domingo, 9 de febrero de 2025

Memoria y desencanto: Benito Calero Bastón

 

Benito Calero Bastón nació en 1963, en Alustante (Guadalajara), hijo de guardia civil y maestra nacional de ascendencia francesa, afincados en Cardeña en 1971. Inició en Sevilla estudios de Arquitectura, que pronto abandonó para trabajar como guionista de programas culturales y crítico literario en la radio-televisión andaluza. Despedido tras los fastos del 92, Calero Bastón regresó a Cardeña, opositó a Correos y en la actualidad ejerce de cartero en Villanueva de la Jara.

Su primer poemario, Ecos de ciudad (1996) recoge la problemática relación de un yo rural con la vida en la urbe. Posteriormente ha publicado los tres volúmenes de una trilogía cuya arquitectura descansa en tres pilares: la infancia, recreada en La encina dorada (2001); la juventud, revivida en Intermitencias (2008), y finalmente la edad adulta, en N-420 (2023).

En este último poemario, que pasó desapercibido para la crítica comarcal y provincial, se aborda el acercamiento implacable a una intimidad que rezuma desencanto e imposibilidad. Lo primero por la mediocridad de la vida alcanzada por el yo en su madurez biográfica; lo segundo por la aceptación de la inviabilidad, de la imposibilidad de arrostrar ese fracaso vital y enfilar la carretera N-420 para huir de la anodina realidad y continuar la búsqueda. Todo ello, con un lirismo de sesgo elegíaco, no siempre conseguido.

*

Entonces


La vida era entonces un tren

cruzando veloz la noche

y soñarnos desnudos junto al mar,

el fragor de las olas arrastrándose

hasta la piel de nuestros deseos.

Eran tus ojos náufragos

en el humo de los cigarrillos

y en los vasos vacíos del amanecer.

Era el viaje, el camino, la llegada,

la noche creciente de las lunas,

era abril en tu cintura

y nosotros bajo la lluvia.

El rumor del río

en las callejas dormidas,

las luces amarillas de noviembre,

la ciudad extasiada en el canto

de las fuentes.

Eran los barcos, su estela

de espumas y de sueños.

Un pecho abierto,

un mapa sin fronteras,

solo ríos, ciudades,

bosques inmensos y sierras

donde habitaba la pureza.

Era entonces la vida un sueño:

el azul del mar y sus confines.


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