viernes, 27 de marzo de 2015

Un papel de disculpa


      Esta mañana caí en la descortesía de interrumpir la conversación sobre coches entre dos compañeros —con estas palabras me excuso, estimados colegas—, para presentarle a uno de ellos un papel plegado y preguntarle el nombre de imprenta de ese tamaño. Derivó la charla en breve controversia argumentada sobre nombres y medidas del papel: pliego, folio, cuartilla, octavo, holandesa ...


         ... Más corta y algo más ancha que nuestro A4. Así recuerdo las holandesas que veía de niño y adolescente en el papeleo de los cuarteles, más recias, de mayor gramaje que los papeles usuales. Y con marca de aguas. También era el tamaño exigido antes en los trabajos académicos universitarios, aunque quiero recordar que estas holandesas acabaron perdiendo los milímetros de sobre ancho y pasaron a ser folios con la frente guillotinada.
         Como aficionado al papel, a esa frágil materia en que los escritores vierten sus sueños, como dijo el poeta, guarda uno en los cajones variada muestra en texturas, colores y tamaños, que ha ido comprando y encontrando por ahí.  He aquí uno de ellos.
         El papel que os presento ha perdido ya flexibilidad y rasga al menor descuido, pero aún admite uso. Encontré casi un centenar en la cámara de la casa donde ahora vivimos. Aquí tenían casa, tienda, taberna y correduría los abuelos maternos de María.

         Solo resta añadir a esta disculpa, caros colegas, la reproducción del papel de carta (18 por 21,5 cm) de un vecino de Torrecampo, con bastante probabilidad salido de la imprenta López. ¿Estamos ante una holandesa?



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