viernes, 17 de julio de 2020

Un caballo de raza (XXXIX)

       
                Es muy fea. ¡Pero es deliciosa!
            El Tiempo y el Amor la han marcado con sus garras y le han enseñado cruelmente lo que cada minuto y cada beso se llevan de juventud y de frescura.
            Es verdaderamente fea. Es hormiga, araña, hasta esqueleto, si lo prefieres; ¡pero es también brebaje, magisterio, brujería! En suma, es exquisita.
            El Tiempo no ha podido romper la armonía chispeante de sus andares, ni la elegancia indestructible de su cuerpo. El Amor no ha alterado la suavidad de su aliento infantil; ni el Tiempo  le ha arrancado nada a su abundante melena, que exhala en salvajes perfumes toda la vitalidad endiablada del Mediodía francés: Nîmes, Aix, Arles, Avignon, Narbonne, Toulouse, ¡ciudades benditas por el sol, enamoradas y encantadoras!
            El Tiempo y el Amor la han mordido en vano con sus buenos dientes; en nada han disminuido el encanto vago, pero eterno, de su pecho adolescente.
            Ajada quizá, pero no fatigada, y siempre heroica, hace pensar en esos caballos pura sangre que el ojo del auténtico aficionado reconoce, aunque vayan enganchados a un coche de alquiler o a un pesado carromato.
            Y además, ¡es tan dulce y tan ferviente! Ama como se ama en otoño; se diría que la proximidad del invierno enciende en su corazón un fuego nuevo, y que el servilismo de su ternura nunca es fatigoso.

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