No es la primera vez que veo la imagen y escribo sobre ella: alineados al contraluz, solos o en pequeños grupos, sobre cables tendidos a diferentes alturas o en las ramas desnudas de álamos, almendros, higueras o cerezos, gorriones y tordos semejan una partitura viva, la mágica escritura en que las siluetas son notas y acordes de la pieza concebida por un músico que tiene los mismos sueños que los pájaros. Fantaseo con esa música natural, sublime...
Pero todo es silencio allá arriba. Silencio y quietud. Inmóviles, como pintados, los pájaros callan a mi paso, extasiados, agotados quizá del jolgorio matutino, parecen contemplar el paisaje de esta tarde fría de enero: la sierras nítidamente recortadas en el gris del cielo, el juego de los verdes y los pardos en las cercas, ese hombre que pasea como soñando…
La casualidad ha querido que mientras compongo estas líneas, tenga de fondo la música de Charlie Parker, un mago de la trompeta, a quien los buenos aficionados llamaban Bird.
¿Suenan así los sueños de los pájaros?