viernes, 25 de enero de 2019

Wire, don’t write


         Entre 1942 y 1946, durante su exilio en Puerto Rico, el poeta Pedro Salinas compuso El defensor, una colección de cinco ensayos en defensa de conceptos y actitudes en peligro de desaparición en la moderna sociedad: la lectura, la necesidad de una élite cultural, el lenguaje como vehículo de comunicación espiritual, su respeto, admiración y simpatía por los analfabetos auténticos, aquellos que por circunstancias no han tenido acceso a la instrucción escolar, aunque en muchos casos muestren ser personas cabales, dignas y de atinados razonamientos, antes que por los que él llama neoanalfabetos, que saben leer, pero renuncian a cultivar su espíritu mediante la lectura y son humanamente analfabetos. El primero de los ensayos del libro es una defensa de la carta privada, de la relación epistolar —cartearse es “un entenderse sin oírse, un quererse sin tactos, un mirarse sin presencia”— como vía de enriquecimiento personal, de introspección y autoanálisis a través del lenguaje. Cuenta Salinas al comienzo que este ensayo fue su reacción al lema “faccioso, rebelde, satánico”, que figuraba a la entrada de todas las oficinas de Telégrafos de Estados Unidos: Wire, don’t write: Pon telegramas, no escribas cartas.
            Alarmado por la amenaza que los telegramas suponían para las cartas —su temor estaba completamente fundado, hoy la carta ha desaparecido de la comunicación interpersonal—, el autor de La voz a ti debida escribe:

            “¿… ustedes son capaces de imaginarse un mundo sin cartas? ¿Sin buenas almas que escriban cartas, sin otras almas que las lean y las disfruten, sin esas otras almas terceras que las lleven de aquellas a éstas, es decir, un mundo sin remitentes, sin destinatarios y sin carteros? ¿Un universo en el que todo se dijera a secas, en fórmulas abreviadas, de prisa y corriendo, sin arte y sin gracia? ¿Un mundo de telegramas? La única localidad en que yo sitúo semejante mundo es en los avernos”.

No deja de ser sorprendente la anticipación del poeta, que parece referirse a este mundo nuestro de hoy, donde hemos dejado de cartearnos, utilizamos un máximo de 140 caracteres para hacer comentarios sobre lo divino y lo humano, y empobrecemos nuestros mensajes plagándolos de anglicismos, abreviaturas e iconos.



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