Cuenta
Andrés Trapiello (Las armas y las letras,
1994, p. 99) que Ramón Gómez de la Serna decidió irse de España, recién
iniciada la guerra civil, el día que vio pasar frente a la terraza del Lyon
d’Or, en Madrid, al poeta y bohemio Pedro Luis de Gálvez con mono azul, dos
pistolas al cinto y fusil al hombro.
El 29 de agosto, Gómez de la Serna y su
compañera, Luisa Sofovich, tomaron un tren hasta Alicante, allí encontraron
pasaje en un barco italiano que los dejó en Marsella, desde donde cruzaron en
tren hasta Burdeos para embarcarse finalmente en el Bell’Isle rumbo a Buenos Aires.
Los primeros años en la capital argentina
fueron difíciles. Gómez de la Serna escribía a diario, recopilaba novelas
cortas para publicar, completaba ensayos y redactaba solapas para libros, daba
conferencias, enviaba artículos a periódicos de acá y de allá, pero sin la
ayuda económica del Oliverio Girondo, las circunstancias habrían sido aún más
duras. A partir de 1944 la subsistencia queda más o menos resuelta, cuando
Gómez de la Serna acepta escribir para el diario falangista Arriba,
lo que le valió el descrédito entre los exiliados. Desde entonces, el gran Ramón
se pierde en sus íntimos laberintos y se convierte en un hombre solitario e
introvertido. Su prestigio político logra la cota más baja en la primavera de
1949, cuando viaja a España con la intención de tantear las posibilidades de un
regreso definitivo.
La pareja desembarca en el puerto de
Bilbao en la tarde del 22 de abril y es recibida por una delegación oficial: su
amigo Pedro Rocamora Valls, Director General de Propaganda, el gobernador
civil, el jefe provincial del Movimiento y otras autoridades. El escritor declara
a la prensa que su intención es pasar uno o dos meses en España y volver
definitivamente en uno o dos años. Tras unas palabras dedicadas a Juan Domingo
Perón —“ha mermado a los pocos privilegiados en favor de los muchos que estaban
tratados miserablemente”—, se refirió a España: “Mi admiración, sobre todo, es
para los que han luchado de verdad y han salvado a la España suprema: el
Caudillo y aquellos a los que acaudilló. Siento el encanto de volver a la Nación
devuelta a sus esencias por Franco.” Al día siguiente, a mediodía, se celebra
la recepción oficial en el salón árabe del ayuntamiento bilbaíno.
El día 25 la pareja ya está en Madrid,
alojada en el hotel Ritz a costa de la municipalidad. El 26 de abril, a última
hora de la tarde, el ayuntamiento madrileño descubre una placa en la casa donde
nació el escritor (Guillermo Rolland, 7), la misma donde murió el romántico
Martínez de la Rosa. La placa, declaró Tomás Borrás en su discurso, no era de
despedida, sino una tarjeta de visita que mostraba el agradecimiento y la
amistad de la ciudad de Madrid por su escritor más auténtico. Gómez de la Serna
pronuncia un par de conferencias, una en el Ateneo (“La magia de la literatura)
y otra en el teatro Lara (“Mi tía Carolina Coronado y el romanticismo”), celebra
tres tertulias en el Pombo y es homenajeado por los libreros, que le ofrecen un
banquete (en el Biarritz, a 70 pesetas el cubierto) y exhiben sus obras durante
una semana en los escaparates de sus librerías.
El jueves 26 de mayo es recibido en audiencia
civil por Su Excelencia el jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos. Hay
testimonio gráfico. ¿De qué hablaron? Muchos años después, su fiel amigo Pedro
Rocamora, en un artículo titulado “Ramón y el préstamo de Dios” (ABC, 15 enero 1963, p. 40) recordaba
aquel encuentro y cómo Gómez de la Serna había alquilado para la ocasión un
viejo chaqué en el Rastro: “Huele a himeneo popular, porque este es el disfraz
que se ponen los pobres en el fugaz carnaval de sus bodas”, le confesó. Tras
los saludos protocolarios, Gómez de la Serna le dijo al Franco: “Yo sabía que
V. E. lograría la victoria final de la paz de España. Cuando en Buenos Aires me
auguraban que mi patria entraría en la guerra, yo respondía que el Generalísimo
Franco, sentado frente a Hitler y Mussolini en una mesa con un tapete verde,
terminaría ganándoles la partida”. También parece que se habló, aunque Rocamora
no lo menciona en su artículo, del Valle de los Caídos y de la posibilidad de
un regreso definitivo de Buenos Aires.
“Franco —continúa el artículo— sonreía
lleno de ternura, de simpatía y afectuosa piedad por aquel ser extraño,
agarrotado por un imposible cuello de pajarita, entre ingenuo y genial”.
El 1 de junio el escritor llega a
Barcelona. El sábado 4 da una conferencia en el Ritz. El martes 7 marcha una
semana a Sitges para descansar. Luego, en tren hacia Bilbao, donde embarca en
el Monte Albertia. (Continuará)
Rocamora, Franco y Gómez de la Serna en el Pardo (26 de mayo 1949) |
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