Aconsejo leer este
libro en la calma de una tarde lluviosa, cómodamente sentados en un sillón, sin
prisa por acabarlo, aunque sepamos que lo haremos —apenas 100 páginas—,
asomándonos alguna que otra vez a la ventana para contemplar el celaje gris
mientras musitamos una frase recién leída —“Una ciudad geométrica, lineal, hace
gente geométrica, lineal; una ciudad inspirada en un bosque hace seres
humanos”—, y recordamos un paseo por el encinar entre la niebla; o la mañana de
verano en que, disimulados entre la maleza de la ribera del Guadalmez, escuchamos
el canto de la oropéndola; o el color y la textura del musgo sobre las piedras
de granito en lo más hondo de una umbría; rememorando, en fin, reviviendo, uno
de esos momentos gozosos, iluminadores, inefables, en que nos hemos sentido
pura vida, puro existir, en medio de la naturaleza.
A partir de
recuerdos de infancia, de la peculiar relación con su padre, fruticultor casero
que ama y mima los árboles en cuanto productores de fruta, de su temprano
interés por la historia natural, acompañamos en cuatro paseos a John Fowles,
autor de conocidas novelas como El
coleccionista y La mujer del teniente
francés, mientras nos habla de sus bosques preferidos, de cómo la economía,
la cultura popular, la pintura y la literatura han interpretado la naturaleza a
lo largo de la historia, y de la íntima relación entre los árboles y su propia
creación literaria.
Más que un ensayo ecologista,
que lo es, pues de nuestra relación con la naturaleza trata, El árbol es un libro de ética. Y de
estética. Lo ético le viene por la defensa de ese “hombre verde” que nunca
hemos dejado de ser a pesar del cientifismo que dirige nuestras conductas, por
la invitación a adentrarnos en el bosque, en ese espacio físico que simboliza
el desorden, lo prohibido, lo irracional.
Frente a la
naturaleza domesticada y parcelada, ajardinada, racional, frente a lo científicamente
clasificado, explotado y cuantificado, el bosque, lo salvaje, la pura y libre
vida en expansión.
Frente al control
racional, el caos natural. Frente a las taxonomías, la libertad. Esa es la
estética.