viernes, 19 de enero de 2018

Novelas sin mordaza


El País del día 17 de julio de 1985 dedicó una página al escritor alemán Heinrich Böll tras su muerte, y desde uno de los desvanes de la memoria viene el recuerdo de una mesa redonda entre los alumnos de 6º de bachillerato organizada por Teresa Morales, nuestra profesora de Literatura en el «Averroes», en la que me tocó presentar al autor de Opiniones de un payaso, que aún no había recibido el premio Nobel.
Acababa yo de cumplir los 16 y, salido apenas de los clásicos juveniles —Julio Verne, Fenimore Cooper, Stevenson, Defoe, los cuentistas rusos, el Werther— mis lecturas contemporáneas eran escasas: las primeras novelas de García Márquez, alguna de Vargas Llosa, relatos de Cortázar y de Borges, Hijo de hombre, de Augusto Roa Bastos, y poco más. Recuerdo haber leído también en aquella época La sombra del ciprés es alargada y La hoja roja, de Delibes, cuentos de Ignacio Aldecoa y de Ana María Matute, la Volvoreta de Wenceslao Fernández Flores, las Industrias y andanzas de Alfanhuí, y la historia de Billy el Niño, El bandido adolescente, de Ramón J. Sender, que fueron apareciendo en la colección «libro RTV» de Salvat, con la que mi generación se hizo lectora.
Creo que Heinrich Böll y Samuel Beckett, cuyo Godot estuvimos ensayando durante unos meses de ese mismo año, fueron, exceptuados los hispanos que he citado, los primeros autores europeos vivos que leí. Para preparar aquella presentación en el seminario de Literatura del instituto pude leer también varios fragmentos de la primera novela de Böll, El tren llegó puntual, y entre prólogos de otras obras suyas, historias de la literatura y algunos artículos de revistas que localicé en la biblioteca provincial salí, si no airoso, al menos satisfecho con el orden y claridad pedagógica de mi breve exposición.
RFA, RDA, USA, URSS, OTAN, Pacto de Varsovia, Berlín Este, Berlín Oeste, los Sputnik y los Explorer, los Apolo y los Soyuz, espías y contraespías, países aliados y países satélite, comunistas y capitalistas, democracias y totalitarismos. Habíamos sido educados en esas dicotomías, en esas dualidades zoroástricas. Las dos Alemanias eran el ejemplo perfecto de realidades irreconciliables, de modelos políticos antípodas. Y la ciudad de Berlín, tajada en dos por el muro de la vergüenza, el símbolo viviente de tal imposibilidad.


La obra de Heinrich Böll cuestionaba la imagen de la RFA como tierra del bienestar económico, no porque planteara que tal paraíso material no existiera, sino porque exponía con crudeza sobre qué cimientos se había reedificado esa nueva Alemania del progreso industrial y tecnológico, con qué mimbres se había obrado el famoso “milagro alemán”.
El protagonista de Opiniones de un payaso es Hans Schnier, de 27 años, hijo de padres burgueses protestantes, educado en un colegio católico pero ateo, payaso de profesión. Abandonado por Marie, de padres judíos, la mujer con la que llevaba varios años conviviendo, Hans se refugia en el alcohol y termina lesionado durante una actuación. Sin un céntimo y sin expectativas de trabajo, vuelve a su apartamento en Bonn, donde nos va relatando su vida a través de recuerdos y conversaciones telefónicas.
            Schnier es un personaje automarginado, no encaja en la sociedad porque no es un hipócrita, porque trata de vivir según sus valores, porque es incapaz de callar sus ideas y opiniones ante los demás. Piensa que Alemania sufre una dolencia moral: por debajo del milagro económico late una enfermedad —el olvido del pasado nazi y su injustificable violencia—, a la que se unen otros males no menos desdeñables: la hipocresía de católicos y protestantes, la ceguera de los grandes partidos políticos, el pragmatismo de Konrad Adenauer, que fomentaron la sociedad de consumo, el conformismo y la estabilidad como máximas aspiraciones individuales. Frente a esos valores, el payaso Schnier no olvida el pasado nazi de tantos compatriotas: “Siempre temo que borrachos alemanes de cierta edad me hablen, porque indefectiblemente hablan de la guerra y encuentran que aquello fue magnífico, y cuando están completamente borrachos resulta que son unos asesinos y quieren «hacer un escarmiento» por cualquier cosa.” Ni cree que la religión —protestante o católica— haga mejores a las personas, ni que la acumulación de bienes o la posesión de dinero sea el camino de la libertad y de la felicidad.
          Novela, en fin, de ideas, de opiniones sin mordaza, de conciencia, que no podía dejar indiferente a quienes empezábamos entonces a descubrir las luces y sombras de la vida.


***



No hay comentarios: