lunes, 23 de marzo de 2015

El perro y el frasco


      —Mi perro bonito, mi buen perro, mi querido perrillo, acércate y ven a respirar un excelente perfume comprado en el mejor perfumista de la ciudad.
         Y el perro, meneando el rabo, señal, creo, en estos pobre seres, de la risa y de la sonrisa, se acerca y pone curiosamente su nariz húmeda sobre el frasco destapado; luego reculando súbitamente y con temor, me ladra, a modo de reproche.

         —¡Ah, miserable perro! Si te hubiera ofrecido un montón de excrementos, lo habrías olisqueado con fruición y quizá hasta devorado. Así, tú mismo, indigno compañero de mi triste vida, te pareces al público, a quien jamás hay que presentar delicados perfumes que lo irritan, sino basura cuidadosamente elegida.


Imágenes: La presse, 26 août 1862.

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