4
Según
el geógrafo Estrabón (64 a. C.—23 d. C.), los griegos crearon la
onomatopeya βάρβαροσ (bárbaros)
para referirse, de forma descriptiva, que pronto resultó hiriente, a
quien hablaba «con una pronunciación difícil y de forma seca y
ruda”.
Con el tiempo esa palabra amplió su semántica, usándose como
«nombre étnico general» para señalar al extranjero, a quien no
hablaba griego, especialmente al persa; también nombraba lo exótico,
lo extraño. Posteriormente se creó el verbo βαρβαρίζω
(barbarizo):
hablar u obrar como los extranjeros; estar de su parte. También
consideraban los griegos el barbarismo
(βαρβαρισμόσ) un error lingüístico, imputable al
conocimiento deficiente de la gramática, y para afirmar que algo era
incomprensible utilizaban la pasiva del verbo barbaroo
(βαρβαρόω),
equivalente en voz activa a ‘convertir en bárbaro’. Finalmente,
lo bárbaro estaba muy cerca de lo inculto e ignorante, de lo tosco,
lo grosero, e incluso de lo salvaje.
Bárbaros,
para los griegos, eran los romanos con su latín, que adoptaron la
palabra para designar a los extranjeros, a quienes hablaban otra
lengua distinta a la latina y a la griega. Consciente de cómo suena
una lengua extraña a quien nunca la ha escuchado, el poeta latino
Ovidio, durante su destierro a orillas del Mar Negro, escribió:
«Aquí soy yo el bárbaro, porque ninguno me entiende, y los tontos
de los Getas se ríen al oír mis palabras latinas».
Los
romanos también incorporaron a su lengua el barbarismus
(vicio
contra la pureza del lenguaje), las expresiones in
barbarum modo y
barbarice (a
la manera de los bárbaros), el verbo barbarizar,
el nombre Barbaria
(cualquier nación distinta de Roma y Grecia), o el tecnicismo
barbarolexis
(empleo
de una palabra extranjera en un texto latino).
Desde
el siglo III d. C., cuando pueblos bárbaros, es decir, con lengua y
cultura no grecorromanas, comenzaron a cruzar las fronteras del
Imperio Romano, la palabra bárbaro
amplió su significado al observarse la violencia y la destrucción
que algunos de aquellos pueblos acarreaban a su paso. Así, el
bárbaro, además de con extranjero, se relacionó también con la
fiereza y la crueldad: los vándalos, por ejemplo, han dejado su
huella léxica en vándalo
(que comete acciones propias de gente salvaje y destructiva), en
vandalismo
(devastación
propia de los antiguos vándalos; espíritu de destrucción que no
respeta cosa alguna, sagrada ni profana), en el adjetivo vandálico
o en el reciente vandalizar
(maltratar o destruir una instalación o un bien público).
Que
un término que designa una nación, un grupo étnico, una
colectividad, aumente su carga significativa, asumiendo connotaciones
relacionadas con el carácter, costumbres y cultura del grupo en
cuestión, es un fenómeno semántico bastante frecuente en la
lengua, y lo que en origen era un término neutro, objetivo,
descriptivo —Ese
hombre es extranjero, no habla nuestra lengua—
acaba cargado por el diablo del racismo y del nacionalismo, como
ocurre en nuestros días con las palabras negro,
moro,
gitano,
musulmán,
inmigrante…
en
boca de ultraderechistas y nacionalistas a ultranza.
Pero la lengua, en giros semánticos sorprendentes, es capaz de
hacer lo grande pequeño y lo malo bueno, así la palabra
bárbaro
ha llegado a tomar connotaciones positivas en determinados contextos:
el
orador estuvo bárbaro.
Un lengua viva nunca deja de sorprendernos con su poder creativo: lo
que tiene connotaciones negativas, acaba invirtiendo su energía
para transformarla en positiva.
En
la escuela de mi infancia —recuerdo la viñeta, que se reproduce
aquí—, los
bárbaros del Norte
se presentaban como «pueblos semisalvajes que procedentes del Centro
y Norte de Europa invadieron a España en el año 409. Traían
consigo a sus familias y sembraron la destrucción y la muerte a su
paso». No obstantes las rudas costumbres y el carácter sanguinario,
el autor de la enciclopedia
Álvarez
supo encontrar
virtudes
de estos invasores que calaron hondamente en los españoles: «su
sencillez, su valentía y su aprecio al honor y la familia».
¡Bárbaro, don Antonio, magnífico! Nuestro ser colectivo, la
identidad española, es huella fiel de aquellos bárbaros.
Esa
imagen —como la de Atila y sus hunos— de gente armada, violenta y
destructiva, no es sin embargo, la que encontramos en otros pueblos
que se adentraron en la península por el Sur, llamados también
bárbaros,
es decir, extranjeros, bereberes
o
berberiscos
por su algarabía, por su lengua árabe. Curioso este triplete léxico
—bárbaro,
bereber, berberisco— de abuela griega, introducido en el castellano
por doble vía, latina y árabe. Con la peculiaridad, también, de
que la vía árabe no ha aportado matices negativos, en correlación,
sin duda con el carácter más pacífico de la invasión árabe —los
bárbaros del Sur— que la europea.
Para
sembrar, no la duda, sino el interés por nuestra lengua, por nuestro
vocabulario, y también por nuestro imaginario sobre aquellos pueblos
que entraron en la península ibérica durante la Edad Media,
reproduzco a continuación un conocido poema de C. P. Cavafis:
Esperando a
los bárbaros
¿A qué esperamos congregados en la plaza?
Es que hoy llegan los bárbaros.
¿Por qué hay tan poca actividad en el Senado?
¿Por qué los senadores —sentados— no legislan?
Porque hoy llegan los bárbaros.
¿Qué leyes dictarían ya los senadores?
Cuando lleguen las dictarán los bárbaros.
¿Por qué el emperador se ha levantado tan temprano
y en la puerta principal de la ciudad está sentado tan solemne,
en su trono, y coronado?
Porque hoy llegan los bárbaros.
Y nuestro emperador está esperando para
recibir a su jefe. Incluso ha preparado
un pergamino para él. Y en él le ha conferido
nombramientos y títulos sin cuento.
¿Por qué nuestros dos cónsules y los pretores han salido hoy
con sus tocas recamadas de púrpura?
—¿Por qué esos brazaletes de tantas amatistas
y anillos de esmeraldas destellantes?
¿Por qué empuñan bastones tan preciosos labrados
maravillosamente en oro y plata?
Porque hoy llegan los bárbaros,
y esas cosas deslumbran a los bárbaros.
—¿Por qué los dignos oradores no vienen como siempre a lanzar
sus discursos, a soltar peroratas?
Porque hoy llegan los bárbaros,
y elocuencia y arengas les aburren.
—¿Por qué surge de pronto esa inquietud
y confusión? (¡Qué gravedad la de esos rostros!)
¿Por qué rápidamente calles y plazas se vacían
y todos vuelven a casa pensativos?
Porque ya ha anochecido y no llegan los bárbaros.
Y desde las fronteras han venido algunos
diciéndonos que no existen más bárbaros.
—Y ahora ya sin bárbaros ¿qué será de nosotros?
Esos hombres eran una cierta solución.
***
1 Estrabón, Geografía, 14.2.28.
2 Publio Ovidio Nasón,
Tristes, V, X.
3 Antonio Álvarez Pérez,
Enciclopedia. 3º grado. Ed. Miñón, Valladolid, 1958, p. 432.
4 C. P. Cavafis,
Poemas. Traducción Ramón Irigoyen. Círculo de Lectores, Barcelona, 1.999, p. 51.