martes, 22 de febrero de 2022

Followers

 En más de una ocasión hemos afirmado en este blog que el mejor signo de vitalidad de una lengua es la continua creación de nuevas palabras (neologismos), pues una lengua remisa o impermeable a la cambiante realidad está condenada a la anquilosis, cuando no a la desaparición. ¿Imaginan que habláramos hoy como hablaban nuestros antepasados en el siglo XV? ¿Que tuviéramos que utilizar su vocabulario para comunicarnos en este mundo nuestro del siglo XXI? ¿Cómo llamaríamos a la “nave con alas que se sustenta y avanza por el impulso de uno o varios motores”; a la “fuerza que se manifiesta por la atracción o repulsión entre partículas cargadas, originada por la existencia de electrones y protones”; a los electrones y a los protones? ¿Entenderíamos el concepto “radar” o “gasolina”? ¿Llamaríamos fútbol al fútbol? ¿Euro al euro?

Uno de los procedimientos más usuales en cualquier lengua viva para la creación de palabras es la derivación mediante afijos, es decir, con la añadidura de un elemento, anterior o posterior, a la raíz significativa: antivacunas, covidoso. Otro procedimiento de ampliación léxica consiste en recurrir al préstamo (fútbol, escanear), que más que préstamo es adopción lingüística, pues la palabra no se devuelve a su lengua original al cabo de un tiempo. Relacionados con estas adopciones están los llamados extranjerismos o palabras no adaptadas, como pizza, link, click o twitter, y lo que llamaré aquí vocablos híbridos o palabras mestizas, es decir, términos en que se encuentran elementos de dos lenguas distintas ‒pizzería, linkear, clicar, twitero‒, raíz de una y sufijo de otra.

En inglés existe el sufijo -er para indicar el agente de la acción o concepto expresado por la raíz: play-er, teach-er, farm-er. A su semejanza se han creado palabras relacionadas con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación como blogger, youtuber, influencer, srtreamer, tiktoker, instagrammer, y es cuestión de días, si no lo hacen ya, que empiecen a circular, derivados como podcaster, viner o hastagger.

Uno de esos híbridos, de raíz hispánica y sufijo inglés, es la palabra que he leído por primera vez en un periódico este fin de semana y que acabo de escuchar en un programa de televisión, ayusers, para referirse a los seguidores (followers) de Isabel Díaz Ayuso, que estos días acuden a la calle Génova para mostrar su apoyo a la presidenta madrileña. El término es hijo, indudablemente, del mestizaje lingüístico, en este caso innecesario, pues en español existen los sufijos relacionales -ero/a o -ista ‒ayusero, ayusista‒ para señalar a los partidarios de una idea, de una creencia o de alguien (pepero, casadista, ¿o casader?), pero se ha elegido, por moda o por esnobismo, la solución anglicista.

Lo preocupante de la concentración de ayusers que he visto estos días, no es tanto el hecho lingüístico como la actitud moral implícita en las palabras de algunos de ellos, que están más cerca del fanatismo que del simple voto a una opción política. Nadie podrá negar que “Ayuso es diferente”, como se leía en una pancarta durante la concentración del fin de semana ante la sede del PP, pero no creo que exista igual consenso ante la generalización, más bien universalización, expresada con la frase “Ayuso somos todos”, que se leía en otra pancarta. Para sus incondicionales, esta victimización lleva aparejada la declaración de inocencia. Un ayuser, de nombre Antonio, niega la posibilidad de que estemos ante un caso de nepotismo y sentencia como lo haría el juez más certero: “Ayuso lo ha explicado todo y todo se hizo conforme a derecho”. Una mujer de 23 años afirma: “No hay derecho a que alguien de su propio partido diga que está haciendo algo ilegal”, dando a entender que aunque se esté haciendo algo ilegal, por camaradería y compañerismo de partido hay que volver la cabeza otro sitio o cerrar los ojos: hay que arropar a los nuestros, aunque sean unos miserables y estén cometiendo una ilegalidad.

Entiendo que haya hinchas o forofos (supporters) de un equipo de fútbol, aunque no comparta su entusiasmo, y comprendo que haya fieles seguidores de un líder político, lo que rechazo es la ceguera interesada, la negación de la evidencia, el reinado de la posverdad.


jueves, 17 de febrero de 2022

Niebla (17 de febrero)

 



Recién

                                               echada

                                               la niebla,

                                               la luz

                                               se hace

                                               memoria,

                                               canción

                                               en el árbol.


martes, 15 de febrero de 2022

Canciones que van y vienen

 

Emblema de las Brigadas Internacionales

A veces, para tomar notas o pasar a limpio un texto, abro Spotify y pongo alguna música que me apetezca o se me ocurra en ese momento. Ayer por la tarde, mientras ideaba la biografía de un escritor de Los Pedroches que había viajado a Nueva York en 1975, para ambientarme, tecleé «Woody Guthrie» y pulsé el reproductor. Cuando llevaba ya quince o veinte minutos con el fondo de aquellas canciones irónicas contra el sistema y contra la guerra de Vietnam, empezó a sonar «Jarama Valley» ‒«There's a valley in Spain called Jarama // It's a place that we all know so well // It was there that we fought against the fascists // We saw a peaceful valley turn to hell». (Hay un valle en España llamado Jarama. Es un lugar que todos conocemos muy bien. Fue allí donde luchamos contra los fascistas. Vimos un valle pacífico convertirse en un infierno)‒, una balada que habla sobre la batalla del Jarama, durante la guerra civil, entre el 6 y el 27 de febrero de 1937. Se cumplen, pues, en estos días, 85 años de aquella cruenta batalla en la que murieron 2500 brigadistas internacionales.

En las décadas del sesenta y del setenta, esta versión del gran Woody Guthrie era una especie de himno, minoritario, que aglutinaba a las gentes de izquierda en Estados Unidos, Irlanda, Reino Unido y España. Recordaba el compromiso ideológico de miles de brigadistas ‒las cifras más autorizadas llegan a 35 000 hombres, muchos de ellos comunistas‒ , la heroica defensa de Madrid y el orgullo de haber combatido como hijos de la tierra, junto a los españoles, en la XV Brigada Internacional, compuesta por británicos, irlandeses, estadounidenses y canadienses.

La pegadiza melodía pertenece a una nostálgica balada popular irlandesa, «Red River Valley», documentada en Canadá hacia 1880, cuya letra, obviamente, nada tenía que ver con la guerra civil española. La versión más antigua que se ha conservado de aquella balada trata un tema universal: el dolor de una mujer al despedirse de su amor, como en las jarchas mozárabes y en las cantigas gallego-portuguesas, solo que con otra variante, que nos recuerda el precioso romancillo gongorino «La más bella niña». En la tonada irlandesa, una joven se ha enamorado de un soldado, que ha de seguir a su batallón. Una estrofa de esa canción-madre es la que canta Henry Fonda en la película de John Ford, Las uvas de la ira, basada en la extraordinaria novela homónima de John Steinbeck, en la escena del baile con su madre: «Come step by my side if you love me // do not hasten to bid me «adieu» // but remember the red river valley // and the boy who has loved you so true».  (Ven, siéntate a mi lado si me quieres // No te des prisa en decirme adiós // Sólo recuerda el Valle del Río Rojo // Y al muchacho que tanto te ha amado).

La melodía de esa antigua canción irlandesa fue aprovechada en 1937 por un obrero de Glasgow con su aquel de poeta, Alex Mac Dade, comisario político del batallón británico, integrado en la XV Brigada Internacional, que actualizó la letra refiriéndola a la célebre batalla por la defensa de Madrid: 



There’s a valley in Spain called Jarama,
That's a place that we all know so well,
for 'tis there that we wasted our manhood,
And most of our old age as well.

From this valley they tell us we're leaving
But don't hasten to bid us adieu
For e'en though we make our departure
We'll be back in an hour or two.

Oh, we're proud of our British Battalion,
And the marathon record it's made,
Please do us this one little favour
And take this last word to Brigade:

You will never be happy with strangers,
They would not understand you as we,
So remember the Jarama Valley
And the old men who wait patiently".

***


Hay un valle en España que se llama Jarama,
Es un lugar que todos conocemos muy bien,
ya que allí desperdiciamos nuestra juventud,
Y la mayor parte de nuestra vejez también.

De este valle nos dicen que nos vamos,
Pero no te apresures a decirnos adiós,
Porque aunque nos vayamos
Volveremos muy pronto.

Oh, estamos orgullosos de nuestro Batallón Británico,
Y del récord de maratón que ha hecho.
Por favor, haznos este pequeño favor
Y lleva esta última palabra a la Brigada.

“Nunca serás feliz con extraños,
No os entenderían como nosotros,
Así que recuerda el Valle del Jarama
Y a los viejos que esperan pacientemente”.

 

Alex Mac Dade resultó herido en el Jarama y murió unos meses después, el primer día de la batalla de Brunete, seis de julio de 1937. Su letra fue modificada varias veces, primero durante la guerra civil y luego en Inglaterra, para la ceremonia de bienvenida a los brigadistas repatriados, celebrada en Londres. Hubo también una “adaptación” estadounidense, en la que se nombraba a la Brigada Lincoln, que es la que grabó Woody Guthrie en Songs of the Spanish Civil War (1962), y la que escuchaba ayer tarde. 

La transformación de una canción en otra, de la que conserva la melodía pero no la letra, es moneda corriente en la música popular. En nuestra tradición literaria, esa metamorfosis se comprueba, por ejemplo, en los romances y sus múltiples variantes regionales o locales. Esa es la señal de que la canción está viva en el espíritu popular, que la transforma y la conserva. En   «Jarama Valley», nos encontramos con una canción irlandesa que sigue dos caminos muy distantes entre sí.  En el último tercio del siglo XIX, por vía irlandesa, la primitiva balada cruzó el Atlántico, llegó a Norteamérica y se convirtió en una canción folklórica, que con su genuino título, «Red River Valley», conoce cientos de versiones rítmicas. Más tarde, casi setenta años después, y por vía británica, llega al Madrid acosado de la guerra civil, se le cambia letra y se convierte en un himno izquierdista internacional, «Jarama Valley».

En una guerra, las canciones también van al frente, se cantan en las trincheras, se corean en  los mítines y resuenan en los desfiles, son elementos que definen y cohesionan la colectividad, himnos que enaltecen el valor de los combatientes, lo épico de una batalla, el sacrificio por la patria, la camaradería y la solidaridad con el pueblo, los ideales políticos que llevan a empuñar las armas. En nuestra guerra civil hubo más canciones que se transformaron en otras. Citaré solamente «El Café de Chinitas», que los anarquistas transformaron en el famoso himno miliciano «En la plaza de mi pueblo».

Por los mismos años en que se escuchaban las versiones “brigadistas” de «Jarama Valley» en las voces de Woody Guthrie y de Pete Seeger, el grupo Mocedades cantaba en inglés «Red River Valley», y en las iglesias españolas empezó a corearse una versión a lo católico de la antigua canción irlandesa, que recordarán sin duda quienes entonces frecuentaran los templos: 



Junto a ti al caer de la tarde,
y cansados de nuestra labor,
te ofrecemos con todos los hombres
el trabajo, el descanso, el amor.

Con la noche las sombras nos cercan
y regresa la alondra a su hogar;
nuestro hogar son tus manos, ¡oh Padre!
y tu amor nuestro nido será.

Cuando al fin nos recoja tu mano
para hacernos gozar de tu paz,
reunidos en torno a tu mesa
nos darás la perfecta hermandad.

Te pedimos Señor, que nos nutras
con el pan que del cielo bajó
y renazca en nosotros la vida
con la fe, la esperanza, el amor.

Yo mismo me recuerdo adolescente cantando la última estrofa, no sé dónde la aprendí, si de la radio, o de mis amigos, de una versión que hasta ahora no he sabido que era un himno de los scouts:



Al partir mira el valle y contempla
nuestra tierra, su triste canción,
los amigos que juntos luchamos
y que ahora nos une tu Dios.

Por edad, y por convicción personal, pertenezco a una generación cuya educación no está exclusivamente sustentada en los libros, sino también en otros medios de comunicación masivos como los discos y las películas. Escuchar a unos cantantes ‒Aute, Paco Ibáñez, Luis Llach, Serrat‒  no era lo mismo que escuchar a Camilo Sesto, Miguel Gallardo o José Luis Perales. Ni ver las películas de Pajares-Esteso y Antonio Ozores era igual que ver las de Buñuel o Berlanga. La música, como el cine, es una escuela, que te enseña a conocer la realidad, a pensar, a cuestionarte, a posicionarte ante los demás, a construir tu propio pensamiento crítico. 

Una parte importante de mí está en las músicas que escucho. Cómo olvidar que con las canciones de Bob Dylan conocí a Woody Guthrie, y que con una de las canciones de éste fui consciente de los miles de brigadistas internacionales que comprometieron su vida por derrotar a Franco, a Hitler, a Mussolini. Luego vinieron los libros, sí, pero antes estaba esa canción que ayer volví a escuchar.

***

Tom Joad, interpretado por Henry Fonda, canta "Red River Valley"

Woody Guthrie canta "Jarama Valley"

jueves, 10 de febrero de 2022

Este mundo y el otro


    Leyendo sobre el pensamiento de la postmodernidad me encuentro con la controversia sobre el mundo como problema ontológico o epistemológico, e inmediatamente reconozco mi ignorancia en tan ardua cuestión filosófica y acudo al diccionario.
Ontológico, según la RAE, es lo perteneciente o relativo a la ontología, es decir, a esa parte de la metafísica que trata del ser en general y de sus propiedades trascendentales, entendiendo por tales aquellas que se comunican o extienden a otras cosas, o, dicho de otra manera, que se derivan del ser y se aplican a todos los entes.
      Tras estas aclaraciones vocabulares, pérmítaseme el vocablo, sigo sin entender que el problema del mundo pueda ser ontológico. O que lo sea epistemológico, perteneciente o referido a la teoría de los fundamentos y métodos del conocimiento científico.
      Supongo que leyendo algunos tratados filosóficos alcanzaré a discernir la cabal entidad de cada uno de esos conceptos, la consideración del mundo ‒¿cómo entender esa palabra?‒ ontológicamente o epistemológicamente problemático, pero el caso es que ambos palabros levantan un muro infranqueable, y el ser, o el ente que uno es, se queda sin saber si él mismo es mundo o no lo es, si es ontología o epistemología, si trasciende o no, si pertenece al método o a la teoría, si el mundo es un problema o no lo es, siempre que tenga absolutamente claro que el mundo es ¿el conjunto de todo lo existente? ¿Solamente el conjunto de los seres vivos? ¿Una parte de la sociedad humana caracterizada por una cualidad o circunstancia común, como cuando hablamos del mundo del fútbol o del mundo de la política? ¿La parte de la realidad, o de alguna de sus manifestaciones, a que nos referimos cuando hablamos del mundo de las ideas, del mundo de los sentimientos, del mundo de los números primos? ¿La vida propia de seglares, en contraposición a quienes se apartan del mundo y optan por la vida religiosa? ¿El hecho de haber adquirido experiencia en la vida y en el trato con los demás, que damos a entender cuando decimos que Fulanito tiene mucho mundo?¿El planeta Tierra? ¿Cualquier planeta supuestamente habitado? ¿Un baúl?
      Llegado a este punto, no me queda otra, lo reconozco, sí, tengo un problema con el mundo.


martes, 8 de febrero de 2022

Kit del bohemio

 Como regalo de Reyes, recibí de Álvaro y Paula un cuaderno con las tapas duras que imitan una encuadernación antigua en piel con grecas doradas. En la primera página, y escrito en tinta por Paula, el título, Manuel du parfait absinthier. En la hoja que sigue, el Mode d’emploi pour la parfaite goulée d’absinthe, que copio a continuación.

Instruments:

  • Absinthe

  • Ta nouvelle coupe et ta nouvelle cuillère

  • 1 morceau de sucre

  • 1 verre d’eau


  • Poser la cuillère sur la coupe avec de l’absinthe.

  • Déposer le morceau de sucre sur la cuillère.

  • Verser l’eau sur le morceau de sucre.

  • Boire d’un trait… et voilà!


Claro está que el cuaderno, en el que copiaré a limpio los poemas que escriba a partir de hoy, venía acompañado de una botella de absenta, una cucharilla y una hermosa copa de cristal tallado. Esta noche he tomado una absenta mientras leía unos versos de Verlaine.

Al hombre Paul Verlaine, una parte del carácter —sus prontos violentos— le venía de sangre, de la rama paterna: de su bisabuelo, el carretero Jean; del abuelo notario, Henry Joseph, y de su padre, Nicolas Auguste Verlaine, ingeniero militar.

El niño Paul Verlaine tuvo en París una infancia con los mimos y atenciones de una familia acomodada. Hasta los once años fue un buen estudiante, pero entonces le dio por los versos. A los catorce envía una carta admirativa y un poema a Víctor Hugo. Lee a Banville, a Glatigny, a Saint-Beuve y a nuestra Teresa de Jesús.

En medio de esas lecturas se le cuela el amor por una prima y el muchacho, con 18 años, recién terminado el bachillerato, presenta una muy preocupante afición por la bebida, asiste a tertulias parnasianas, a veladas musicales y ve impreso su primer poema en la Revista del progreso.

El padre intenta evitar el descarrío del hijo y le busca trabajo en una casa de seguros, que deja al poco tiempo por otro de escribiente en el ayuntamiento parisino. ¿Se enmendará y sentará cabeza?

Corre el año 1865, muere el capitán Nicolas Auguste Verlaine, y el poeta sigue publicando versos, artículos y ensayos críticos. Con 22 años firma su primer libro, Poemas saturnianos. Al año siguiente muere Elisa Moncomble, aquel amor platónico adolescente, y nuestro poeta se entrega al dolor y a la botella.

Unos meses después, en edición sin licencia, aparecen publicadas unas escenas de amor sáfico firmadas por un sospechoso Paul de Herlanes, que anda fonéticamente muy cerca de Paul Verlaine.

El poeta frecuenta las soirées donde se vierte la absenta del Parnaso y el decadentismo. Él mismo es ya uno de esos bohemios entre los que encuentra colaboradores, buenos camaradas y amigos.

Durante el verano de 1869, recién dadas sus Fêtes galantes, el poeta se emborracha a menudo y se encanalla: la violencia de la sangre lo lleva a varias intentonas de acabar con su madre, que todos los martes ve su casa llena con los bohemios amigos de su hijo. En esta época se hace novio de Mathilde Mauté de Fleurville.

Para evitar el alistamiento y la marcha al frente en la guerra franco-prusiana, Verlaine adelanta su boda; sigue en la escribanía municipal y además presta servicios militares durante el sitio de París. Pero poco resiste el héroe cívico, y antes del año ya es un maltratador confeso, borracho y violento.

Cuando se proclama la Comuna en el París de 1871, nuestro hombre se encarga de la oficina de propaganda y prensa. Una vez vueltas las aguas a su cauce, se aleja unos meses de la capital para evitar la cárcel. A su regreso se instala en la casa de sus suegros. Un papelón.

Un papelón que se agranda el día que llama a la puerta un joven de Charlesville, un tal Arthur Rimbaud, admirador del poeta, y se queda unos días con ellos. Añádase, para tensar más la cuerda, el embarazo de Mathilde.

A partir de ese momento, la vida de Paul Verlaine cambia de rumbo.