lunes, 27 de julio de 2020

Viajes de papel (2)

La segunda novela de la heptalogía, Ilona llega con la lluvia (1988), redondea más al protagonista, aunque ignoremos su patria, desconozcamos aspecto físico, ni tengamos elementos para imaginar su rostro. Maqrol el Gaviero gana en identidad, porque vamos conociendo más hechos de su vida, pero conforme a su naturaleza errante y a su variedad de oficios no deja de ser un personaje escurridizo, rebelde a toda fijación.

Dedicada a Leopoldo, hermano del autor, y precedido de dos citas, una del poeta chileno Gonzalo Rojas, y otra, en francés, extraída de Enfance, de Gorki, encontramos primero el prólogo de un narrador que ha conocido “de cerca y por muchos años” al Gaviero, al que le ha oído también muchas historias, algunas de las cuales nos presenta aquí. Destaca este narrador amigo la actitud existencial, y moral, de Maqrol, ajustada a las circunstancias del presente, sin preocupación alguna por el pasado o por el futuro.

Siguen luego seis capítulos, seis historias, centrada cada una en un aspecto diferente de la estancia del protagonista en Panamá, que es el leitmotiv de la novela. La primera historia se titula «Cristóbal», nombre de la ciudad panameña atlántica a la que llega el protagonista a bordo del carguero Hansa Stern, cuyo capitán, Winfried Geltern, conocido por Wito, centra el discurso retrospectivo del Gaviero, que lo admira —“Hablaba todos los idiomas de la Tierra con una fluidez desarmante”— y al mismo tiempo considera que su vida y empresas ilustran la experiencia del fracaso.

En «Panamá», el Gaviero llega a la ciudad del canal, donde ha de recurrir a vender objetos robados para malvivir en la pensión de lujo Astor. Es uno de los momentos valle de su vida. Días de introspección, días de soledad y tragos de vodka helado en un bar de barrio... hasta que llegaron las lluvias.

Y con un aguacero que lo obligó a buscar refugio en el vestíbulo de un hotel comienza la historia de «Ilona», Ilona Grabowska, una vieja conocida, camarada de cama y de negocios. Desde el primero —en Ostende—, hasta este último en Panamá, los encuentros de ambos han estados presididos por la lluvia. Con Ilona llegan también días de sexo, de tragos y de tranquilidad hasta que la mengua del dinero que Ilona ha aportado exige actividad.

Una actividad que se desarrolla en «Villa Rosa y su gente», la cuarta historia: una lección práctica de cómo montar y explotar un burdel de altos vuelos en la ciudad de Panamá. Ilona y el Gaviero son unos extraordinarios aventureros, sí, pero tienen muy claras sus ideas sobre la manera de sacar dinero con las menos ataduras posibles a horarios, leyes y convenciones de cualquier naturaleza.

En «Larissa», conocemos la vida, viajes y fantasmas eróticos de una de las trabajadoras de Villa Rosa. Con la última historia, «El fin del Lepanto», conocemos el desenlace de la empresa del burdel y nos quedamos a las puertas de un nuevo viaje del Gaviero a bordo del Fairy of Trieste.

Como buena novela de viajes, en Ilona llega con la lluvia encontramos una sugestiva geografía marinera: Nueva Orleans, Belice, Cartagena de Indias, Campeche (México), islas Antillas, Chipre, el Adriático, Singapur, Kuala Lumpur, San Francisco, Isla de Man, Macao, Alicante, canal de La Mancha, costa de Bretaña, Marsella, Rabat, Oslo, Ciudad del Cabo… Multiplicidad de espacios por los que se mueven nuestros protagonistas, que se ve correspondida con la multiplicidad de oficios que les vamos conociendo: contable en el Hansa Stern, contrabandista de armas y explosivos en el Mediterráneo oriental, vagonero de enfermos en el Hospital de las Salinas, fogonero en un mercante de pieles, vendedores de alfombras para un banco suizo, traficantes de oro, de perlas, de banderines de señales marítimas trucados para avisarse entre los barcos contrabandistas, vendedora de productos cosméticos fabricados con algas marinas, propietaria de un restaurante vegetariano, de un cabaret de estriptis, de una tienda de ropa exclusiva.

Esa errancia física y laboral es la seña de identidad de ambos personajes. Digo ambos, Maqrol el Gaviero e Ilona, pero debería hablar de esa fratría de tres que completa el amigo Abdul Bashur, hasta ahora constantemente evocado por Ilona y por Maqrol. En los tres personajes alienta el mismo espíritu aventurero, idéntica indiferencia por la vida reglada y las convenciones. He aquí unas palabras referidas a Ilona, que también encajan en el carácter del Gaviero y de Abdul: “una radical sedición contra toda norma escrita y establecida […] subversión permanente, orgánica y rigurosa, que nunca permitía transitar por caminos trillados, sendas gratas a la mayoría de las gentes, moldes tradicionales en los que se refugian los que Ilona llamaba, sin énfasis ni soberbia, pero también sin concesiones, «los otros»”.




El espejo (XL)


          
René Magritte, Retrato de míster James (1937)
     
      Un hombre espantoso entra y se mira en el espejo.
            —¿Por qué se mira usted al espejo, si solo puede hacerlo con disgusto?
            El hombre espantoso me responde:
            —Señor, según los inmortales principios del 89, todos los hombres son iguales en derechos; por tanto, tengo derecho a mirarme; si con placer o con disgusto, eso solo le atañe a mi conciencia.
            En nombre del sentido común, yo tenía razón sin duda; pero desde el punto de vista de la ley, él no estaba equivocado.

viernes, 24 de julio de 2020

Esperpento y realidad


El espionaje no se limita al ámbito de las naciones; las empresas también se espían, y los equipos deportivos, los partidos políticos, los bancos, y hasta los vecinos. El ser humano es fisgón por naturaleza.
Por edad, uno creció en tiempos de guerra fría, con el mundo dividido en dos bloques antagónicos tácitamente enfrentados, y recuerda vagamente algunos nombres —Rosenberg, Kim Philby, el caso Prófumo—, el muro de Berlín, la fuga de cerebros y los intercambios de espías. En el blanco y negro de la televisión llegaron Superagente 86, Ser o no ser, Con la muerte en los talones, El premio, Cortina Rasgada, El espía que surgió del frío¸ el primer dry martini —mezclado, no agitado— de Bond, James Bond, y más tarde, en los cines, infinidad de películas, entre las que destaco a vuelapluma las parodias Top Secret y las aventuras de Austin Powers, la saga sobre Jason Bourne, El puente de los espías, sin olvidar a nuestros espías nacionales, Anacleto, agente secreto, ni a los insustituibles miembros de la TIA, Mortadelo y Filemón. Ni, claro está, al omnipresente Villarejo y su temible archivo sonoro. Entre bromas y veras, lleva uno toda la vida entre espías.
Tales cosas acudieron a mi cabeza cuando leí una gacetilla en el periódico dominical. Según avanzaba en la lectura, dudaba si estaba ante una noticia real o ante el guion de un episodio de Blacklist, pero consulté internet y comprobé que se hablaba de ello en los más prestigiosos medios internacionales, así que di el hecho por cierto: un elitista grupo de piratas informáticos, APT29, conocido también como The Dukes y Cozy Bear, ha estado husmeando y utilizando malas tretas informáticas para tratar de acceder a los datos de  diversas instituciones y empresas farmacéuticas de Reino Unido, EEUU y Canadá que trabajan en la búsqueda de una vacuna contra el virus de Wuhan. Sí, espionaje industrial, nihil novum sub sole. Tecleen y descubrirán famosos y recientes casos. Una mala praxis tipificada como delito —robo premeditado de la propiedad intelectual, de datos confidenciales sobre personas, de precisiones técnicas, de resultados de experimentos— en cualquier código penal; una actividad mezcla de incompetencia, envidia e hijoputez: yo no sé o no puedo lograr tal resultado, pero voy a espiarte, a hacer mía tu técnica y a forrarme de billetes. Lo peor de lo peor en el ámbito de la sana y pacífica coexistencia de entidades con un mismo fin.
Lo curioso del caso no es ya el hecho del espionaje industrial, vieja práctica, sino el de llevarnos a los tiempos de la guerra fría, cuando Estados Unidos y Rusia, cada uno con sus países satélites, encabezaban la bipartición del mundo. El bloque occidental —Estados Unidos, Inglaterra, Canadá— acusa al Kremlin, y este se limita a decir Niet, aunque todos los indicios apuntan a que el grupo APT29 forma parte del organigrama de los servicios secretos moscovitas. Como en los años 60.  
Pero lo grave, lo verdaderamente preocupante, tanto como este virus que nos ha dado jaque, son las aviesas intenciones y las consecuencias económicas y sociales que podrían derivarse de que un país se hiciera fraudulentamente con el control mundial de las vacunas contra la COVID-19. Suena a película de espías, a impenitentes malvados que pretenden el control del planeta, a la eficiente M de la saga bondiana y al Dr No, al Súper de la TIA y al profesor Bacterio, al Dr. Maligno y sus ayudantes, al inepto Johnny English, pero también a fantoches reales como Donald Trump, Vladimir Putin o Kim Jong-un, con sus delirios y sus mentiras, sus amenazas y sus nada secretas estrategias geopolíticas.


Foto original: EFE

viernes, 17 de julio de 2020

Un caballo de raza (XXXIX)

       
                Es muy fea. ¡Pero es deliciosa!
            El Tiempo y el Amor la han marcado con sus garras y le han enseñado cruelmente lo que cada minuto y cada beso se llevan de juventud y de frescura.
            Es verdaderamente fea. Es hormiga, araña, hasta esqueleto, si lo prefieres; ¡pero es también brebaje, magisterio, brujería! En suma, es exquisita.
            El Tiempo no ha podido romper la armonía chispeante de sus andares, ni la elegancia indestructible de su cuerpo. El Amor no ha alterado la suavidad de su aliento infantil; ni el Tiempo  le ha arrancado nada a su abundante melena, que exhala en salvajes perfumes toda la vitalidad endiablada del Mediodía francés: Nîmes, Aix, Arles, Avignon, Narbonne, Toulouse, ¡ciudades benditas por el sol, enamoradas y encantadoras!
            El Tiempo y el Amor la han mordido en vano con sus buenos dientes; en nada han disminuido el encanto vago, pero eterno, de su pecho adolescente.
            Ajada quizá, pero no fatigada, y siempre heroica, hace pensar en esos caballos pura sangre que el ojo del auténtico aficionado reconoce, aunque vayan enganchados a un coche de alquiler o a un pesado carromato.
            Y además, ¡es tan dulce y tan ferviente! Ama como se ama en otoño; se diría que la proximidad del invierno enciende en su corazón un fuego nuevo, y que el servilismo de su ternura nunca es fatigoso.

martes, 7 de julio de 2020

¿Cuál es la verdadera? (XXXVIII)


Conocí a una tal Benedicta, que llenaba la atmósfera de ideal, y cuyos ojos esparcían el deseo de grandeza, de belleza, de gloria y de todo lo que hace creer en la inmortalidad.
            Pero esta joven milagrosa era demasiado hermosa para vivir mucho tiempo, y murió unos días después de haberla conocido, y fui yo mismo quien la enterró un día en que la primavera agitaba su incensario hasta en los cementerios. Fui yo quien la enterró bien cerrada en una caja de madera perfumada e incorruptible como los cofres de la India.
            Y como mis ojos se quedaron clavados en el lugar donde había escondido mi tesoro, de pronto vi a una criaturilla singularmente parecida a la difunta, que pataleaba sobre la tierra fresca con una violencia histérica y extraña, y decía estallando en risas: ¡Yo soy la verdadera Benedicta! ¡Yo soy la famosa canalla! ¡Y como castigo por tu locura y tu ceguera, me amarás tal como soy!
Pero yo, furioso, le respondí: ¡No! ¡No! ¡No! Y para acentuar más mi rechazo, golpeé con tanta fuerza la tierra con el pie que se me hundió hasta la rodilla en la sepultura reciente, y, como un lobo pillado en la trampa, aquí sigo clavado, quizá para siempre, a la fosa del ideal.

domingo, 5 de julio de 2020

Viajes de papel


         
Recuerdo que algunas las había comprado en el quiosco de Manolita con el dinero —no pillaba otro— del aguinaldo o de mi cumpleaños. Fueron los primeros ejemplares de mi biblioteca, desaparecidos hace décadas entre mudanzas y severos escrutinios. Otras eran intercambios y préstamos de mis amigos, Joaquín Arenas sobre todo, entusiasta también de las aventuras viajeras de Tintín, Milou y el capitán Haddock. Recuerdo ahora las novelas de Julio Verne, sus fantásticos, maravillosos viajes —20.000 leguas de viaje submarino, El faro del fin del mundo, Cinco semanas en globo, La vuelta al mundo en ochenta días, Viaje al centro de la Tierra —, recuerdo el asombro al encontrar escritas nuestras fantasías de niños, recuerdo el interés, la pasión con que leíamos y explicábamos los avances científicos y técnicos, recuerdo la fascinación ante la variedad de idiomas y paisajes, de razas, vestimentas y costumbres del planeta. Desde los pabellones de la calle Altillo, en las siestas penumbrosas y calladas del verano, recorríamos el mundo con tebeos —Oh, reina Sigrid de Thule— y novelas.
            Recuerdo también una palabra de Julio Verne. No leí la novela, pero sí vi la película. En un cine de verano. No recuerdo nada más. Solo aquella palabra. Y que acudí al diccionario. Tribulación. Las tribulaciones de un chino en China.
            Viene este infantil prolegómeno al azar, o al destino, de haber leído estas tardes de atrás La Nieve del Almirante, una novela del escritor colombiano Álvaro Mutis, en la que he conocido, oh feliz descubrimiento, a otro viajero asombroso, Maqroll el Gaviero, de quien había leído y escuchado siempre palabras elogiosas y recomendaciones para frecuentarlo.
            La Nieve del Almirante (1986) es la primera de las siete novelas que conforman las Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, publicado en dos volúmenes por la editorial Siruela en 1993. Este Gaviero —“denominación que recibe el hombre de la gavia (plataforma de observación en la punta de un mástil), aquel que tenía la posibilidad de ver más lejos en el horizonte”—, es el arquetipo del ser errante e insatisfecho, viajero nato y contumaz emprendedor de negocios fallidos que acaba en el desencanto, a pesar de lo cual no abdica de los pilares filosóficos de su existencia: “Sigue a los navíos. Sigue las rutas que surcan las gastadas y tristes embarcaciones. No te detengas. Evita hasta el más humilde fondeadero. Remonta los ríos. Desciende por los ríos. Confúndete en las lluvias que inundan las sabanas. Niega toda orilla” (103).
         Este primer libro sobre el Gaviero, dedicado al escritor colombiano Ernesto Volkening, está formado por un prólogo (un narrador-editor, que se confiesa lector de todos los papeles del Gaviero, nos cuenta el hallazgo de unas hojas manuscritas, halladas en el bolsillo de la tapa posterior de un libro comprado en una librería de viejo de la calle Botillers, de Barcelona; el libro en cuestión, del escritor francés Paul Raymond, lleva por título Enquête du prévôt de Paris sur l'assassinat de Louis, duc d'Orléans; las hojas manuscritas contienen el diario escrito por Maqroll el Gaviero durante su viaje río Xurandó arriba, en busca de unos aserradores más allá de la selva).
           Le sigue el texto principal, Diario del Gaviero, que abarca temporalmente del 15 de marzo al 29 de junio. Y la sección «Otras noticias sobre Maqroll el Gaviero», integrada por cuatro textos de escasas páginas sobre el protagonista, y publicados con anterioridad, donde apreciamos esa casual insistencia del protagonista en unos lugares remotos y en unas empresas, cuando menos, singulares: Cocora (estancia en una mina abandonada); La Nieve del Almirante (en lo más alto, perdido y peligroso de la carretera de la cordillera, una tienda bar atendida por el Gaviero con la ayuda de una mujer); El cañón de Aracuriare (viaje a un lejano y olvidado paraje para entregar instrumentos de precisión a dos buscadores de oro); y La visita del Gaviero (el protagonista cuenta algunos episodios de su vida al narrador).
          En el diario se entreveran pequeños sucedidos y contratiempos de la navegación: “De nuevo varados en los bancos de arena que se formaron en un momento mientras orillamos para arreglar una avería”; descripciones de las orillas del Xarandó y del curso de sus aguas: “La corriente es más fuerte y el cauce del río se va estrechando. En las mañanas, el canto de los pájaros se oye más cercano y familiar y el aroma de la vegetación es más perceptible. Estamos saliendo de la humedad algodonosa de la selva, que embota los sentidos y distorsiona todo sonido, olor o forma que tratamos de percibir. En la noche corre una brisa menos ardiente y más leve”; noticias sobre los personajesEl Capitán: “Siempre está en una semiebriedad, que sostiene sabiamente con dosis recurrentes aplicadas en tal forma que jamás se escapa de ese ánimo en que la euforia alterna con el sopor de un sueño que nunca lo vence por completo. Sus órdenes no tienen relación alguna con la trayectoria del viaje y siempre nos dejan una irritada perplejidad”; el práctico: “uno de esos seres con una inagotable capacidad de mimetismo, cuyas facciones, gestos, voz y demás características personales han sido llevados a un grado tan perfecto de inexistencia que jamás consiguen permanecer en nuestra memoria”; el mecánico, un indio poco hablador, reconcentrado siempre en que el viejo y asmático motor no se pare definitivamente: “El mecánico ha llegado a conseguir del motor proezas de cabalista”; un estonio grandullón, de nombre Ivar: “Creí sorprender una ráfaga de inquietud, de agazapada incertidumbre, en los rostros del práctico y del estoniano. Algo se va concretando respecto a estos dos compinches en alguna fechoría o socios en alguna empresa sospechosa”; dos soldados enfermos de malaria; una familia de indios selváticos: “el hombre, la mujer, un niño de unos seis años y una niña de cuatro. Todos desnudos por completo. Se quedaron mirando la hoguera con indiferencia de reptiles. Tanto el hombre como la mujer son de una belleza impecable”; aforismos: “Cada día somos otro, pero siempre olvidamos que igual sucede con nuestros semejantes. En esto tal vez consista lo que los hombres llaman soledad. O es así, o se trata de una solemne imbecilidad”; retazos autobiográficos y sueños del protagonista: “Sueño que participo en un momento histórico, en una encrucijada del destino de las naciones y que contribuyo, en el instante crítico, con una opinión, un consejo que cambia por completo el curso de los hechos. Es tan decisiva, en el sueño, mi participación y tan deslumbrante y justa la solución que aporto, que de ella mana esa suerte de confianza en mis poderes que barre las sombras y me encamina hacia un disfrute de mi propia plenitud, con tal intensidad que, cuando despierto, perdura por varios días su fuerza restauradora”; progresivas dudas sobre el negocio con maderas que lo ha hecho embarcarse: “Me subía por el estómago una sensación de ansiedad ya familiar: me indica cuándo empiezo a tropezar con los obstáculos de una realidad que había ido ajustando engañosamente a la medida de mis deseos”; comentarios sobre el libro que va leyendo esos días de navegación fluvial: “Juan Sin Miedo no tiene excusa válida. Al ordenar la muerte del hermano del rey de Francia, condenó su propia raza a la inevitable extinción. Qué lástima. Un Reino de Borgoña tal vez hubiera sido la respuesta adecuada a tantas cosas que luego llovieron sobre Europa en una secuencia de maldición inapelable”. El recuerdo de Conrad en El corazón de las tinieblas es inevitable.
         Un narrador admirable Álvaro Mutis, con una sorprendente precisión narrativa —“En las noches de lluvia, el olfato me anuncia la creciente: un aroma lodoso, picante, de vegetales lastimados y de animales que bajan destrozándose contra las piedras; un olor de sangre desvaída, como el que despiden ciertas mujeres trabajadas por el arduo clima de los trópicos; un olor de mundo que se deslíe precede a la ebriedad desordenada de las aguas que crecen con ira descomunal y arrasadora”—, de estirpe kafkiana en algunos pasajes y en el final de la historia, que supera el realismo mágico para vindicar lo mágico de la realidad.