lunes, 16 de marzo de 2015

Mitología y elecciones



      Ayer por la mañana, mientras tomaba café y ojeaba uno de los periódicos del día, se me vino la imagen de Laocoonte. En mis años de estudiante de bachillerato fue primero el cromo en un álbum de Historia del Arte; luego, con las clases de Latín en COU, llegó el texto de Virgilio. En el libro II de la Eneida, recuerda Eneas la caída de Troya:
   «Otro prodigio tuvo lugar ante nuestros corazones sobresaltados y nuestros ojos atónitos; un prodigio singular y terrible, en el que nunca hubiésemos pensado. Inmolaba Laocoonte un toro enorme en el altar de los sacrificios solemnes, como sacerdote de Neptuno que la suerte le había designado, cuando de pronto vimos surgir de la isla de Tenedos, y meterse en las aguas tranquilas y profundas —con horror lo cuento—, dos serpientes de gigantescos anillos, que se dirigían a nuestra costa.
    Avanzaban sobre las aguas con el busto erguido y dominaban las olas con sus crestas color de sangre. El resto del cuerpo deslizábase con lentitud por la superficie, y sus enormes ancas parecían arrastrar los pliegues sinuosos. A su paso el mar se llenaba de espumas y rumores.
     Cuando tocaron tierra, vimos sus ojos vibrantes, inyectados en sangre, que despedían llamas, mientras lanzaban silbidos sus vibrantes lenguas. Huimos atemorizados. Y he aquí que ellas, sabiendo bien adónde van, se dirigen a Laocoonte, y caen primero sobre sus dos hijos, a cuyos tiernos miembros infelices quedan enroscadas.
      Acude enseguida el padre, armas en mano, para defenderlos, y es presa también de las serpientes, que ligan pronto a su cuerpo las estrechas cadenas de los anillos. Dos veces pasan su torso escamoso alrededor de la cintura del desgraciado, y otras dos en torno a su cuello, quedando todavía libres la cabeza y la cola.
      Laocoonte se esfuerza en vano en desasirse. Todo él se ve como rociado de baba y de negro veneno, y lanza a los cielos horribles clamores. No de otro modo muge el toro herido que escapa del altar sacudiendo de su testuz el hacha mal clavada.»
     El terrible castigo de Laocoonte fue producto de su desconfianza ante el sospechoso caballo que los griegos dejaron como ofrenda a las puertas de Troya antes de su falsa retirada. El sacerdote de Neptuno, que tenía el poder de la mancia, de la adivinación, enseguida receló y así lo hizo saber a los troyanos — desconfiaba de los griegos hasta cuando hacían presentes—, pero los troyanos ignoraron su vaticinio, lo mismo que habían ignorado los funestos presagios de la sibila Casandra, a quien tenían por loca.
    En la Grecia y en la Roma antiguas, la adivinación o predicción del futuro era cuestión oficial; los sacerdotes, arúspices, augures, pitonisas y sibilas, se consideraban personas sagradas, dotadas de espíritu profético; y sus augurios, auspicios, oráculos y sortilegios, tomados como asunto de estado, que unas veces se respetaban, y otras, como en el caso de Laocoonte o de Casandra, se ignoraban.
  En nuestros días, el papel de los oráculos y las pitonisas lo desempeñan las empresas de encuestas y estudios sociales que vocean el resultado de sus consultas preelectorales en todos los medios de comunicación. Ayer, las conclusiones de tres de esas encuestas sobre las elecciones del día 22 en Andalucía daban titulares distintos. Tres mancias, tres oráculos diferentes. Menos mal que no habitamos el mundo mitológico, y que los errores oraculares o los vaticinios desfavorables de los vates no son castigados con la crueldad con que los dioses acabaron con Laocoonte y sus hijos.
    Es verdad que estas profecías de nuestros tiempos no se valen de la hieroscopia, la quiromancia, la oniromancia, la catoptromancia, la ceromancia, la capnomancia, la nigromancia y otras mancias o mancías, sino de un complejo método científico capaz de prever incluso el margen de error —eso no quita desde luego que algún aspirante, algún parlamentario o parlamentaria, eche mano, a modo particular, de uno de los muchos adivinadores y adivinadoras del porvenir que abundan en nuestro país a tantos euros la consulta; allá cada cual con sus supersticiones personales— en las predicciones. Lo que escama son las divergencias. Sí, el método es científico, pero la aritmética y la estadística no pueden expresar en guarismos la volubilidad humana.

    Vista la disparidad de los titulares y resultados leídos, guardaré los periódicos para comprobar el grado de exactitud, y la validez, de estas predicciones electorales. Solo por curiosidad, claro está, porque en este país, lo mismo que es imposible saber el número de personas que ha asistido a una manifestación o ha hecho huelga, no acaban de estar claros los conceptos de victoria o derrota: ningún partido pierde las elecciones y todos las ganan. 

Procedencia de la imagen: 
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/1/17/Laocoon_Pio-Clementino_Inv1059-1064-1067.jpg

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