jueves, 25 de enero de 2018

Libros errantes


No sé cómo llegó a mis estanterías esta obra que Pío Baroja publicó con 70 años. El estanque verde fue el primer número de la colección «La novela actual», de la editorial madrileña Escélicer, y apareció el jueves 3 de junio de 1943. El propósito de la colección era sacar cada jueves una novela corta inédita de un autor español vivo. Por lo que he podido averiguar, salieron a la venta al menos los diez primeros números con novelas de Gómez de la Serna, Rosa Chacel, Alfredo Marqueríe, Tomás Borrás, Jardiel Poncela, Francisco de Cossío, José Francés, Ana Mª de Foronda y Luis Antonio de Vega, polifacético bilbaíno —reputado crítico gastronómico y enólogo, prestigioso arabista, viajero, poeta, novelista y ensayista—, director de la colección.
            Los libros consistían en un cuadernillo en octavo con las hojas grapadas, normalmente de 48 páginas. El esquema de la portada, a tres tintas y con papel de mayor gramaje, era el mismo para todos los números: nombre de la colección, retrato del autor, nombre, título y módico precio, una peseta. El ejemplar que tengo delante tiene trazas de haber sido, si no leído, al menos marcado: pliegues en varias hojas y manchas en tres páginas. El papel, de color crema, es basto y áspero al tacto, y la tinta ha perdido intensidad. Una edición barata, concebida quizá para una campaña de popularización de la lectura y divulgación de obras que sacaran durante un rato a los españoles del marasmo en que debían de vivir aquellos días de inmediata posguerra, dolor y hambre. Supongo, leída la de Baroja, que se trataría de novelas alejadas de la inmediata realidad histórica, aunque no deja de aportar su dosis de desconcierto la inclusión en la nómina de Rosa Chacel, en el exilio entonces, entre intelectuales conservadores y falangistas de número como Alfredo Marqueríe o Tomás Borrás.           
            El estanque verde es una historia prescindible —supongo que solo tendría valor nutricio— que nada aporta a la narrativa de su autor y suena, además, a ya conocida: la historia de una casa, Jaureguia, a través de los personajes que la habitaron, o la historia de unos personajes a través de la casa en que vivieron. La novedad, que no lo es del todo, porque también resulta familiar en Baroja el recurso del médico-narrador, es el juego con los narradores, el de las cajas chinas, llamado también de las matrioskas o muñecas rusas, de antiquísima estirpe: un narrador que podemos identificar con Baroja pone en limpio y edita recuerdos de juventud del doctor Armendáriz, que da la palabra a doña Úrsula para reconstruir parte de la historia del ingeniero Norton, completada por el doctor Alberdi.


          Al margen de los literarios, el cuadernillo tiene para mí otros valores. Y no porque en el mercado de segunda mano en internet se cotice a 21 euros el ejemplar en buen uso, sino por su singularidad editorial—una primera edición de Baroja, aunque sea un cuadernillo grapado—, por su antigüedad —75 años cumplirá en junio de este año—, por ese olor a dulce casero que guarda en su interior, como si hubiera estado en la parte del aparador en que se guardaban las magdalenas recién hechas. También por las historias que podría contar de su dueño: ¿un secretario de ayuntamiento que albergaba el secreto empeño de contar historias curiosas de su pueblo?, ¿un recién diputado a cortes, que aprovechaba los viajes a Madrid desde su capital provinciana para echar una cana al aire, y siempre llevaba de vuelta algunas novedades literarias?, ¿la maestra de una escuela rural que había perdido a su novio durante la guerra y probaba a distraer sus horas de melancolía con la lectura?, ¿un universitario calavera con el prurito de ser escritor de éxito?, ¿un periodista y crítico literario vinculado a la Delegación Nacional de Prensa y Propaganda, que turiferaba o mostraba tibieza con las obras según su mayor o menor sintonía con los principios del Movimiento?, ¿un simple lector que vendió un lote de sus libros en El Rastro para costearse otros?, ¿una condesa arruinada cuyo sobrino drogadicto acabó malvendiendo la biblioteca a chamarileros ambulantes? Cualquiera sabe los tumbos que ha dado este librillo hasta aparecer en mis estantes.

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