martes, 16 de abril de 2024

De flores esmaltado

Lucen hermosos los campos estos días, las sierras y las riberas. El agua ha propiciado una primavera pujante y florida: corre el Guadalmez, corre el Guadamora, corren arroyos y regatos, y hasta en las cunetas queda agua todavía. 

En los sembrados ondulantes, suavemente mecidos por la brisa, encaña el cereal. Bajo el azul limpio, recién tendido, granan las espigas. A un lado y otro de la carretera, un bello tapiz en verdes —avena, cebada, retamas, algunas encinas jóvenes, dispersas— y amarillo de jaramagos, cuyas lindes trazan las amapolas. En las orillas de la carretera, el azur liliáceo de las lenguas de buey, la roja opulencia de las amapolas, el discreto, casi minimalista, rosa de los alfilerillos, los amarillos de la aulaga, de los crisantemos silvestres, de los botones de la manzanilla… 

Con su cresta parda, timbreando mientras vuela, posándose en la punta de una retama, de una mata de encina, o sobre un poste de granito, una alondra como abriéndome paso hasta que se zambulle entre unas avenas locas.

Qué gozada, qué ventura estar allí, qué alta emoción ante aquella estampa natural, que me trajo los versos de San Juan de la Cruz, cuando la Amada pregunta a las criaturas si han visto a su Amado, y éstas le cuentan cómo con la sola presencia del bello desconocido, a su solo paso, la tierra iba floreciendo:


Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura,
y, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura.

Tras el lírico subidón, la realidad más contundente: a la vuelta, en el gris de la carretera, el amarillo inconfundible de las alas de un jilguero aplastado por la rueda de un coche.


domingo, 14 de abril de 2024

Para saber de nosotros

 

Nada más fascinante que encontrarnos reflejados y reconocernos en la escena de una novela, en los diálogos de una obra teatral, en las líneas de un ensayo, de una biografía o de un diario, en los versos de un poema, cuyos autores, vivos unos, desaparecidos otros, ni por asomo han tenido contacto con nosotros, ni remoto conocimiento de nuestra existencia. Sin embargo, hay pasajes de Lorca que nos retratan, situaciones kafkianas que hemos vivido, ideas cervantinas que nos definen, personajes que son un espejo de nuestro ser más íntimo. Ese es el don de la literatura: la capacidad de reflejar nuestras múltiples maneras de ser: la palabra convertida en vida, la vida convertida en palabra.

Un libro sobre los libros y la vida. O sobre la vida en los libros. Sobre la íntima conexión entre lector y escritura. Sobre la búsqueda de la propia vida la familia, los amigos, el trabajo, la infancia y la juventud, los afanes, los dolores y los amores en la escritura de los otros.

De esos encuentros y reencuentros con nosotros mismos en las páginas de un libro trata Sigo sin saber de ti, del estadounidense Peter Orner.


lunes, 8 de abril de 2024

La zorra no puede disimular el hopo

Y recordaba con alegría aquel gusto candeal de los panes de su infancia. La frase está escrita a lápiz en el interior de la tapa trasera del tomo I de los cuentos de Ignacio Aldecoa. No aparece fecha ni autor, pero puedo asegurar que reconozco mi caligrafía y que la anoté después de la primera lectura de aquellas historias, algunas de las cuales me llevaban a mi infancia. Reconozco que la candealidad de aquel pan quizá sea más un recurso literario que pura realidad, aunque puedo asegurar también que no he vuelto a probar desde entonces hoyos de pan con aceite tan sabrosos como los que merendaba en Esparragal, ni vienas tan blancas y esponjosas como las que repartía con su triciclo por las mañanas el panadero en la calle Altillo.

Una de las razones por las que vuelvo de vez en cuando a los cuentos de Aldecoa es que presenta ambientes, personajes, situaciones que viví y conocí en mi niñez: la cuadrilla errante de segadores y su temor a que el viento pardo les llegue por la espalda, el niño que caza mariposas, pajarillos, ranas, ratas y lagartijas a las afueras de Madrid, en las orillas del Manzanares; la vida de un discreto héroe de barrio como el boxeador Young Sánchez, el triste futuro de la desangelada pareja de novios que protagoniza la Balada del Manzanares, la épica cotidiana de los trabajadores ferroviarios que evitan un choque de trenes, los personajes marginales que pueblan el callejón de Andín, la familia de emigrantes que habita una chabola en el Solar del paraíso.

Ese hilo que conecta a Aldecoa con mi infancia es también lingüístico. Leer a Aldecoa es descubrir una palabra vieja, un giro de argot, el aire campesino de un refrán, y celebrar el hallazgo, y meditar brevemente sobre el mundo nuestro de ayer y el de hoy, sobre el tiempo que cambia nuestra vida y nuestro decir.