lunes, 23 de octubre de 2017
martes, 3 de octubre de 2017
Un hombre del ferrocarril (y 3)
En julio de 1901, Franz Kafka
termina el bachillerato de Humanidades en el Real e Imperial Gymnasium Alemán,
sito en la primera planta del palacio Goltz-Kinsky en la Plaza Vieja de Praga.
El consejo del claustro orienta al alumno hacia los estudios de Filosofía, pero
pasado el verano se matricula en Química, igual que su compañero Oskar Pollak.
A las dos semanas, abandona y cambia a Derecho, una opción más acorde con las
pretensiones del padre de verlo convertido en funcionario del imperio
austrohúngaro; después de un semestre deja las aulas del Karolinum y comienza a
asistir a clases de Filología Alemana y de Historia del Arte. Podemos imaginar
las caras serias de los padres, las trifulcas y los silencios de enfado y
contrariedad en el domicilio de los Kafka, entonces en el número 3 de la calle Celetná.
El 3 de julio de 1902, Kafka cumple
19 años, siente la necesidad de independencia, de elegir, de fantasear,
libremente su futuro. Quiere volar, abandonar el nido y dejar Praga. Piensa en
continuar sus estudios de filología y arte en Múnich. Piensa también en dos de
sus tíos, hermanos de su madre, Alfred y Josef, que casi con la edad que él
tenía ya eran independientes, habían abandonado el hogar familiar y conocido en
París a los magnates franceses Philippe y Maurice Bunau-Varilla, y andaban uno en
Madrid, como director de una compañía de ferrocarriles y otro en el Congo,
también en el ferrocarril.
Por lo que sabemos, fraguó
mejor relación con «el tío de Madrid», que solía aparecer todos los veranos un
par de semanas por Praga. Mantenía con él una correspondencia, no abundante,
pero nunca interrumpida.
La primera alusión de Franz Kafka a su
tío Alfred Lowy la encontramos en una carta a su amigo del instituto Oskar
Pollak, con fecha de 24 de agosto de 1902 [1]: “El
tío de Madrid (director de ferrocarriles) estaba aquí, en Praga. Poco ante de
su llegada, se me ocurrió preguntarle si me podría ayudar, si conocía algún
lugar donde pudiera echarme una mano y empezar de nuevo. Bueno, empecé con
cautela. Te ahorro los detalles. Empezó a hablar con unción, pero es un buen
hombre, me consoló. Le quitó importancia al asunto. Me quedé callado, aunque no
quería estarlo, y durante dos días estuve con él en Praga, pero no hablamos del
asunto. Esta noche se marcha”.
Sobra decir que nada hizo el tío por
el sobrino en este caso, más que nada, pensamos, porque el sobrino, aparte una
tremenda inseguridad sobre los estudios que había de seguir, carecía de un
título que lo capacitara profesionalmente y sobre todo de una experiencia
laboral que permitiera al tío enchufarlo en un buen puesto en España. ¿De qué
podía trabajar un simple bachiller, que había estudiado sobre todo latín y
griego, en una compañía de ferrocarril? Un despacho no parecía lo más adecuado.
Tampoco iba a enviar al muchacho, de natural enclenque y enfermizo, a colocar
traviesas o raíles en los yermos de Castilla La Vieja.
—No, Franz, pudo
decirle el tío Alfred, termina antes unos estudios de Contabilidad y Comercio,
como hice yo, de Derecho, o alguna ingeniería, pero no te aventures a un mal
trabajo con un mal sueldo. Estudia primero, y ya hablaremos.
La idea de abandonar Praga volverá cinco años más tarde, en una carta a
su amigo Max Brod.
Tras una breve estancia en Múnich para ver la posibilidad de continuar
allí sus estudios de filología y de arte, Kafka vuelve a las aulas del
Karolinum, donde cursará los ocho semestres mínimos exigidos para ejercer la
abogacía. En otoño de 1905
aprueba los últimos exámenes de la carrera e inmediatamente comienza a preparar
el doctorado, que entonces contemplaba la superación de tres exámenes orales:
Rigorosum I (derecho canónico, roma no y alemán); Rigorosum II (derecho
austríaco, procesal, comercial y penal); Rigorosum III (derecho general,
internacional y economía política). El 18 de junio de 1906, la Universidad
Real-Imperial Carlos Fernando de Praga cuenta con un nuevo doctor en Derecho.
Actas de los exámenes de doctorado |
Anuncio del título de doctorado a amigos y conocidos |
Al tiempo que preparaba el último
examen de su doctorado, Kafka comienza a trabajar como pasante en el bufete del
abogado, Richard Löwy, que no era de la familia, durante los meses de abril a
septiembre de 1906. A renglón seguido, un año de prácticas en los juzgados de
Praga —6 meses en el tribunal de lo civil, otros 6 en el de lo penal—, que
acaba el 30 de septiembre de 1907.
Es lógico pensar que mientras
termina sus estudios universitarios, sin brillantez, es cierto, preparaba su
doctorado, que pasó con un simple aprobado, también hay que decirlo, y hacía
prácticas en tribunales, es natural, decíamos, que durante estos seis años, Alfred
Löwy visitara Praga cada verano para ver a los padres y a la familia, que
hablara con su hermana Julie, con su cuñado Hermann Kafka, incluso con su
sobrino Franz, acerca del futuro profesional del muchacho, y que estos le
pidieran consejo y orientación.
Si Franz no había hablado al
respecto con su tío, sí que había pensado hacerlo y pedirle nuevamente que lo
ayudara a salir de Praga, como prueban estas líneas de la carta a Max Brod que
mencionamos arriba [2], escrita desde Triesch a
mediados de agosto de 1907 (no ha terminado aún su año de prácticas en los
juzgados): “si mis perspectivas no mejoran hasta octubre haré el curso para
bachilleres en la academia de comercio y, además de francés e inglés, estudiaré
español. Si quisieras hacer esto conmigo sería estupendo; yo sustituiría con
impaciencia lo que tú me aventajas en el estudio; mi tío nos tendría que
conseguir un puesto en España, o nos podríamos ir a Sudamérica o a las Azores,
o a Madeira”.
Alfred Löwy y Franz Kafka hacia 1905-1906 |
Kafka acaba de cumplir 24 años, está
capacitado académicamente para la vida laboral, no ha publicado nada todavía
pero ya tiene clara su vocación literaria, lee sus escritos a sus amigos —Oskar
Baum, Felix Weltsch, Max Brod—, que lo animan a escribir, especialmente Brod,
que actúa como representante in pectore
en revistas y editoriales, y es conocido en los círculos intelectuales
praguenses. Pero quiere cambiar de aires con la excusa del trabajo, y dejar
atrás el atosigante hogar familiar. Por eso no le importan ni el puesto ni el
lugar: España, Sudamérica, Madeira, las Azores.
Un mes más tarde, cambian las
tornas. En otra carta a Max Brod [3], con
fecha de 22 de septiembre, leemos: “El asunto es simplemente así. Algunas
personas se deciden de tiempo en tiempo y entre tanto disfrutan sus decisiones.
Yo en cambio me decido con igual frecuencia que un boxeador, pero eso sí: sin
boxear. Sí, me quedo en Praga.
Es probable que próximamente consiga
un trabajo (nada particularmente extraordinario)”.
¿Qué ha ocurrido en el ínterin?
Hemos de pensar que Alfred Löwy ha hablado con el sobrino y lo ha puesto al
corriente de sus gestiones. Esta vez «el tío de Madrid» sí que ha echado mano
de sus contactos y movido hilos. Entre sus amistades y conocimientos en Madrid
encontramos a Josef Arnold Weissberger, representante de Assicurazioni Generali
en España, cuyo padre, Arnold Weissberger es vicecónsul norteamericano en Praga
y apoderado del Union Bank. Esta conexión de alto nivel —el director de dos
compañías de ferrocarril y administrador de La Mutua Española, el representante
en Madrid de una importante compañía italiana de seguros con filial en Praga,
el vicecónsul estadounidense— funcionó como un engranaje bien acoplado y
engrasado, y el día 1 de octubre de 1907, justo al día siguiente de terminar
sus prácticas judiciales, el joven doctor F. Kafka entra en el edificio de las
Assicurazioni Generali, en la plaza Wenceslao de Praga, como auxiliar en la
división de seguros de vida por un periodo de prueba de un año [4]: “El
Sr. Weissberger me ha introducido en las Assicurazioni con no poco esfuerzo.
[…] Él me avaló en la Sociedad y, de inmediato, las primeras palabras de los
funcionarios superiores en presencia del Sr. Weissberger dieron a entender que
era evidente que yo me quedaría para siempre en la Sociedad, caso que fuese
incorporado, lo que en aquel momento no era en absoluto seguro. Desde luego que
yo asentía con vehemencia”.
Kafka comprendió enseguida que la creación literaria era incompatible con
su trabajo en Assicurazioni. Pocos días después de comenzar, escribe a Hedwich
Weiler [5], una
joven que había conocido durante unas vacaciones en Triesch, donde vivía
Siegfried Löwy, médico rural, hermanastro de Alfred: “Llevo una vida muy
desorganizada. Es cierto que tengo un puesto de trabajo con un sueldo minúsculo
de ochenta coronas y un horario inacabable de entre ocho y nueve horas, pero el
tiempo que paso fuera de la oficina lo devoro como un animal salvaje. Como
hasta ahora no estaba acostumbrado a limitar mi vida diurna a esas seis horas
que me quedan, y además estoy aprendiendo italiano, y me apetece gozar al aire
libre del buen tiempo que viene haciendo estos días, las horas libres no me
reportan suficiente descanso”. Además de la jornada partida de lunes a sábado y
del sueldo de 80 coronas, las condiciones no eran atractivas: no se remuneraban
las horas extras; los empleados no podían tener otro trabajo sin autorización
por escrito de la compañía; se contemplaba la posibilidad de 14 días de
vacaciones cada dos años en la fecha indicada por la compañía.
Aun así, y convencido de que ese podía ser el trampolín para liberarse de
aquella “madrastra con garras” en que se le había convertido la capital checa,
Kafka estudia italiano con vistas a un posible traslado a Trieste, a Venecia, a
Milán, o a cualquier otro lugar lejano y exótico: “Estoy empleado en la
Assicurazioni Generali, y al menos tengo la esperanza de ocupar algún día un
puesto en algún país remoto y ver por la ventana un campo de caña de azúcar o
un cementerio mahometano, y el negocio de los seguros me interesa mucho, pero
el trabajo que estoy haciendo ahora es más bien triste”. Se queja a
continuación de las “horas pantanosas de vagancia”, del aislamiento y del
cansancio: “No me entero de historias, no veo gente, paso cada día a toda prisa
por cuatro calles cuyas esquinas ya me sé de memoria, y por una plaza; estoy demasiado
cansado para hacer planes. A lo mejor me estoy volviendo de madera de las yemas
de los dedos para arriba. Pero no es solo pereza, sino también miedo, un miedo
general a la escritura, esa ocupación atroz a la que me resulta tan doloroso
tener que renunciar”.
Sede de Assicurazioni Generali en Praga |
Nueve meses en esas condiciones bastaron. Mientras cumplía con
Assicurazioni, entre febrero y mayo realizó un curso sobre seguros laborales en
la Academia de Comercio de Praga, que le valió, junto con la recomendación del padre
de Felix Píbram, amigo de Kafka desde los años del bachillerato, para ser
admitido el 30 de julio de 1908 en el Instituto de Seguros de Accidentes de
Trabajo del reino de Bohemia, en el que permaneció hasta su jubilación por
enfermedad en 1922.
Edificio del Instituto de Accidentes Laborales del Reino de Bohemia |
Hay quien sostiene que Alfred Löwy, por razones personales, no quería a
su sobrino viviendo en Madrid, y por eso no movió un dedo en 1902; y cuando lo
ayudó en 1907 fue para que se quedara lejos de Madrid. ¿Por qué? ¿Pudo Franz
Kafka vivir en España y no lo hizo porque su tío lo evitó? Luego volveremos
sobre el asunto.
Como dijimos antes, la correspondencia entre tío y sobrino a lo largo de
18 años fue escasa, pero nunca se interrumpió, y lo cierto es que durante ese
tiempo el sobrino cita al tío al menos en una docena de ocasiones en los
diarios y en las cartas a sus novias y amigos, generalmente para informar
lacónicamente de la llegada o de la marcha del tío en sus vacaciones de verano,
o para hablar de la soltería de ambos.
Durante el verano de 1912, Kafka hizo dos anotaciones en el diario sobre
su tío, próximo a cumplir sesenta años ya. Una es sobre su aspecto externo y el
sentimiento que provoca en el sobrino [6]: “Mi
tío de Madrid. El corte de su chaqueta. El efecto de su cercanía. Los detalles
de su naturaleza. Su modo de atravesar flotando la entrada al dirigirse al
retrete. En ese momento no responde a ninguna palabra que se le dirija. Se
vuelve más tierno cada día, si no se enjuicia el cambio paulatino, sino los
instantes llamativos”. La otra recoge parte de una conversación entre
tío y sobrino sobre la vida en Madrid. “Le pregunto: Cómo se concilia que estés
descontento, como dijiste hace poco, y que te adaptes a todo, como se ve una y
otra vez (lo cual revela una particular grosería, pensé). Respondió, tal como
lo recuerdo: «En particular estoy descontento; en general, no. Ceno bastante a
menudo en una pensión francesa muy distinguida y cara. Una habitación de
matrimonio cuesta, por ejemplo, con pensión completa, cincuenta francos al día.
Me siento allí, por ejemplo, entre un secretario de la embajada francesa y un
general español de artillería. Frente a mí se sienta un alto funcionario del
Ministerio de Marina y conde de no sé qué. Ya los conozco bien a todos, me
acomodo en mi sitio saludando hacia todos lados, y dado que estoy de mal humor
no digo palabra, salvo el saludo con que vuelvo a despedirme. Luego me
encuentro solo en la calle y realmente soy incapaz de ver de qué ha servido esa
noche. Me voy a casa y lamento no haberme casado. Naturalmente, todo eso se
esfuma enseguida, bien porque lo pienso hasta el final, bien porque los
pensamientos se dispersan. Pero regresa ocasionalmente”. No pinta el tío, desde
luego, una existencia atractiva, o satisfactoria en Madrid. No nos da esa
impresión, sino la contraria: la soledad de la soltería, las cenas en silencio,
las formalidades vacías, el aislamiento, cierta tristeza. ¿Una manera de no
hacer apetecible al sobrino la idea de vivir en Madrid?
Kafka, sin embargo, no olvida del todo Madrid. En la primavera siguiente
todavía entra en sus planes la posibilidad de viajar a España [7]: “si
no ocurren grandes milagros estaré mucho tiempo sin verte, como no me acompañes
en mi viaje a Italia o por lo menos al lago de Garda o incluso a ver a mi tío
en España”. A pesar de la distancia, al tío Alfred se le consultaban los
asuntos importantes de la familia, bien a través de su hermana Julie, bien por
las cartas del sobrino, que siempre se muestra afectuoso —“Mi tío, el que vive
allí [en Madrid] es, de entre mis familiares, el que siento más próximo a mí,
mucho más que mis padres, pero naturalmente en un determinado sentido” [8]; “un
telegrama de París, anunciando que un tío mío muy mayor, a quien en el fondo,
por otra parte, tengo mucho cariño, que vive en Madrid y hace muchos años que
no viene por aquí, llegará mañana por la noche” [9]—,
excepto en una ocasión que merece breve comentario aparte.
A primeros de agosto de 1913, Kafka le había escrito una carta al tío de
Madrid en que le hablaba, entre otras cosas, de su noviazgo con Felice Bauer.
Con la carta iba también un ejemplar de la revista Arkadia en el que aparecía La
condena. A vuelta de correo —5 de agosto de 1913—, Kafka recibe este
telegrama de Madrid: «Contentísimo felicito cordialmente novios tío Alfred».
Unos días después, el 13 de agosto, al año exacto de conocerla en casa de
Max Brod, Kafka anota en su diario: “Quizá ahora haya acabado todo y mi carta
de ayer sea la última”, refiriéndose a su relación con Felice Bauer; apunta
también que su madre le pregunta si le ha escrito una carta explicativa a los
padres de ella, y también si le piensa escribir al tío Alfred —“Ha
telegrafiado, ha escrito, desea que todo te vaya bien”, argumenta—, y entonces
Kafka vivamente irritado salta: “Eso son meras formalidades […], para mí es un
perfecto extraño, me malentiende completamente, no sabe ni lo que quiero ni lo
que necesito, no tengo nada que ver con él”. Este súbito rebote del sobrino se
debe, creemos, a que su tío, lo mismo que Felice Bauer, no comprende que la
escritura es el aire que respira, que él no es, ni puede ser otra cosa que
literatura, que ha nacido para escribir, y que una vida burguesa como la que le
espera junto a Felice sería una verdadera catástrofe personal, la más dolorosa
de las renuncias.
Por cierto, en carta a Felice de esa misma fecha, escribe [10]: “en
La condena, se ocultan muchas cosas
afines a mi tío (es soltero, director de ferrocarriles en Madrid, conoce Europa
entera excepto Rusia), y mira por donde le anuncio yo ahora mi noviazgo en una
carta similar a la que Georg manda a su amigo”.
Otro de los asuntos que se le consultan al tío de Madrid es el de la
fábrica de amianto. En 1911, Karl Hermann, el marido de Gabrielle, la mayor de
las hermanas de Kafka, crea la Prager Asbestwerke Hermann and Co., en que
participa también el padre de Kafka, por consejo de su hijo. La fábrica dejó de
producir amianto al comienzo de la Primera Guerra Mundial y se cerró
definitivamente en 1917. Durante ese tiempo la fábrica fue para Kafka, que
figuraba como administrador, motivo continuo de preocupaciones y quejas [11] —“el
tormento que me causa la fábrica. Por qué cedí cuando me obligaron a trabajar
en ella por las tardes. Es cierto que nadie me obliga por la fuerza, pero mi
padre me obliga con sus reproches; Karl, con su silencio, y mi sentimiento de
culpa también”—, que también comparte con su tío: “Ayer una carta notable al
tío Alfred, acerca de la fábrica”, escribe en su diario el 24 de mayo de 1912 [12].
Para montar la fábrica, no solo ha invertido dinero el padre de Kafka, creemos
que también se le ha pedido dinero al tío Alfred [13]:
“Carezco casi de un interés directo en la fábrica, pero sí tengo un interés
indirecto. No quiero que se pierda el dinero de mi padre, que él ha puesto a
disposición de Karl porque yo se lo aconsejé y se lo pedí, esta es mi primera
preocupación; no quiero que se pierda el dinero de mi tío, que él ha prestado
no tanto a Karl cuanto a nosotros”.
Durante la guerra, el tío de Madrid no viajó a Praga. Volvió con 68 años,
en julio de 1920: el sobrino va a recibirlo a la estación, pasea con él y le da
conversación, lo acompaña en las visitas, hasta que lo despide el 24 de julio. No
volvieron a verse.
La última referencia escrita a su tío la leemos en una carta a Max Brod
escrita desde Berlín en noviembre de 1923 [14]:
“Sobre la herencia, no son más que habladurías, pero parece que muy difundidas,
porque también Else Bergman me escribió sobre el asunto. La verdad es que la
herencia alcanza un total de 600.000 K., lo que, además de mi madre, ha de
repartirse entre tres tíos. Aun así, esto no estaría nada mal, pero
lamentablemente también son parte importante los gobiernos de Francia y de
España y el notario de Madrid y los abogados”.
Max Brod dijo de Alfred Löwy que era hombre “poco comunicativo, pero con
todo afectuoso y dotado de un agudo sentido de la familia” [15]
(citado por Garcival), una afirmación que compartiría plenamente su sobrino.
Javier Goñi [16] lo presenta como “un
aventurero y un buscafortunas cosmopolita, al igual que Josef […], ambos
labrándose fama y dinero lejos de casa lejos de esa Praga mágica y poco amable
con los judíos, la ciudad del Golem,
y ambos tíos con mucho predicamento en la familia”. Valga, si acaso, el primer
apelativo para Josef, que trabajó en Panamá, el Congo, China y Canadá, pero no
para el discreto Alfred, y achaquemos el segundo a ese prurito periodístico de
exagerar y distorsionar la realidad, pues no fueron sino ejecutivos de alto
nivel.
Para Javier Rioyo [17], la
actitud del tío, su negativa a buscarle al sobrino un trabajo en Madrid, fue
premeditada, producto de “su independencia, su egoísmo y deseos de esconder su
nueva vida, su nueva personalidad”. Gracias a ello, continúa el escritor
madrileño “nos libramos de un Kafka castizo, amigo de Arniches, de Camba o de
Ortega”, presuponiendo que Kafka, lo mismo que su tío, se habría españolizado,
bastardeado, y su literatura habría perdido precisamente su especificidad, lo kafkiano.
¿Cuál es esa nueva vida, esa nueva personalidad? Según Rioyo, la buena
vida (cenas en Lhardy, noches de teatro y
de amores con alegres madrileñas), el apartamiento de la religión judía (ha olvidado la sinagoga y el Talmud), la
independencia y la falta de explicaciones a la familia: nada dice de su última amiga.
¿Se vería amenazado todo ello si su sobrino Franz viniera a trabajar a
Madrid?
Podría pensarse a primera vista que sí, que el tío llevaba en Madrid una
vida en algunos aspectos licenciosa —un hombre materialista, un sibarita con
amantes, olvidado del judaísmo—, y que el sobrino podría ser un incordio,
cuando no un acusica que iba a contar a la familia que el tío Alfred vive así y
asá, que ayer estuvo en tal sitio o con tal mujer. Podría.
Que Alfred Löwy estuviera acostumbrado a los restaurantes de lujo y a las
exquisiteces gastronómicas no podía extrañar a nadie viendo en qué círculos se
movía en París y en Madrid. Que un soltero elegante, caballeroso y con dinero
asistiera con frecuencia al teatro y tuviera amores con sicalípticas madrileñas
tampoco sería piedra de escándalo; el propio sobrino lo hacía en Praga y en sus
viajes al extranjero. En cuanto a la religión judía, no fue el primer Löwy que abandonó
la religión judía, si es que la abandonó: ya lo había hecho un tío abuelo
materno suyo, y lo hizo después Rudolf Löwy, hermanastro de Alfred. Tampoco
podemos afirmar que la rama de los Kafka fuera especialmente observante de la
religión judía. Para el padre de Kafka, la religión no era tanto cuestión de fe, como social, de
pura apariencia. Klaus Wagenbach [18]
escribe al respecto: “La «fe de los padres» se perdía en el camino de «abajo» a
«arriba», en el camino que llevaba de las piadosas comunidades judías
provincianas a las grandes ciudades”.¿Tanto escándalo se iba a formar en la
familia por que el tío Alfred se hubiera acercado al catolicismo? No sabemos,
además, si ese acercamiento fue por convicción o por conveniencia social en un
país católico. Lo único que podemos asegurar en este punto es que Alfred Löwy
figuraba entre los Sres. empleados
protectores, que colaboraban económicamente en el mantenimiento y publicación
de la Revista Católica de CuestionesSociales, editada por el «Patronato Social de Buenas Lecturas», en los
números de 1908, 1912 y 1914. ¿Significaba esa suscripción que don Alfredo se había
bautizado?
Estas dos imágenes proceden de ejemplares de la revista conservados en la Biblioteca Nacional de Madrid. |
En cuanto a la influencia que nuestro país habría tenido en la obra de
Kafka si este hubiera vivido en Madrid, dejo aquí algunas conjeturas que el
lector puede continuar si es gustoso y dado a imaginar.
Por fecha de nacimiento, Kafka formaría parte en España de la Generación
de 1914, también llamada del Novecentismo, por lo que sería compañero de letras
de Ortega y Gasset, Gabriel Miró, Ramón Pérez de Ayala y Juan Ramón Jiménez. Joven
quizá para los del 98, quizá algo mayor para los del 27. A todos ellos pudo,
además de leerlos, conocerlos y tratarlos, y tener sus simpatías por unos y por
otros.
¿Habrían influido tales escritores en su literatura? Seguramente no,
aunque aparecerían en sus cartas y diarios.
¿Habría escrito La metamorfosis?
Claro que sí, porque esa extraña y maravillosa novela que refleja
simbólicamente la realidad del individuo en la modernidad no es una mímesis
clásica de la vida, un reflejo costumbrista de la vida en Praga. La metamorfosis es el alma compleja y
atormentada de Kafka, que no habría cambiado por mucho chotis y mucha zarzuela
que oyera en la capital madrileña. También oía música popular en Praga. Es una
obra épica con todas las de la ley, la minúscula odisea existencial de nuestros
días, un inquietante drama en que el héroe clásico es un reconocible y
universal perdedor. Kafka es una literatura que nace y muere en él.
¿Habría escrito en Madrid las mismas historias que en Praga? Sin duda. No
creo que en Madrid hubiera cultivado la deshumanización orteguiana. La
literatura de Kafka está manchada, preñada de hombreidad, de ser humano, de sensaciones, sentimientos, emociones
y situaciones que nos son familiares, por cotidianas y vividas.
¿Se habría convertido en un noventayochista? Tampoco lo creo. Sus
paisajes son abstractos, oníricos, no se identifican precisamente con el ser
nacional de Bohemia o de Checoslovaquia. No le interesaba el pasado como
construcción de presente o de futuro, sino el presente sin más, el individuo
apenas enraizado, el presente que no deviene futuro, el presente que es una condena,
un vivir atribulado, sin posibilidad de redención, de felicidad, de armonía con
los demás.
[1] https://homepage.univie.ac.at/werner.haas/
[2] Franz Kafka, Cartas a Max Brod (1904-1924). [En
adelante abreviamos en MB]. Ed. Grijalbo/Mondadori, Madrid, 1992, p. 24.
[3] MB, 25
[4] MB, 21 dic 1907, 28-29
[5] https://homepage.univie.ac.at/werner.haas/
[6] F. Kafka, Diarios. Carta al padre. [En adelante,
D]Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2000, p. 341.
[7] F. Kafka, Cartas a Felice. [En adelante, FB]. Edición
digital: http://assets.espapdf.com/b/Franz%20Kafka/Cartas%20a%20Felice%20(8434)/Cartas%20a%20Felice%20-%20Franz%20Kafka.pdf
[8] FB, 5 agosto 1913.
[10] FB, 5 ago 1913.
[11] D, 263.
[12] D, 333.
[13] D, 530.
[14] MB, 271.
[15] G. Garcival, “Kafka y su
«tío de España», don Alfredo Loewy”, ABC,
26 enero 1980, p. 21.
[16] J. Goñi, “El Expreso de
Irún, de las 8,40”, en la web Divertinajes.com
[17] J. Rioyo, “Kafka podría
haber sido castizo”, El País, 2
septiembre 1914.
[18] Klaus Wagenbach, Franz Kafka. Imágenes de su vida.
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 1998, p. 31
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