martes, 28 de marzo de 2023

33 Luna, sol

 Hacia el oeste, a las ocho de la mañana, luce hermosa la luna llena ‒amarilla, fría, sin sombras‒ en el sereno azul del amanecer.

Al otro lado del mundo, con un fulgor de naranjas y lilas dormidas, se anuncia el sol naciente.

En la copa de las encinas va fraguando el oro.

Baja su cálida lengua el sol por los troncos, funde poco a poco la helada y le saca los colores a la tierra.


miércoles, 22 de marzo de 2023

¿Charlotada? ¿Esperpento?

 Hablar de esperpento o de charlotada es dignificar lo indignificable y denigrar la obra de dos grandísimos creadores, dramático uno y cinematográfico el otro. El espectáculo de estos dos días no se merece que lo relacionemos con Valle-Inclán ni con Charles Chaplin, que bien mostraron con sus obras y en su tiempo su compromiso ideológico.

Insensata, desatinada y necia exhibición de músculo neofascista que sólo ha perjudicado a los mocionantes. Qué vergüenza de mocionado fuera de lugar. De palmeros alentadores de lo imposible, de impresentables valedores de un dañino pasado que ya fue y de un futuro que no será, por mucho circo que monten.


lunes, 20 de marzo de 2023

32 Aquí arriba

 Aquí arriba lo puro, en la cumbre del cerro, bajo un azul limpio.

La risa de la luz en las flores silvestres meciéndose plenas, breves, con la brisa de la mañana.


jueves, 16 de marzo de 2023

Ideología y estilo

 Creo que leí la primera referencia a esta novela a primeros de los noventa, quizá en los diarios de Andrés Trapiello, que reivindicaba su valor literario y advertía de la ideología del autor. Lo segundo no es óbice para lo primero, venía a decir, disfrutemos del escritor, obviemos al político, por encima del credo está el estilo, la literatura, y en eso, el autor es un maestro indiscutible, pero pasaron años sin que me interesara por la novela, hasta que hace unos días, en la Cuesta de Moyano, encontré un ejemplar cuya cubierta intacta y brillante al tibio sol de invierno, destacaba entre las demás, con una viñeta en que dos mujeres huyen de los bombardeos en plena ciudad. No lo dudé. Lo saqué del expositor y ni siquiera pregunté el precio. Te ha llegado el turno, es hora de leerte, le dije en voz baja al libro, una vez en mis manos: Madrid de corte a checa, de Agustín de Foxá, en la colección «Las mejores novelas en castellano del siglo XX», auspiciada por el periódico El Mundo.



III conde de Foxá y IV marqués de Armendáriz, Agustín de Foxá (1906‒1959) fue poeta, novelista y dramaturgo, ejerció de periodista y trabajó como diplomático en Bucarest, Roma, Helsinki, Buenos Aires, La Habana y Manila. En Madrid frecuentaba el círculo falangista ‒José Antonio Primo de Rivera, Rafael Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo, José M.ª Alfaro, Pedro Laín Entralgo‒, al tiempo que mantenía relación y amistad con Gómez de la Serna, Edgar Neville, María Zambrano, Bergamín, M.ª Teresa León, Rafael Alberti, Concha Méndez y Manuel Altolaguirre. En ambos ambientes eran conocidas su afilada lengua, sus frases epatantes y su conservadurismo elitista.

Madrid de corte a checa es una novela histórica: transcurre principalmente en Madrid, entre el triunfo republicano en las elecciones de 1931 y los primeros meses de la guerra civil. Dividida en tres partes, la novela recoge tres momentos capitales de ese periodo histórico: la desaparición de la monarquía ante la indiferencia de una aristocracia inoperante, nostálgica de los salones cortesanos, que lleva una vida social improductiva al margen del resto de la sociedad («Flores de lis»); la vida cotidiana con el nuevo gobierno republicano («Himno de Riego»), integrado, en opinión de Foxá, por hombres carentes de glamur cortesano y de nobles cualidades e intenciones; finalmente, «La hoz y el martillo» refleja con sesgada crudeza los primeros momentos de la revolución social tras las elecciones de febrero de 1936 y el golpe de estado rebelde. Sobre este trasfondo histórico, la peripecia amorosa de José Félix, joven falangista, vástago de militar monárquico, y Pilar, hija de un conde.

La novela, de innegable sabor valle-inclaniano, sobre todo en la primera parte, está escrita desde una perspectiva de clase, la de una aristocracia en decadencia, que desprecia, ridiculiza y demoniza los valores republicanos, y a sus valedores, llegando en más de una ocasión al racismo intolerable, a la expresión del asco, de la repulsión física y moral ante el pueblo madrileño que sale a la calle a celebrar la victoria republicana: «Pasaban masas ya revueltas; mujerzuelas feas, jorobadas, con lazos rojos en las greñas, niños anémicos y sucios, gitanos, cojos, negros de los cabarets, rizosos estudiantes mal alimentados, obreros de mirada estúpida, poceros, maestritos amargados y biliosos. Toda la hez de los fracasos, los torpes, los enfermos, los feos; el mundo inferior y terrible, removido por aquellas banderas siniestras» (p. 210).

Ese clasismo denigrante, esa ultrajante soberbia es uno de los problemas de la novela de Foxá. Tiene derecho todo autor a dejar impronta ideológica en su creación, pero ha de asumir que la obra resultante sea juzgada y denigrada como propaganda o panfleto, y que eso le reste interés y lectores. Tiene su punto Madrid de corte a checa: el retrato de las familias monárquicas que no se pringan en defensa de la monarquía, y adelantan sus vacaciones a Getaria, Biarritz, San Juan de Luz en espera de acontecimientos ‒«Jugaban un poco a los desterrados. Imitaban a los grandes duques rusos y fingían catástrofes» (p. 88)‒; la aparición de artistas e intelectuales, de políticos; la descripción del ambiente en calles y cafés; el relato de la creación del himno de Falange, la actuación de la Quinta columna, la revolución ideológica en el lenguaje ‒nadie se atrevía a decir Vete con Dios... Si Dios quiere… Virgen santa…, hasta se cerraba el puño en las paradas de autobús para que no se confundiera con el saludo fascista‒, pero sale uno con la certeza de que ha leído una buena novela escrita por una mala persona cuando lee ciertos fragmentos: «Las masas armadas invadían la ciudad. Bramaban los camiones con mujeres vestidas con monos, desgreñadas, chillonas, y obreros renegridos, con pantalones azules y alpargatas, despechugados, con guerreras de oficiales, correajes manchados de sangre y cascos. Iban con los despojos del Cuartel de la Montaña… arrebatados, borrachos de sangre… En efecto, eran la autoridad los limpiabotas, los que arreglan las letrinas, los mozos de estación y los carboneros. Siglos y siglos de esclavitud acumulada latían en ellos con una fuerza indomable… Era el día de la gran revancha, de los débiles contra los fuertes, de los enfermos contra los sanos, de los brutos contra los listos… En las checas triunfaban los jorobados, los bizcos, los raquíticos y las mujerzuelas sin amor, de pechos flácidos que jamás tuvieron la hermosura de un cuerpo joven entre los brazos» (p. 22 y ss.).

Esa misma burla y aversión hacia el pueblo madrileño, presentado como una masa de hombres y mujeres deformes en lo físico y en lo moral, de seres inferiores y embrutecidos, la encontramos cuando habla de institucionistas como Giner de los Ríos:

«[Don Gumersindo] había sido gran amigo del maestro, “hermano de la luz del alba”, como le había llamado un poeta ‒escribe Foxá aludiendo con menosprecio, sin nombrarlo, a Antonio Machado‒. Desde hacía años se iba con él todos los sábados al Guadarrama. Porque la sierra era republicana. Allí acudían los hombres pulcros a maldecir la España oficial. Allí extraían todas sus metáforas para una patria joven, fresca, limpia y europea, la España del sol y la alegría, en oposición al Madrid clerical y reaccionario… Y, mientras tanto, el Estado enemigo les daba cargos, dietas, viajes de estudios a Alemania. Pero ellos, incorruptibles, sentábanse bajo una encina casta para meditar sobre España» (p. 142).

Y la volvemos a encontrar en el retrato de políticos e intelectuales republicanos ‒«Hablaba florido, recargado, como un retablo de Churriguera. Ceceaba: duresa de asero» (p. 48), escribe de Niceto Alcalá Zamora. De José Bergamín afirma que es «un católico marxista y, sobre todo, un pequeño miserable»‒, entre los que destaca el de Azaña:

«Azaña estaba pálido. Tenía una cara ancha, exangüe, con tres verrugas en el carrillo, y unos lentes redondos, bajo las cejas alzadas. Vestía de oscuro. Hablaba frío, despectivo, extenso. Construía la frase literariamente salpicándola de cinismo, de ironía, de orgullo, porque quería epatar, desconcertar, herir. Era árido y de metáforas apagadas. Se veía la carga enorme de rencor y desilusión, que era su motor y su fuerza. Era un lírico del odio, un polemista de la venganza… Allí estaban de pie, detrás de él, sus largos años de humillación y de silencio… Era el símbolo de los mediocres en la hora gloriosa de la revancha. Un mundo gris y rencoroso de pedagogos y funcionarios de correos, de abogadetes y y tertulianos mal vestidos, triunfaban con su exaltación» (p. 115).

También se ocupa Foxá de las anotaciones del diario de Azaña : «Apuntaba delicadamente sus excursiones a Turégano y coca; un mirlo en una acequia, las cursilerías de un gobernador; usaba frases despectivas. “Ese tonto de Fernando de los Ríos” o “Mangada está loco”… Las escribía pensando en la posteridad. Eran su mensaje y el motivo de su aventura. En realidad, gobernaba para escribirlas» (p.125). Así se crea uno enemigos de por vida, con la burla y con la hipérbole, con el aguijón epigramático, con el contar unos hechos y otros no, con el maniqueísmo interesado, con la reducción simplista y deformante de la historia.

Queda claro que Foxá miente por omisión, por sesgo ideológico, por odio de clase. No deja indiferente su novela, pues plantea abiertamente el viejo debate de la conjunción de arte e ideología. Es indudable que en toda creación asoma de alguna manera, y con diferentes grados, el yo del autor, lo cual es sano y aconsejable, porque la obra completamente aséptica, descontaminada de la humanidad del autor, acaba resultando una estética vacía y desconectada de la realidad. El problema no está en esa contaminación, sino en el grado en que la ideología aparece en la obra, y en que esta ideología no sea propaganda de una concepción antidemocrática, clasista, perpetuadora de privilegios y desigualdades. 


jueves, 9 de marzo de 2023

31 Radiante en blanco

Radiante en blanco tu tersa corona, sobre la que se adelantan amarillos, protectores, los pétalos, en cuyo íntimo centro alientan tu ser y tu destino, inclinado tu rostro hacia la tierra, no por humildad, sino por fatal designio de la diosa, buscando tu reflejo en un abismo sin fin, oh, hermoso Narciso, delicada tela caduca, anuncias el fin de la tierra desnuda y los fríos vientos del norte, y anticipas el esplendor de una primavera que nunca más volverás a ver.


martes, 7 de marzo de 2023

30 Bajo un cielo

Bajo un cielo azul infancia, caminas en la mañana por la cinta agrietada de la carretera. Atrás va quedando el pueblo y un son de campanas. Ante ti, la lejanía de las sierras.

La luna blanca, rezagada, navega tranquila allá arriba, y las cigüeñas planean rasantes los campos verdes del invierno.

Dispersas acá y allá, fragantes de amarillo, estallan las mimosas.


jueves, 2 de marzo de 2023

Supervivencia (lingüística) y vendedores de humo

 Se gestó durante siglos en contacto con hablas germánicas y semíticas, con restos de viejas lenguas prerromanas y con el vasco; nació literariamente con las jarchas, con los cantares de gesta y con los milagros marianos traducidos por Berceo; fue creciendo con Juan Ruiz, los romances, Manrique y La Celestina; alcanzó esplendor de oro en el XVI y en el XVII; sufrió el sarampión galicista del neoclasicismo y el rococó; se repuso en manos de los románticos, de los realistas y de los naturalistas; alcanzó altas cumbres en la primera treintena del siglo XX, y aquí lo tenemos, boyante, en expansión, en este siglo XXI, entre las cuatro grandes lenguas del mundo, con más de quinientos millones de hablantes. El español está vivo porque ha sabido sobrevivir, porque se ha adaptado a las circunstancias históricas, porque es la lengua de grandes obras maestras de la literatura que han suscitado interés universal, porque tiene recursos para enriquecerse y antídotos para defenderse, porque sus hablantes carecen de complejo lingüístico y la usan ante los hablantes de otras lenguas.

Uno de los mecanismos que nuestra lengua utiliza para adaptarse al contexto, al medio ambiente, es el neologismo, que se logra por distintos medios: creación de una nueva forma a partir de elementos léxicos disponibles (metaverso), adición de nuevos significados a palabras ya existente (virus informático), o recurso al préstamo, al tomarlo de otra lengua (twitter).

La palabra que nos ocupa hoy tiene que ver con la reciente declaración del alcalde de Madrid al marcar el objetivo de su partido: «El PP tiene que hacer lo que mejor se nos ha dado, acudir a salvar España». Casi nada, salvar España. Qué alto afán. Y enseguida acudió la lengua para nominar a esa gente, autopresentada como patriota en grado máximo, que se sacrifica en pro de la nación y se presenta como redentora de todos los males: salvapatrias.

La palabra salvapatrias es un sustantivo de género común, que puede usarse en singular o en plural, formada por un verbo en forma personal más un sustantivo en plural. En el artículo titulado «salvapatrias m. y f.», publicado en el blog Martes neológico (16 junio 2020), la filóloga M.ª Ángeles García Aranda escribe que el término nombra a «todo aquel que se ha erigido, con intereses personales y partidistas, como protector de un país que considera que está amenazado, por lo que trata de imponer un nuevo orden social sin renunciar a la violencia, a la mentira o a la supresión de los derechos de los ciudadanos a los que dice proteger». Creada en los años ochenta del siglo pasado para señalar a golpistas y dictadores españoles, la palabra sirvió más tarde para nombrar también a los terroristas etarras y, finalmente, para señalar a polític@s populistas que afirman defender a España de ideologías extremas. Puntualiza también la profesora García Aranda el matiz peyorativo y la intención irónica o humorística con que se utiliza, pues no se considera precisamente que tales personas salven a la patria de nada, sino que, al contrario, constituyen una amenaza para ella.

Mi memoria asocia salvapatrias con caudillo, con quién se sumó a un sangriento golpe militar y abanderó la cruzada de liberación para salvar a España de todos los males que la amenazaban, con aquel que entregó su vida en la lucha contra el comunismo y el contubernio judeomasón, contra quienes impedían que España fuese una unidad de destino en lo universal. Desconfía uno de los redentores. No creo que seamos más libres y más felices en un país gobernado por quienes defienden sin pudor el liberalismo salvaje (privatización de lo público, expulsión de inmigrantes, protección de los grandes capitales, control de la justicia...).

No cree uno en esos títeres del dinero que se corrompen con tan suma facilidad. Ni siquiera cree uno que tales gentes, que tanto presumen de patriotismo y sacrificio por la patria, sean realmente unos buenos patriotas; son más bien gentes mendaces, falsos adalides, vendedores de humo, que desde una injustificada postura apocalíptica, invocan al miedo del electorado, presentando un país en situación de catástrofe y máxima emergencia, que solo ellos sabrán reconstruir y reconducir.

Que la democracia y las urnas nos libren de salvapatrias.