miércoles, 5 de enero de 2011

Un paisano ultraísta

Laurentino Cencerra fue propietario rural, ensayista, dramaturgo y poeta nacido en La Torre (Córdoba) en 1896. A los veinte años marchó a Madrid para hacer estudios jurídicos, que supo compaginar con su vocación literaria y con las tertulias en el Pombo, el Colonial y el Café del Prado. De nuevo en su tierra, se distinguió primero como erudito local con Vida en la aldea hacia 1875, conjunto de 55 epístolas a un ficticio amigo sobre la historia de sus paisanos durante los años de la Restauración. La sirena del Guadamora y Cuentos del celemín ofrecen bellas páginas sobre el paisaje y las leyendas locales en una brillante prosa de sabor popular.
En 1.927 paladeó las mieles del éxito con La divina maestra, un drama poético cuyo protagonista es el anónimo pastorcillo que encontró la imagen de la patrona de la villa. Entre 1.928 y 1.932 financió y dirigió la revista El cábiro, de inicial espíritu ultraísta que pronto se acercó a los postulados de la poesía impura y humanizada, donde aparecen, entre otras notables firmas del momento, las de Rafael Cansinos Assens, Gerardo Diego y el belarcazareño Corpus Barga.
Durante la guerra civil, que lo sorprendió en Badajoz, vivió en Lisboa y colaboró en la revista Presenças, con traducciones al portugués de textos de la lírica popular andaluza y notas de teoría poética. En 1942 regresó a su tierra para vivir en el retiro de La Gavia, propiedad familiar junto al río Guadalmez. Murió el 30 de abril de 1986.
Entre sus papeles personales dejó varios cuadernos manuscritos con sus diarios, casi 300 poemas y más de un centenar de aforismos sobre ética y poética, Mester de hortelanía, publicados en julio de 2009 por la diputación de Ciudad Real, con prólogo-estudio de Ceferino Buendía, titular de la cátedra de Literaturas Regionales de la ULM.
He aquí el botón de muestra:
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Los poetas puros no se manchan el alma con el barro de la vida.
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Evidencia: el grado de las emociones suscitadas al lector es el índice de calidad lírica.
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Junto al ritmo en lo semántico y en lo fónico, los buenos poemas tienen sustancia afectiva y moral.
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La poesía pura lo tendrá todo como tejné, pero nada como vida.
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