martes, 7 de julio de 2020

¿Cuál es la verdadera? (XXXVIII)


Conocí a una tal Benedicta, que llenaba la atmósfera de ideal, y cuyos ojos esparcían el deseo de grandeza, de belleza, de gloria y de todo lo que hace creer en la inmortalidad.
            Pero esta joven milagrosa era demasiado hermosa para vivir mucho tiempo, y murió unos días después de haberla conocido, y fui yo mismo quien la enterró un día en que la primavera agitaba su incensario hasta en los cementerios. Fui yo quien la enterró bien cerrada en una caja de madera perfumada e incorruptible como los cofres de la India.
            Y como mis ojos se quedaron clavados en el lugar donde había escondido mi tesoro, de pronto vi a una criaturilla singularmente parecida a la difunta, que pataleaba sobre la tierra fresca con una violencia histérica y extraña, y decía estallando en risas: ¡Yo soy la verdadera Benedicta! ¡Yo soy la famosa canalla! ¡Y como castigo por tu locura y tu ceguera, me amarás tal como soy!
Pero yo, furioso, le respondí: ¡No! ¡No! ¡No! Y para acentuar más mi rechazo, golpeé con tanta fuerza la tierra con el pie que se me hundió hasta la rodilla en la sepultura reciente, y, como un lobo pillado en la trampa, aquí sigo clavado, quizá para siempre, a la fosa del ideal.

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