Al año siguiente del homenaje regeneracionista, los restos de Larra, de Rosales y de José de Espronceda fueron trasladados desde el cementerio de San Nicolás hasta este lugar. El ceremonial del traslado tuvo que ser digno de verse. A las 11 de la mañana del día 25 de mayo de 1902, mientras se esparcían por el aire madrileño las notas del Batallón de Cazadores, cinco guardias civiles iniciaban en el Paseo del Prado la marcha a pie del cortejo fúnebre -niños con ramas de laurel, lacayos en librea de terciopelo con palmas verdes junto a los coches con los féretros, estandartes y coronas de la Asociación de la Prensa, gremio de pintores y decoradores, teatro Apolo, teatro Lírico, sindicato de Actores Dramáticos y Líricos, Escuela de Música, Conservatorio, Liceo Artístico, Centro Asturiano, Escuela de Artes y Oficios, Sociedad de Acuarelistas, Colegio de Ingenieros de Minas, maceros del Ayuntamiento de Badajoz y de Almendralejo, ministros, diputados, alcaldes, periodistas, representantes de la Casa Real-, continuó por la calle de Alcalá, la Puerta del Sol y siguió por la calle Mayor hasta el edificio de los Consejos, donde la comitiva subió en coches que se dirigieron hacia los altos de Carabanchel, a donde llegaron sobre la una de la tarde. El Heraldo de Madrid de esa fecha da cumplida crónica del evento y ofrece una reseña de estos tres hombres y artistas románticos.
Del pintor Rosales nada diré, pues no conozco su obra. A Larra, en cambio, si lo he leído. Y a Espronceda. Por temperamento y obra son, pese al lastre neoclásico de su educación, nuestros románticos más puros. Defensores de la libertad políticamente comprometidos, ambos conocieron el mundo de los exiliados y fueron diputados liberales. Ambos protagonizaron también unas vidas sentimentales desgraciadas que supieron llevar a la literatura (Larra en su drama Macías y en la novela histórica El doncel de don Enrique el Doliente, Espronceda en el elegíaco Canto a Teresa), e ilustran a la perfección ese ideal de íntima unión entre Vida y Literatura.
Tras la pieza de mármol que imita una cinta de tela en la que está esculpido solamente el apellido, Larra, junto a unas flores de plástico, vimos un papelito del tamaño de un paquete de tabaco, con lo que parecía un título –“Ramón reflexiona en su cementerio”- y la imagen de un patio de la Sacramental. El papel resultó ser un folio doblado en ocho minipáginas cuyo contenido reproduzco a continuación.
***
¡Pobre Ramón! -me he dicho muchas veces- ¡Se nos fue!
En el falso silencio en que no había nadie más que yo, esas palabras resonaron con sinceridad.
Lo peor de la muerte es la primera noche de cementerio y más si llueve y el muerto naufraga en un segundo naufragio.
No hay nada que más despierte que vivir sobre la muerte.
Después de muerto son las cosas con luz negra, todo a luz brillante y espléndida de lo negro, todo a través, nada de frente, todo en el fondo, nada superficial.
Todo en la vida lo vemos gracias a la luz de la muerte.
Metal, alma, luz sin limítrofe oscuridad, luz sin contraluz.
¡Pobre el que fue pobre! Ya no verá ni las nubes, la única riqueza que tenía.
Ved la belleza muerta: ya solo escultura de una noche.
Los niños no lloran en la noche del cementerio, no se despiertan ya, duermen de un tirón. Sus sudarios de luna están tendidos a la luna.
Las estrellas que lucen sobre el cementerio son estrellas muertas con luz vívida; son mundos, casas deshabitadas, que es lo que más se parece a esta tierra sin nadie que es el cementerio —esas estrellas con cementerios alegres, cementerios vacíos—, este minúsculo cementerio sin luz. Hay más afinidad entre este mundo de los muertos y el mundo de las estrellas que entre el mundo de los vivos y el de las estrellas.
Los cipreses están dormidos en pie.
Hasta en la piedra dura y compacta hay muertos que quieren levantarse.
Un animal, un hombre, un pájaro, están aplastados dentro de la piedra.
Ya estoy despedido.
Estamos muertos y vivimos, la mayor parte de lo que hay en nosotros es cosa muerta, tan inerte como lo que forma lo inerte.
Los muertos, como niños a los que dejamos solos en el cementerio, nos llaman vivamente.
(Edición única y no venal para ser leída en la Sacramental de San Justo de Madrid el 25 de marzo de 2017 en el homenaje a Mariano José de Larra, insigne escritor, valiente ser humano y compañero de eternidad de Ramón Gómez de la Serna.)
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