jueves, 11 de diciembre de 2008

Acerca del aforismo 138 del Oráculo manual y arte de prudencia, o sobre el arte de dejar estar


N
o lo pude leer esta tarde porque me quedé dormido con el libro sobre el pecho. Cuando vuelvo a él, de madrugada, trato de sacarle el jugo.

Estoy en el patio, rodeado de macetas, de silencio y de estrellas. No me apetecía trasnochar, pero he montado guardia hasta que llegue mi hijo.

Esta noche se ha retrasado tres cuartos de hora. Y uno, que empezó a mirar el reloj a las dos menos veinte, ha terminado asomándose varias veces a la puerta para irse impacientando, medio cabreando y monologando cual padre menoscabado en su autoridad:

— Ya está llegando a la hora que le da la gana. Las dos es muy buena hora para recogerse. ¿Es que no mira el reloj? Cuando vuelva sólo le daré las buenas noches; ya hablaremos. Pero mañana ¡a la una aquí! Y se ponga como se ponga. A la una en punto: los tres cuartos de hora de retraso de esta noche y uno suplementario que añade mi potestad. ¡Joder con el niño! ¡Pero dónde y qué coño estará haciendo! ¿Tomará alcohol? ¿fumará porros? ¿estará de bellaquerías en lo oscuro? ¡Aquí a la una!

El muchacho entró por la puerta del patio, saludó, se excusó por la tardanza, echó una meada y se despidió hasta mañana.

Toda la furibundia de mi fuelle se disipó. No había correspondencia entre mi cabreo y su tranquilidad.

¿Debí liarme de bronca? ¿Le adelanto la hora de llegada? ¿Lo castigo sin la paga de una semana? ¿Cómo seré mejor padre —más sensato— en esta ocasión?

Ahora, después de leer el aforismo de Gracián, en la calma de las estrellas y de la madrugada, sé que las respuestas vendrán dentro de unos años. Mientras tanto, sólo el sentido común o palabras como las de Gracián me proporcionan consuelo: “Muchas veces empeoran los males con los remedios… No hay mejor remedio de los desconciertos que dejallos correr, así caen de sí propios.”

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