viernes, 17 de abril de 2009

¡Hija de Mnemósine!


 Conforme va uno cumpliendo años en el oficio, cree menos en la inspiración y más en la disciplina del mester, en el esfuerzo y en la constancia. La dichosa musa, ¿a quién y cuándo se le aparecerá?
 No hay inspiración sin aplicación. Sin investigación ni experimentación. Sin horas de mesa y trabajo en soledad. Ni sin algo más…
 Los escritores somos como los toreros. No digo ahora del escalafón, que lo hay como en todas partes, sino de las faenas: salen inspiradas unas, rebosantes de torería y saber estar (como aquellas que elogiaba el maestro Joaquín Vidal: parar, mandar y templar), goce del torero y gozo del aficionado; otras faenas salen del montón, como la de cualquier compañero del oficio: vistas dos, vistas todas; alguna, incluso, para olvidar: de aliño y con infame bajonazo. Los toreros, como los escritores, tienen sus tardes.


martes, 14 de abril de 2009

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No ha de escocer la verdad. Ni molestar. Ni ofender. Puede hacer recapacitar, para persistir en ella o modificar el rumbo. O para abandonar, si se es un cobarde.
Pero una cosa es la teoría y harina de otro costal la práctica. Desde que tengo uso de razón he visto muchas veces que entre la verdad y el quedar bien, lo segundo interesa más que lo primero. Mala cosa no habituarse a la sinceridad.
Si la verdad duele es porque no estamos acostumbrados a ella. Prefiero una verdad a mil mentiras llevaderas.

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jueves, 2 de abril de 2009

En el bosque de encinas (Notas de una lectura)


. El domingo último de marzo fui de los que pasaron frío –sólo al principio- en el patio del convento de Pedroche, mientras se le reconocía a Pedro Tébar su hermosa Canción de la madre del agua. La noche anterior había dejado el libro en el capítulo del niño grupero y tenía ganas de acabarlo, así que después del protocolo y de un cigarrillo, de una copa de tinto y unas lonchas de ibérico, dejé el lugar con la intención de pasar una tarde tranquila en casa, terminar el libro y recomendar aquí su lectura, pero los trasgos se pusieron a enredar y hasta ahora no he podido acudir a estas páginas.

. No se cuenta tan bien el ser y el imaginario de una gente sin paciente estudio ni madura sensibilidad.

. Historia y leyenda: literatura fundacional: este viejo país del bosque de encinas convertido en territorio universal, en espacio mítico levantado con el saber y la memoria personal, y con el recuerdo -el acervo- colectivo.
Y con los papeles amarillentos de viejas crónicas lugareñas.

. Un país de leyendas de aparecidos y desaparecidos, de seres que obran prodigios, de miedos y oraciones ancestrales. Un país también donde hubo guerras y llegaron soldados de lejanos lugares que hablaban extrañas lenguas y a los que había que matar porque eran el enemigo.

. Entreverada asoma también la protesta, la denuncia, de un narrador – y supongo de un autor- de izquierdas.

. No el plañideo quejicoso, el “cualquiera tiempo pasado fue mejor” o el “esto ya no es lo que era”. No paraíso perdido, sino encontrado.

. Verdad y belleza en el qué y en el cómo: en el asunto y en las palabras con que se cuenta.

. La canción de PT está llena de vida: en las cocinas de las casas, en las esquinas donde se juntan las comadres, en los callejones que se pierden en lo oscuro, en las plazas donde juegan los niños, junto a los pozos, en las herrerías y en los tabucos de los zapateros, en los caminos y en las cañadas de la sierra.

. Un mundo natural en la plenitud de su ser, de su poder. Una mágica relación: experiencia, superstición, fantasía. Con los árboles y las hierbas, con el lobo y las lechuzas, con las nubes de tormenta y con los cuatro vientos.

. Un realismo mágico que ya existía antes de que García Márquez descubriera Macondo.

. Es una gozada leer un buen libro.