Lo importante en un diario no es el
amanuense, sino la sensación de verdad y vida que transmita.
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Un diario es en gran
parte el testimonio de lo que ocurre fuera de quien lo escribe. Digamos que el
diarista es el biógrafo de sus alrededores.
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Los diarios
no dejan de ser novelas; tienen todos los elementos de la narración. Sólo hay
un pacto inexcusable: el de la sinceridad. Mentir en un diario, crear un falso yo, es una idiotez y un sobreesfuerzo
excusable. Ya es trabajo bastante ir componiendo el día a día como para andar
con filigraneo y que resulte un yo refulgente como el propio sol, pero falso.
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Un diario no ha de inventar la realidad. Basta
que la refleje tal como es. Como va siendo.
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La frescura de
un diario está en la naturalidad, en la espontaneidad con que se va de un
asunto a otro y de lo sublime a lo más pedestre y cotidiano. A los diarios les
va el impulso momentáneo, la súbita impresión, la pronta conversión de la vida
en literatura. El diario, fresco, del día, como el pan y el pescado.
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El diario es un
género proteico: el transformismo está en su naturaleza: refleja el ser
cambiante que uno es. La heterogeneidad del ser, de la cosa en sí, del ser que
uno es. Que va siendo.
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