A mi madre, Juanita Zarco
En su
Juicio
analítico de don Quijote, escrito en Argamasilla de Alba, y publicado en
1863, don Ramón Antequera identificó a Dulcinea del Toboso con Ana Martínez
Zarco de Morales, lo mismo que el anotador Diego Clemencín y que el director de
la Biblioteca Nacional y maestro de comentaristas, don Francisco Rodríguez
Marín, que señala al doctor Zarco como “próximo deudo” de Dulcinea, al igual
que el alcalde Pantoja, siendo don Luis Astrana Marín el único cervantista que
rechaza tal conjetura y la considera una patraña: “juzgo completamente estéril
buscar el modelo vivo de Dulcinea y hablar de tradiciones, falaces, señalando
como encarnación de la heroína a cierta Ana Zarco de Morales […] El personaje,
aunque otros del
Quijote no lo parezcan,
es en Dulcinea totalmente imaginario”
.
La
afirmación taxativa de Astrana Marín es demoledora, el castillo de naipes se viene
abajo con el soplo del biógrafo conquense, y como presunto descendiente de
Dulcinea, quiero decir de los Zarco toboseños, he de asumir que Dulcinea sea hija de la imaginación de
Cervantes, y no imagen de la susodicha Ana Zarco de Morales. Cierto que el Quijote nada gana con que Dulcinea esté
inspirada en una persona real, pues lo que interesa en el caso no es la verdad
histórica de los hechos, sino la verdad literaria, la realidad ficticia, la
creación de un personaje que es la flor de la virtud y de la belleza,
inspiradora del más noble y esforzado de los caballeros andantes que en el
mundo han sido, pero el interrogante surge con fuerza: ¿es posible que el señor
Astrana Marín esté en el error y anden en el camino de la verdad los otros
cervantistas? Concedamos, al menos, el beneficio de la duda, y sigamos las
huellas de Ana Zarco de Morales y su posible relación con el autor del Quijote.
Algo
hubo en El Toboso con un Cervantes, y quiere la leyenda que con esta Zarco que
ya conocemos. Sobre qué fuese lo habido no hay unanimidad —apaleamiento,
prisión, revolcón en el fangal de una laguna cercana, broma pesada, premeditada
venganza o súbita y espontánea reacción de los toboseños—, tampoco sobre el
porqué: resentimiento, maliciosa hablilla, chiste, insultante maledicencia de
un Cervantes alcabalero que anduvo por la villa entre 1584 y 1588, según
Clemencín.
En
«La patria de Don Quijote»
,
relata Azorín el viaje por tierras manchegas del escritor romántico José
Giménez Serrano en el verano de 1848. Haciendo camino, el viajero
se encuentra con un religioso, que le cuenta
leyendas sobre Cervantes, una de las cuales habla de:
“una bárbara y supuesta venganza que en El Toboso se
tomaron con un recaudador de contribuciones o alcabalero, llamado Cervantes.
Dicho Cervantes no era otro que el autor del Quijote. Habiendo llegado el alcabalero al pueblo, y hallándose
durmiendo, por la noche, en el pajar de una casa, le despertaron los mozos, y,
medio arrastrando, con una soga a la cintura, le sacaron por las calles del
pueblo. Afortunadamente, llegaron a tiempo los cuadrilleros y libertaron a
Cervantes de manos de la chusma. No era otro el propósito de los mozos
tobosinos sino el de llevar a Cervantes a una laguna próxima y chapuzarle en
sus cenagosas aguas. En El Toboso son peritísimos en esta operación”.
La leyenda recoge el qué, pero no
el porqué, aunque se deja adivinar que los toboseños no miraban con buenos ojos
las alcábalas que habían de pechar y la tomaron con el alcabalero; parecida
versión, aunque más sintética, ofrece Gregorio Mayans, que añade el irónico
desquite del escritor: “según he oído decir, Miguel de Cervantes fue allá con
una comisión, y por ella le capitularon los del Toboso y dieron con él en una
cárcel. Y en agradecimiento de esto (que no la hemos de llamar venganza,
habiendo resultado en tanta gloria de La Mancha), hizo Cervantes manchegos a su
caballero andante y a su dama”
.
Junto al móvil impositivo de la
somanta, prisión o enlodamiento, o lo que fuera que perpetraron los mozos tobosinos
contra el Cervantes, circula también el motivo sentimental: un asunto de haldas
—no se sabe si comentario hiriente o pura rivalidad entre dos enamorados de la
misma dama—, como explicita en pelos y señales la versión que el alcalde
Pantoja debió de contarle al periodista salmantino José Sánchez Rojas, en el
verano de 1930
:
“Cervantes tenía parientes en la villa toledana,
generosos y ricos: a ellos acudía Miguel en los momentos de apuro y de amargura
[…] en El Toboso conoció y amó Cervantes a una linda mancheguita llamada doña
Ana Martínez Zarco de Morales [… que] habitaba en el callejón de Mejías, junto
a la iglesia […] Pero Miguel era pobre, y el estado de su bolsa no mejoraba
nunca. La pícara necesidad […] le obligó, tal vez, a manchar el noviazgo con
alguna mentira. Doña Ana, mujer de sentido práctico, como buena española y como
buena manchega, dio oídos al caballero calatravo, vecino del lugar, don
Francisco de Pacheco […] Y ya en relaciones […] Cervantes trató de estorbar
esta inteligencia. Una tradición afirma que Cervantes anduvo a palos y los
recibió sin cuenta de los criados y servidores de su adversario. Otra asegura
que los contendientes fueron los dos rivales. El hecho es que Miguel, después
de la trifulca ruidosa acaecida en el callejón de Mejías, al lado de la casa de
la amada, no tornó más al Toboso”.
Hay
quien asegura que Pacheco, celoso de ver a Cervantes perdidamente enamorado de
doña Ana, rondándola día y noche, envió a unos criados a darle un escarmiento. El
cronista alcazareño Juan Leal Atienza
recoge el testimonio de Martín Fernández de Navarrete, tras consultar
en 1805 a Francisco de Paula Marañón, vecino
de Alcázar de San Juan, sobre documentos referidos a Cervantes: “Estando con
este motivo [recaudando impuestos] en El Toboso, dijo a una mozuela alguna
jocosidad, de que se picaron las partes interesadas, y de resultas le pusieron
preso”. Clemencín piensa que fueron los parientes y criados de los Martínez
Zarco de Morales quienes tundieron a Cervantes—no está claro el motivo— en el
callejón de Mejía y que el escritor se desquitó en su novela ridiculizando a la
hidalga doña Ana Zarco representándola en la aldeana Aldonza Lorenzo, hija de Aldonza
Nogales (nombre de árbol, las mismas vocales y en la misma posición que el
Morales de los Zarco), y de Lorenzo Corchuelo (rústico apellido carente del
lustre de los Martínez Zarco de Morales y Villaseñor), caracterizándola como
ruda labradora, morisca con toda seguridad, “y con la mejor mano para salar
puercos que otra mujer de toda La Mancha”.
Patrocina
igualmente esta versión de la revancha cervantina el reportaje que Rómulo Muro
publicó en 1925 en el
ABC, donde se precisa
que no fue amor despechado la causa, ni maledicente jocosidad, ni afán
recaudatorio del alcabalero, sino venganza de los tobosinos por haber hecho
burla de doña Ana Martínez Zarco de Morales al convertirla en la amada del
caballero de la Triste Figura: “doña Ana, cuyo novelesco apodo dicen que valió
algunas contundentes caricias de los zagalones toboseños, que en no muy clara
noche toparon con el rondador mujeriego en una de las callejas fronterizas a la
iglesia parroquial”
.
Que
existió en época cervantina una Ana Martínez Zarco de Morales en El Toboso,
parece hecho verídico. Que Cervantes tenía parientes en el lugar, también. Que
el alcabalero Miguel de Cervantes anduviera por El Toboso y entrara en amores
con Ana Martínez Zarco de Morales y fuese finalmente rechazado, es posible, verosímil,
pero al no estar comprobado queda como conjetura. Que esta dama fuese la
inspiradora de Aldonza Lorenzo, y por ende de la simpar Dulcinea, chi lo sa? ¿Que esta Zarca me es
consanguínea por la rama materna del árbol? Puede que sí, puede que no, pero lo
más seguro es que quién sabe.