lunes, 8 de enero de 2018

Las tentaciones, o Eros, Plutón y la Gloria (2)


          El segundo Satán no tenía el mismo aire a la vez trágico y sonriente, ni las mismas buenas maneras insinuantes, ni la misma belleza delicada y perfumada. Era un hombre grande, con un enorme rostro sin ojos, cuya pesada barriga se desbordaba hacia los muslos, y tenía toda la piel dorada e ilustrada, como si fueran tatuajes, con una multitud de pequeñas figuras en movimiento que representaban las numerosas formas de la miseria universal: hombrecillos escuálidos que se colgaban voluntariamente de un clavo; pequeños gnomos deformes, flacos, cuyos ojos suplicantes pedían limosna mejor que sus manos temblorosas; madres viejas con abortos agarrados a sus pechos extenuados. Y muchas figuras más.
         El gordo Satán  golpeaba con el puño su inmenso vientre, del que salía entonces un largo y sonoro tintineo metálico que acababa en un vago gemido formado por numerosas voces humanas. Y se reía, mostrando sin pudor sus dientes podridos, con una gran risa imbécil, como la de esos hombres de cualquier país que ríen después de una más que abundante cena.
         Y me dijo: “¡Puedo darte lo que todo lo consigue, lo que todo lo vale, lo que a todo sustituye!”. Y golpeó su monstruoso vientre, cuyo eco sonoro sirvió de comentario a sus groseras palabras.
        Me volví con asco y le contesté: “No necesito de la miseria de nadie para divertirme; y no quiero una riqueza entristecida, como el papel pintado, por todas las desgracias representadas en tu piel.”


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