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Fotografía: Eugène Atget |
Había
leído en algún sitio la historia de un cuadro que
anunciaba una antigua chocolatería, y que
el ayuntamiento había retirado para que lo restauraran ‒le
habían arrojado
varios botes de pinturas roja‒ los especialistas del Carnavalet, y
de la polémica por si
representaba
o
no la
esclavitud, pero después de mirar y remirar en
la fachada indicada no
encontré rastro del cuadro ni del rótulo
que
anunciaban
el establecimiento.
Bajo
el letrero «Au Nègre Joyeux» ‒colgada en
1897 en
la fachada, entre las
ventanas
de la primera
planta del edificio‒, había una pintura al óleo, de 172 por 142
cm, en la
que aparecía un negro joven y risueño, vestido a la usanza
aristócrata del Antiguo Régimen ‒zapatos con pala y hebilla,
medias blancas, calzón de rayas
rojas y amarillas,
chaqueta amarilla
¿de
terciopelo?, y una
servilleta
grande, blanca, cubriendo generosamente el pecho, anudada al cuello‒,
miraba
hacia el espectador,
alzado
el
brazo izquierdo, con una licorera en
la mano, de
redondo vientre largo y estrecho cuello, llena quizá de ron, la mano
izquierda a la altura de la cadera, señalando la mesa cuadrada
cubierta con un mantel blanco, sobre la
que se veía
una botella negra junto a una copa de cristal en la esquina derecha,
un recipiente redondo que bien podría ser un cenicero, dos
tazas de café en sus platillos y una fuente redonda llena de
¿galletas?, ¿bizcochos de soletilla cubiertos de chocolate? Tras
la mesa, de pie, una mujer también joven y sonriente, con un vestido
en tonos verdes, delantal y cofia blancos, como correspondería a una
criada, o a la
empleada de un
establecimiento comercial,
sostiene en sus manos una bandeja con una cafetera y un azucarero que
presenta al negro feliz, que quizá vaya a tomarse un carajillo de
café con el ron caribeño de
la licorera.
«Au Nègre Joyeux» era el nombre de la tienda de café, chocolate y otros productos ultramarinos, abierta en la planta baja del 14 de la calle Mouffetard. Después de más de 120 años en su emplazamiento original, el ayuntamiento parisino mandó retirar en 2018 el letrero y la pintura, que pueden verse ahora en el museo Carnavalet de la capital. La tenencia de alcaldía justificó esta decisión argumentando que “la ciudad de París no podía devolver al espacio público ese cartel publicitario con un título escandaloso e innegablemente racista”. Que el título resulte escandaloso para algunos se justifica, supongo, por el uso de la palabra “negro”, considerada hoy políticamente incorrecta por las connotaciones despectivas acumuladas a lo largo de los años en las mentes clasistas, porque no creo que lo condenable y motivo de indignación resida, para una mente obtusa, en el adjetivo, joyeux (feliz, alegre, contento), en la posibilidad de que un hombre negro se represente como un hombre libre, feliz y elegantemente vestido.
En cuanto al “innegable” racismo de la escena, juzgue cada cual a la vista de la misma. No me parece que la obra represente tal concepto, aunque no negaré el exotismo y el atrevimiento, por lo infrecuente e innovador de la figura. Pero así, reclamando la atención del potencial cliente, funciona la publicidad, y este óleo no era más que un anuncio, una invitación a degustar los productos ultramarinos del establecimiento.
*
Habíamos subido andando hasta la plaza de la Contrescarpe, donde nos tomamos un café y empezó a llover. Luego bajamos siguiendo los pasos (calles Mouffetard, Descartes, Clovis, Cujas, bulevar Saint-Michel) de Ernest en París era una fiesta hasta la plaza de Saint-Michel, ya junto al Sena: “Pasé ante el Lycée Henri-Quatre y aquella iglesia antigua de Saint-Étienne-du-Mont y por la Place du Panthéon que el viento barría, y doblé a la derecha para guarecerme y al fin alcancé el lado de sotavento del boulevard Saint-Michel, y aguanté caminando más allá del Cluny en la esquina del boulevard Saint-Germaine, hasta que llegué a un buen café que ya conocía, en la Place de Saint-Michel”.
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