlos y extractarlos con fidelidad, al decir de los expertos. Ignoramos, pues, “todo” lo que el almirante anotó sobre estos tizones encendidos, aunque podemos hacernos una idea si acudimos a la Historia de las Indias, del mismo Bartolomé de Las Casas, donde encontramos más por extenso lo visto por los dos hombres colombinos. En el Libro Primero, capítulo XLVI, el polémico obispo de Chiapas describe un cigarro y una calada, y advierte también sobre el poderosísimo poder adictivo de nuestra dama en cuestión (la cursiva es mía) : "Hallaron estos dos cristianos por el camino mucha gente que atravesaban á sus pueblos, mujeres y hombres, siempre los hombres con un tizón en las manos, y ciertas hierbas para tomar sus sahumerios, que son unas hierbas secas metidas en una cierta oja, seca también, á manera de mosquete hecho de papel, de los que hacen los muchachos la pascua del Espíritu Santo, y encendido por la una parte dél por la otra chupan, ó sorben, ó reciben con el resuello para adentro aquel humo, con el cual se adormecen las carnes y cuasi emborracha, y así, diz que, no sienten el cansancio. Estos mosquetes, ó como los llamaremos, llaman ellos tabacos. Españoles cognoscí yo en esta isla Española, que los acostumbraron á tomar, que, siendo reprendidos por ello, diciéndoles que aquello era vicio, respondían que no era en su mano dejarlos de tomar; no se qué sabor ó provecho hallaban en ellos" (págs. 332-333).








1 comentario:

Belén Pérez Zarco dijo...

Pues eso, ¿qué provecho se saca?. Llevo 15 días sin fumar, libre de humo y de nicotina, mi cuerpo me lo debería de agradecer, aunque el pobrecillo está como dormido, ralentizado. Es curioso, tengo la misma sensación (o parecida) que cuando no tomo café: dlor de cabeza, embotamiento y sueño. Se ve que soy una adicta a los estimulantes, pero bueno, ahí voy, que con el ajetreo de la vuelta al cole ya ni tengo tiempo de acordarme mucho del cigarillo!.