sábado, 1 de julio de 2017

Turismo literario (3)


     Cuenta Andrés Trapiello (Las armas y las letras, 1994, p. 99) que Ramón Gómez de la Serna decidió irse de España, recién iniciada la guerra civil, el día que vio pasar frente a la terraza del Lyon d’Or, en Madrid, al poeta y bohemio Pedro Luis de Gálvez con mono azul, dos pistolas al cinto y fusil al hombro.
El 29 de agosto, Gómez de la Serna y su compañera, Luisa Sofovich, tomaron un tren hasta Alicante, allí encontraron pasaje en un barco italiano que los dejó en Marsella, desde donde cruzaron en tren hasta Burdeos para embarcarse finalmente en el Bell’Isle rumbo a Buenos Aires.
Los primeros años en la capital argentina fueron difíciles. Gómez de la Serna escribía a diario, recopilaba novelas cortas para publicar, completaba ensayos y redactaba solapas para libros, daba conferencias, enviaba artículos a periódicos de acá y de allá, pero sin la ayuda económica del Oliverio Girondo, las circunstancias habrían sido aún más duras. A partir de 1944 la subsistencia queda más o menos resuelta, cuando Gómez de la Serna acepta escribir para el diario falangista  Arriba, lo que le valió el descrédito entre los exiliados. Desde entonces, el gran Ramón se pierde en sus íntimos laberintos y se convierte en un hombre solitario e introvertido. Su prestigio político logra la cota más baja en la primavera de 1949, cuando viaja a España con la intención de tantear las posibilidades de un regreso definitivo.
La pareja desembarca en el puerto de Bilbao en la tarde del 22 de abril y es recibida por una delegación oficial: su amigo Pedro Rocamora Valls, Director General de Propaganda, el gobernador civil, el jefe provincial del Movimiento y otras autoridades. El escritor declara a la prensa que su intención es pasar uno o dos meses en España y volver definitivamente en uno o dos años. Tras unas palabras dedicadas a Juan Domingo Perón —“ha mermado a los pocos privilegiados en favor de los muchos que estaban tratados miserablemente”—, se refirió a España: “Mi admiración, sobre todo, es para los que han luchado de verdad y han salvado a la España suprema: el Caudillo y aquellos a los que acaudilló. Siento el encanto de volver a la Nación devuelta a sus esencias por Franco.” Al día siguiente, a mediodía, se celebra la recepción oficial en el salón árabe del ayuntamiento bilbaíno.
El día 25 la pareja ya está en Madrid, alojada en el hotel Ritz a costa de la municipalidad. El 26 de abril, a última hora de la tarde, el ayuntamiento madrileño descubre una placa en la casa donde nació el escritor (Guillermo Rolland, 7), la misma donde murió el romántico Martínez de la Rosa. La placa, declaró Tomás Borrás en su discurso, no era de despedida, sino una tarjeta de visita que mostraba el agradecimiento y la amistad de la ciudad de Madrid por su escritor más auténtico. Gómez de la Serna pronuncia un par de conferencias, una en el Ateneo (“La magia de la literatura) y otra en el teatro Lara (“Mi tía Carolina Coronado y el romanticismo”), celebra tres tertulias en el Pombo y es homenajeado por los libreros, que le ofrecen un banquete (en el Biarritz, a 70 pesetas el cubierto) y exhiben sus obras durante una semana en los escaparates de sus librerías.
El jueves 26 de mayo es recibido en audiencia civil por Su Excelencia el jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos. Hay testimonio gráfico. ¿De qué hablaron? Muchos años después, su fiel amigo Pedro Rocamora, en un artículo titulado “Ramón y el préstamo de Dios” (ABC, 15 enero 1963, p. 40) recordaba aquel encuentro y cómo Gómez de la Serna había alquilado para la ocasión un viejo chaqué en el Rastro: “Huele a himeneo popular, porque este es el disfraz que se ponen los pobres en el fugaz carnaval de sus bodas”, le confesó. Tras los saludos protocolarios, Gómez de la Serna le dijo al Franco: “Yo sabía que V. E. lograría la victoria final de la paz de España. Cuando en Buenos Aires me auguraban que mi patria entraría en la guerra, yo respondía que el Generalísimo Franco, sentado frente a Hitler y Mussolini en una mesa con un tapete verde, terminaría ganándoles la partida”. También parece que se habló, aunque Rocamora no lo menciona en su artículo, del Valle de los Caídos y de la posibilidad de un regreso definitivo de Buenos Aires.
“Franco —continúa el artículo— sonreía lleno de ternura, de simpatía y afectuosa piedad por aquel ser extraño, agarrotado por un imposible cuello de pajarita, entre ingenuo y genial”.
El 1 de junio el escritor llega a Barcelona. El sábado 4 da una conferencia en el Ritz. El martes 7 marcha una semana a Sitges para descansar. Luego, en tren hacia Bilbao, donde embarca en el Monte Albertia. (Continuará)

Rocamora, Franco y Gómez de la Serna en el Pardo (26 de mayo 1949)

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