jueves, 31 de julio de 2008

8 de julio

7 de la mañana. Compro el último paquete de cigarrillos. Limpio cielo azul de verano. Lo miro tras la cristalera del bar Corneta. Me rodean las percusiones de la taladradora de las obras en la calle Mayor. Ruido de camiones. Noticias últimas sobre el atentado de ayer en Londres. Mi primer día de nuevo rango en el instituto: jefe de estudios de adultos. Perspectivas futuribles: un billete del cuponazo de la ONCE. Alea iacta est.

El ejercicio gimnástico es buen aliado para los menesteres de desintoxicación tabáquica. No se ganó Zamora en una hora y no deja alguien como yo de fumar así porque sí. Hay que tomar la decisión, desde luego, pero ella sola no basta. La voluntad, la inteligencia, el deseo, las potencias espirituales, racionales e irracionales, han de conjugarse con medidas y nuevos hábitos en el orden de lo físico: dieta alimenticia, ingesta de líquidos, ejercicios corporales. Purgar y depurar, desengrasar y purificar.
Abandonar el tabaco exige un proceso semejante al de nuestros místicos clásicos. Se trata, primero, de empezar a andar la vía purgativa. Aquí entra el desapego por un vicio placentero perjudicial, capaz de domeñar mi voluntad. La solución de choque pasa por la mortificación y la disciplina corporal: ¾ de hora pedaleando por la carretera de El Guijo.

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