Marie de Maupéou nació en 1.590, hija de Gilles de Maupéou, inspector general de Finanzas y colaborador del duque de Sully durante el reinado de Enrique IV de Francia. A los veinte años, el 22 de febrero de 1.610, madmosielle de Maupéou contrató su matrimonio con el cuarto François Fouquet, de familia burguesa dedicada al comercio de telas. El magistrado Fouquet, que anhelaba un título nobiliario, había comprado primero el cargo de consejero en el parlamento de Bretaña y poco después en el de París, donde conoció a madame.
Con el tiempo, monsieur Fouquet se convirtió en alto funcionario de la corte –maître de requêtes-, lo que le abrió las puertas de la nobleza —señor de Ourmenesclie y de Vaux-le-Vicomte—, mandando lucir en su escudo una ardilla rampante en campo de plata bajo el lema: ¿Hasta dónde no será capaz de trepar? En 1.626, forma parte del tribunal que juzga la conjura de Chalais y entra en contacto con Richelieu, que le agradece servicios prestados y lo nombra Consejero de la Marina Real, cargo que la ardilla Fouquet aprovecha para iniciar negocios textiles con América.
Según las crónicas, del matrimonio nacieron 15 hijos, tres de los cuales no llegaron a la edad adulta. De los doce que vivieron, seis mujeres y seis hombres, ellas vistieron todas el hábito religioso; los varones tuvieron suertes diversas.
No sabemos en qué momento, entre parto, embarazo y crianza, la señora Fouquet conoció en París a Vicente de Paul, pero sí podemos afirmar que el futuro santo la conquistó de por vida para la causa de los enfermos pobres.
Madame Fouquet pudo haberse convertido en una perfecta salonnarde, en una de las précieuses triunfantes en los recién abiertos salones parisinos, como el de madame de Rambouillet o el de la Scudéry; pudo haberse dedicado a entretener sus ocios de mujer privilegiada con galanterías de salón y conversaciones exquisitas con sabios hombres con los que intercambiar epístolas sentimentales. Pudo hacerlo, pero no.
Por lo que he averiguado, madame Fouquet, que reconocía deber “la misión” de su vida a la influencia del santo de Paul, dedicó su dinero, su tiempo y su esfuerzo personal a labores mucho más prácticas. He aquí unas líneas del prólogo a la primera edición en español de su obras médico-chirúrgicas: “Esta señora, inflamada de una ardiente caridad para con los pobres, y miserables enfermos, y juzgando que no podía hacer, ni más noble, ni más interesado empleo de los caudales y bienes de fortuna que el Señor tan largamente había depositado en sus manos, que el expenderlos en alivio y socorro de los pobrecitos y curación de sus males, formó el designio santo de diligenciar y adquirir por cualquier precio (aunque fuese el más excesivo) aquellos secretos y arcanos más seguros y ciertos de la Medicina [...] puso en acción y movimiento toda su autoridad, haciendo que corriese su solicitud, no solo su reino, sino también distantes y extranjeros países, a fin de negociar a toda costa los más [ilegible] físicos y cirujanos doctos aquellos medicamentos que una constante práctica les hubiese dado a conocer como más ciertos; atendiendo al mismo tiempo a que, por lo común, no solamente fuesen por sí poco costosos, sino también nada difíciles en la manipulación, para que la pobreza de las personas miserables (que eran el principal estímulo de su intento) pudiese ejecutarlos por sí misma, o haberlos por corto estipendio, y así no quedasen frustradas de socorro sus dolencias.”
Madame no se conformaba con recabar recetas de los más prestigiosos médicos y boticarios de su tiempo; una vez conseguidas, se arremangaba las faldas y las aplicaba —las recetas, no las faldas arremangadas— a los pobres en desgracia, campesinos miserables, soldados heridos, enfermos o amputados, mineros, mendigos, prostitutas, huérfanos raquíticos, acogidos en las instituciones de beneficencia creadas por el santo de Paul y sus colaboradores, Luisa de Marillac y Jean Eudes. Durante un tiempo, éste último le confió a nuestra Fouquet la regencia de Nuestra Señora del Refugio, una casa de arrecogías.
He bajado de internet el facsímil de un ejemplar de la primera traducción al español de la Fouquet. El volumen perteneció a un tal Francisco de la Guerra, cuyo ex-libris luce en la contracubierta. Dos páginas adelante, pegada en el ángulo superior izquierdo, una nota impresa da información para bibliófilos: autor, título —extractado—, una ciudad y un año: Salamanca, 1750. Por ella sabemos también un precio, $1 10s, y que estamos ante una rareza bibliográfica.
El descriptivo título merece la pena:
Para escuchar
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