viernes, 31 de enero de 2025

Microliteraturas: aforismos, máximas y sentencias

 En esta segunda entrega sobre la literatura breve nos ocupamos de tres subgéneros emparentados no por su etimología, sino por su condición y finalidad, y aunque el diccionario académico los hace sinónimos entre sí, trataremos de marcar las fronteras de uno a otro, de establecer sus alcances significativos, para su acertado uso en nuestro hablar y escribir. Me refiero a los términos que aparecen en el título de estas líneas. 

Como veremos enseguida, se agrupan conceptualmente los tres vocablos y se los viene a identificar con la misma cosa en esencia: una regla o principio que se acepta como verdad en una determinada disciplina o ámbito del saber humano.  El aforismo, según define el diccionario de la RAE, es una «máxima o sentencia que se propone como pauta en alguna ciencia o arte», definición que se acerca notablemente a la primera acepción de máxima —«regla o proposición generalmente admitida por quienes profesan una facultad o ciencia»—, y en muy menor medida al concepto académico de sentencia —«dicho grave y sucinto que encierra doctrina o moralidad»—, que parece encajar mejor con la segunda acepción de ‘máxima’: «sentencia, apotegma o doctrina buena para dirigir las acciones morales».

Si acudimos a la etimología, comprobaremos que el aforismo es hijo de la lengua griega, cuyos padres, από + ορίζω (‘fuera’ + ‘límite’) se referían originariamente a las breves reglas y principios de la medicina establecidos por Hipócrates. El término αφορισμός, que distinguía, separaba, delimitaba conceptos y se aplicaba solamente a sucintos preceptos científicos, acabó ampliando su semántica, aplicándose también a  las artes. Según lo dicho, podemos establecer dos rasgos que circunscriben o acotan el aforismo —el ser obra de autor conocido (Hipócrates, Galeno, Ptolomeo…) y el referirse a la ciencia o al arte. —, mientras que la máxima y la sentencia caben ser considerados palabras sinónimas, centradas más en los aspectos éticos o morales del ser humano.

Válganos como ejemplo de aforismo clásico el número 18 del tratado médico de Hipócrates («Estando herido el bazo, sale de la parte siniestra del hypocondrio la sangre negra. Los precordios, con el ventrículo, se endurecen hacia la misma parte; sobreviene gran sed, acaece dolor al yúgulo, como sucede cuando está herido el hígado»), que nos recuerda aquellas invenciones léxicas del fantástico Julio Cortazar en Rayuela —«Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes»— , y de paso sus maravillosas y breves Historias de cronopios y de famas. Pero si lo que lector busca son aforismos actuales, permítame la autocita, que hago con la mayor modestia, y remitirle a dos secciones de este blog, «Aforismos del mester» y «Breviarius», donde quizá encuentre de su gusto alguna de las brevedades salidas de mi pluma. Quede claro en todo caso que el aforismo es un texto de naturaleza pedagógica, que instruye en el conocimiento de las ciencias o de las artes.

En cuanto a máximas y sentencias, la delimitación, ya lo hemos comprobado, no es precisa, y tampoco aporta total nitidez la wikipedia, que define la ‘máxima’ como una «instrucción importante, mayor, hecha para iluminar y guiar a los hombres en la carrera de la vida; es una gran regla de conducta», y la ‘sentencia’ como una «lección breve, patente y admirable, que deducida de la observación o tomada en el sentido íntimo o en la conciencia, nos enseña lo que es preciso hacer o lo que pasa en la vida: es una especie de oráculo». Quizá se nos aclaren los conceptos, los límites de una y otra,  si resumimos que la máxima es un principio regidor de la vida, la aguja que marca nuestra orientación, nuestro camino ético, en relación con nosotros mismos y con los demás, en tanto que la sentencia surge de la observación de la realidad. Según esto último, son sentenciosos aquellos famosos versos de Manrique —Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir—, o los no menos conocidos de otro hondo poeta: 

«Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar».

Y se entienden como máxima estas palabras de Séneca a Lucilio: «No creas feliz a nadie que ande pendiente de la suerte», o estas otras sobre la lectura: «Lee, pues, siempre autores meritorios y si alguna vez te viniere en gana hacer en otros alguna diversión, no dejes de tornar a los primeros».

A propósito de Lucio Anneo y sus sabios dichos, recuerdo ahora «la biblioteca de Séneca», ubicada en una glorieta de los Jardines de la Agricultura de nuestra capital, a espaldas de la nueva biblioteca dedicada al Grupo Cántico. A esa glorieta, delimitada por bancos de obra revestidos con azulejos en tonos azules y blancos, llevaba en ocasiones a mis alumnos y les hacía leer y comentar los textos de Séneca grabados en aquellos baldosines vidriados. En esa misma «biblioteca de Séneca», buscando las sombras de los pinos y los castaños, fui leyendo las Cartas de Séneca a Lucilio, traducidas por Luis Mapelli, que acabo de sacar de la estantería para encontrar alguna sentencia estoica —«Se queja más de lo que conviene el que se queja antes de lo que conviene»—, alguna máxima —«debes vivir de tal manera que no tengas necesidad de guardar ningún secreto no sólo a tus amigos, sino incluso a tus mismos enemigos»— con que cerrar esta entrada.

El tiempo vuela. Tened salud.


jueves, 30 de enero de 2025

La (otra) biblioteca de Kafka (y 3)


Sorprendería a Franz Kafka, y quizá no lo entendiera, el interés despertado por su obra tras su muerte. Quedaría perplejo, sin duda, ante las numerosas ediciones, reimpresiones, revisiones y publicaciones facsímiles de todo cuanto salió de su pluma, al menos de lo aflorado hasta ahora. ¿Aprobaría la publicación de sus diarios? ¿De su correspondencia personal? ¿Qué pensaría de las variadas interpretaciones de sus escritos? ¿De los miles de publicaciones —ensayos, artículos, tesis doctorales, reportajes periodísticos, películas, documentales, pinturas y dibujos—, consagrados al estudio de su vida y su literatura? ¿Cómo se sentiría al ver que sus manuscritos alcanzan cifras millonarias en las subastas? En este aspecto, Kafka es un nuevo Midas.

Una prueba más del papel que lo kafkiano representa en la escena literaria mundial es el proyecto de un librero anticuario alemán, Herbert Blank, que publicó En la biblioteca de Franz Kafka (2001), un minucioso catálogo de las obras leídas y poseídas por el escritor checo en sus 41 años de vida. Durante años, Blank fue buscando en los diarios y cartas de Kafka, también en los escritos de sus amigos, referencias a los libros que éste había leído o que tenía en su biblioteca personal. Pero no paraba el proyecto en elaborar el mero catálogo, sino que el librero fue coleccionando y encuadernando al gusto de la época las primeras ediciones de aquellos libros, logrando así un duplicado de lo que fue la colección particular de libros que Franz Kafka atesoraba en su casa.

¡Ojo! Esta biblioteca replicada por Blank no es la adquirida a instancias del kafkólogo Jürgen Born por el Instituto para el Estudio de la Literatura Alemana en Praga, conservada en la Universidad de Wuppertal y que sí contiene ejemplares que realmente pasaron por las manos de Kafka, ocultos durante sesenta años en depósitos de la Gestapo y posteriormente de las autoridades comunistas checas, hasta que aparecieron en una librería anticuaria de Múnich a finales de 1982. Los volúmenes recuperados hasta ahora y custodiados en Wuppertal no llegan a 300. Los reunidos por Blank superan los 800.

Pero la historia no acaba en la publicación del catálogo de Blank. En 2001 irrumpe en el mundo kafkiano la fundación de la automovilística Porsche, que compra al librero anticuario —¿135.000 €?— la biblioteca replicada y la cede a la Sociedad Franz Kafka, radicada en Praga, que la mantiene accesible al público.

Dos historias kafkianas con final satisfactorio, representativas de aquella atracción que el escritor sabía ejercer sobre quien tenía cerca, ya fuese un amigo o una de sus novias. Kafka era un hombre fotogénico, como decía Eduardo Mendoza, alto, delgado, de vestir elegante, con un especial sentido del humor, que enseguida atrapaba con la red de su escritura, y aunque algunos críticos y lectores —el mismo Mendoza afirma que Kafka fue un mal escritor que no sabía empezar sus novelas ni acabarlas— lo consideran un autor menor y fragmentario, otros muchos ven en él un maestro, un imprescindible en la narrativa del siglo XX, a quien muestran fidelidad de por vida y consagran décadas a preservar su obra de la destrucción o a dar a conocer sus fuentes literarias.

Algo tendrá Kafka.


miércoles, 29 de enero de 2025

Microliteraturas: parábola.


Niño tú de seis o siete años. Sentado en los bancos de la iglesia (en Esparragal, en el Campo de la Verdad, en el poblado de la presa del Bembézar), te transportabas a una fantástica geografía, mezcla del paisaje mínimo de los belenes que montaba tu madre todos los años en el comedor y de los escenarios de películas americanas como Rey de Reyes o La túnica sagrada, o que tú mismo creabas con tu imaginación, excitada por el exotismo de los nombres y lo portentoso de los hechos: la ciudad de Cafarnaún. el lago de Tiberiades o mar de Galilea, donde Cristo anduvo sobre las aguas, la desértica Betania, patria del resucitado Lázaro, las murallas de Jericó, abatidas por el estruendo de las trompetas y el griterío de los israelitas, el sagrado Jordán, el monte Moria, donde Abraham estuvo a punto de acabar con la vida de su hijo Isaac por mandato del temible Yavé, el monte Sinaí, de donde bajó Moisés con las Tablas de la Ley, el huerto de los olivos, Getsemaní, Nazaret, Canaán, Sodoma y Gomorra, el apóstol Pablo predicando desde las impresionantes alturas, así lo veías tú, del areópago de Atenas. Te gustaban sobre todo aquellas historias (narraciones de sucesos fingidos, de las que se deducían por comparación o semejanza verdades importantes o enseñanzas morales), parábolas, palabras, las llamaba el sacerdote: el hijo pródigo, el grano de mostaza, el buen pastor, la cizaña y el trigo, el sembrador… y veías las cabras ramoneando, los hombres y mujeres y niños en sus faenas cotidianas, horneando hogazas de pan candeal, sacando agua del pozo, labrando sus huertas o a las puertas de sus comercios con sus túnicas y sus turbantes, hasta que el oficiante comenzaba con su exégesis y se rompía la magia y entonces volvías al incómodo banco de madera y empezaba el mirar a un lado y otro, las rasquiñas, los suspiros de aburrimiento, el tamborileo de los dedos en la madera, los cambios de postura, que cesaban súbitos cuando tu madre te tocaba suavemente en el brazo y te fulminaba con la mirada y los labios contraídos.


martes, 28 de enero de 2025

La biblioteca de Kafka (2)


El 11 de enero de 1983, el periodista John Tagliabue firmaba un artículo en The New York Times —«Encontrada en Alemania la biblioteca de Kafka»—, en el que daba cuenta del hallazgo de unos 200 libros pertenecientes a la biblioteca personal del escritor checo. El lote se había ofrecido en el mes de noviembre a un librero anticuario de Múnich, Werner Fritsch, director de la librería Theodor Ackermann, que no reveló el precio de compra.

Cómo sobrevivieron 60 años estos libros, que originariamente estaban en la habitación de Kafka en casa de sus padres, y llegaron hasta la librería muniquesa es historia rocambolesca más que kafkiana, cuyo recorrido tiene tramos Guadiana imposibles ya de señalar y concretar.

Hay que presumir que tras la muerte de Kafka en junio de 1924, su hermana Ottla conservó en su casa la colección hasta que fue detenida por la Gestapo, deportada y asesinada en Auschwitz en octubre de 1943. Debemos seguir suponiendo que saqueada por los nazis la casa de Ottla tras su detención, los libros fueron trasladados a un almacén o depósito de la Gestapo en Praga, donde es lo más posible que el escritor H. G. Adler los salvara de la quema —las obras de Kafka estaban condenadas por el régimen hitleriano— y permanecieran en aquellas dependencias hasta los tiempos comunistas y neoestalinistas de Gotwald y Novotny, que también despreciaban aquella literatura decadente escrita en alemán. En aquellos tiempos de guerra fría, un grupo de libreros e intelectuales de Bonn consiguió localizar la colección de libros en la Alemania del Este, pasarla a la Alemania Occidental y hacerla llegar a un grupo de libreros en Mónaco, que fue el que ofreció el lote a la librería de Múnich en noviembre de 1982. La colección fue adquirida por el Instituto de Investigación sobre la Literatura Alemana en Praga, perteneciente a la Universidad de Wuppertal, donde se conserva en la actualidad.

Testigos de la historia europea del siglo pasado, estos libros revelan también los gustos y preferencias literarias del escritor: son mayoría los libros en alemán (Goethe, Schiller, Fontane, Lily Braun), aunque también los hay en checo (Otokar Brezina, Bozena Nemcova). No faltan las obras de clásicos rusos, franceses, ingleses (Shakespeare, Tolstoi, Dostoyevski, Flaubert, Platón) ni de amigos, como Max Brod o Franz Werfel. Una treintena de estos libros llevan dedicatorias a Kafka: «Quizá lo leamos pronto juntos», escribe Felice Bauer en un ejemplar de Los hermanos Karamazov que le regaló en 1914. O esta otra que Mad Brox le escribe en Paganismo, cristianismo y judaísmo (1912) deseándole el restablecimiento de su salud: «Para mi Franz, para tu recuperación». Aparecen también dos dedicatorias de Kafka a Ottla, su hermana preferida: en una selección de poemas y estampas de la vida en el campo, de Luwdig Richter; la segunda —«Del marinero que saltó dando golpes hacia la barca»—, en una antología de cuentos chinos, donde alude al protagonista de un cuento del propio Kafka, el cazador Gracchus, condenado a vagar eternamente vivo en una barca. La colección no está completa y no se descarta la aparición de más ejemplares. Con Kafka nunca se está seguro, las cosas no siempre resultan lo que parecen.

En el retiro y el silencio del almacén donde permanecieron 60 años, estos libros han sobrevivido a momentos clave que definen ideológica, económica y sociológicamente el siglo XX: la desaparición del imperio austro-húngaro, la Europa de entreguerras, la efervescencia cultural y política de Berlín, la gran superinflación, la génesis y ascenso al poder de Hitler, el comunismo feroz de Stalin, la II Guerra Mundial, el Holocausto, la división alemana, el telón de acero, la primavera de Praga…

No deja de sorprender que un escritor prácticamente desconocido en su tiempo, que no supo acabar ninguna de sus obras mayores —Kafka es un autor fragmentario—, haya alcanzado la notoriedad que goza desde hace ya décadas, y que se le considere un autor imprescindible en el canon del siglo pasado, un clásico de la literatura universal.

Esa consagración literaria no afecta solamente a la producción literaria publicada en vida, ni a sus novelas y narraciones póstumas. Desde la semana siguiente a su entierro empezó a hacerse público otro Kafka, el más personal de los diarios, el más íntimo de las cartas a Felice, a Grete Bloch y a Milena Jesenska, el Kafka familiar que escribe a sus padres o a sus hermanas, pidiendo el envío de un edredón para combatir el frío de Berlín o informando de su salud. Inmediatamente después de su muerte, Kafka comenzó a vivir para sus lectores, a suscitar un extraordinario interés por su escritura, pero también por su ámbito más personal y privado.

(Continuará)


lunes, 27 de enero de 2025

La biblioteca de Kafka (1)

 Hoy, 27 de enero, se celebra el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, y la casualidad ha querido que repasara las anotaciones en un cuaderno de hace unos años sobre la familia y los amigos de Franz Kafka víctimas de los nazis, y la entrada, de juanramoniano título «Y se quedarán los pájaros cantando», publicada, ya veo que no es simple azar, el 27 de enero de 2021 en este mismo Pisapapeles de Karlsbad.

La barbarie nazi borró del mapa de Praga a la familia Kafka. Supongo que si el escritor hubiera seguido vivo en los días atroces de la ocupación, habría seguido la misma suerte que sus hermanas, sus cuñados y sus sobrinos. Pero la historia nos sorprende a veces con sus giros de guion: Franz Kafka siguió vivo, no ya en los manuscritos que su incondicional Max Brod sacó en una maleta la noche antes de que los nazis llegaran a la capital checa, sino en algo tan imprescindible para un escritor como son sus libros, su biblioteca personal, los ejemplares en que leía, los volúmenes que poblaban los estantes de su biblioteca y notaron el tacto leve, delicado, de sus manos al pasar las hojas, lo profundo de su mirar más allá de la tinta, el tono de su voz cuando leía un pasaje a sus hermanas o a sus amigos. Un escritor es lo que escribe, pero también, y mucho, lo que lee.

Esta historia puede comenzar el día 3 de julio de 1943, fecha del 60 aniversario del nacimiento de Kafka, cuando el escritor judío H. G. Adler pronuncia una conferencia sobre el autor checo en el llamado “Cuartel de Magdeburgo”, del gueto de Theresienstadt, al final de la cual se le acerca una mujer, que se presenta como Ottilie Kafka y le da las gracias en nombre de su familia.

O puede comenzar en los días en que el propio Adler, detenido por las autoridades nazis, debe registrar y consignar el material de las bibliotecas robadas a los judíos. Una de aquellas bibliotecas que inventarió era la del autor de La metamorfosis.

No sabemos cómo, ni cuándo, ni con ayuda de quién, los libros de Kafka consiguieron pasar desapercibidos, sobrevivir al final de la guerra, al régimen comunista de Gotwald y Novotny, al telón de acero, y aparecer en una librería de Múnich en diciembre de 1982.


domingo, 26 de enero de 2025

Adiós, hermosa isla


Un extranjero


Adiós, hermosa isla,

la que se ve de lejos

coronada de nubes.

Ojalá volviera a tus limpias aguas.

A tus abruptos montes.

Al abrigo seguro de tu puerto.

Me despido de ti

en la brumosa mañana de octubre.

Te veo ya a lo lejos,

sobre los tejados de Cefalonia,

sobre los naranjos y los olivos de Sami,

más allá de los veleros

mecidos por la brisa.


Nadie llega a ti por casualidad.

Hay que buscarte, Ítaca,

para comprobar que no nos esperas,

que no somos los héroes

ni tú eres nuestra casa,

que no eres regreso,

sino un comenzar. 



sábado, 25 de enero de 2025

25 enero

 

Recién lavada

por la lluvia, la luz

se hace canción.


viernes, 24 de enero de 2025

24 enero

 

Se acaba el día.

Va la luz de la tarde

ardiendo en mí.



jueves, 23 de enero de 2025

23 enero

 

Canta un jilguero

en la mañana de agua

y obra el prodigio:

entre las nubes grises

asoma el arcoíris.



miércoles, 22 de enero de 2025

La mirada de Kafka

 ¿En qué pensabas de pie, levemente apoyada la cadera en el costado de aquel animal de atrezo, un carnero, adornado con jaeces en el testuz, con bridas y jáquima para guiarlo; tu mano izquierda cerrada en puño a la altura del esternón, agarrada la derecha al cuerno del animal, cuya cabeza llega casi a la altura de la tuya; botas negras de media caña y pantalón ajustado por encima de las rodillas; abotonada la camisola de cuello marinero rematado en un lazo; pelo negro, brillante, del que sobresalen las orejas, el flequillo ligeramente al bies de izquierda a derecha; apuntado el rostro hacia la nariz y la barbilla, cerrada la boca, en línea recta los labios finos, sin querer sonreír, como tampoco sonríe tu mirada oblicua hacia la derecha, pese a las indicaciones del señor Klempfner, el fotógrafo, en qué pensabas, Franz? ¿Por qué tan serio?

Vivíais entonces en la Zeltnergasse de Praga, en la ciudad vieja. Corría el año 1888. Tus padres, Hermann y Julie, regentaban una mercería (corbatas, sombrillas y paraguas, bastones, tejidos de algodón, complementos de moda y artículos de fantasía) que tú apenas visitabas. Eras, a tus cinco años, el primogénito y el único: tu hermano Georg había muerto a los dos años, de sarampión, y Heinrich antes de los seis meses, por una otitis, pero tú ya no te acordabas de ellos. Pasabas los días con la cocinera y con la criada, de quienes aprendiste la lengua checa. No habían nacido aún tus hermanas, ni asistías a la escuela alemana.

Eras un niño delicado, pero sano. No heredaste la fuerte complexión de tu rama paterna, ni su capacidad de resistencia y superación; tampoco el aire alunado de algunos antepasados maternos, ni su estricta ortodoxia judaica.

¿Qué mirabas, Franz, aquel día en el estudio del señor Klempfner? ¿En qué pensabas? Porque tu mirada de niño… Pareces ensimismado, abismado, no en lo inmediato, en lo que tienes delante y más cerca de ti, sino mucho más lejos, como si vieras o recordaras algo remoto: ¿La historia, acaso, de aquella bisabuela ahogada en el Elba que has oído contar en voz baja a tu madre? ¿El laberinto sombrío de las callejas y los patios interiores de la ciudad vieja? ¿La voz imperiosa de tu padre? ¿El bullicio de la Starometské Námesti en los días de mercado? ¿El denso rumor del Moldava? ¿Los rezos y cánticos incomprensibles en la sinagoga?



martes, 21 de enero de 2025

21 enero

 

Razón poética:

el bullir de la vida

hecho palabra.



lunes, 20 de enero de 2025

20 de enero

 

Manto de estrellas

en la noche de enero.

Tirita el frío.



domingo, 19 de enero de 2025

Presagios

 Calma, sosegada, extiende sus brazos el alba sobre los campos amarillos y la humedad de las vaguadas.

Huele a cereal, a hinojo, a infancia y juegos del verano.

Calmo también tu espíritu, hasta que súbito, un aleteo y levanta el vuelo graznando un cuervo.

De un lado a otro del camino —tenues brillos metálicos— las arañas han lanzado sus hilos.



sábado, 18 de enero de 2025

De la aceptación, o no, de los discursos

 En El maestro rural (algunas ediciones lo titulan El topo gigante), cuenta Kafka la historia de la aparición de un topo gigante en un pequeño pueblo, y de cómo se encarga al viejo maestro del lugar, hombre de reconocidos méritos en su profesión, la redacción de un informe documentado y razonado que difunda y dé notoriedad al descubrimiento. Tras exhaustiva investigación, se imprime un breve folleto que se vende a los visitantes curiosos, algunos de ellos extranjeros. Como culmen de su ímprobo esfuerzo, el maestro visita a un erudito de renombre con la intención de que reconozca la importancia científica que supone la aparición del topo, pero el erudito, movido por un prejuicio insuperable, se muestra frustrantemente indiferente y considera normal la aparición de un topo gigante, sembrando de esa manera la semilla del fracaso en el viejo maestro.

Después de un tiempo, el asunto del topo se olvida, hasta que un comerciante vuelve a tomar cartas y decide elaborar su propio informe, reivindicando no tanto el aspecto científico del asunto como la honradez personal del maestro, pero con una metodología no lee el informe del maestro para no contaminarse; considera que éste no es el verdadero descubridor del topo gigante; siembra dudas sobre la desinteresada probidad del mismo, al insinuar el móvil económico del maestro, que tiene muchas bocas que alimentar—, que acaba estableciendo discrepancias notables y creando desavenencias.

Ni el maestro de pueblo, ni el comerciante, logran su objetivo. Hasta ahí la certeza, si es que en las historias de Kafka se pueden tener certezas. Podría incluirse esta narración entre lo que llamaré «relatos de la negación», de la imposibilidad, es decir, de la exclusión. Ninguno de los dos protagonistas de esta narración pertenece a la comunidad científica, a ese círculo del saber socialmente establecido y aceptado como poder, como autoridad emanante de verdades y juicios universales e infalibles. El lenguaje científico no deja de ser un código inaccesible al vulgo, una estructura de poder a la que no puede acceder cualquier diletante.

Quizá vaya por ahí el simbolismo kafkiano. Quizá, si forzamos, podamos ver esta historia como una parábola de su propia condición de escritor: Kafka nunca vivió como él deseaba, pues no logró vivir de la literatura, ni dedicarse exclusivamente a ella. Tenía una relación muy problemática con su trabajo como abogado en el Instituto de Accidentes de Trabajo del Reino de Bohemia, que le consumía las fuerzas, el tiempo, el sueño, que necesitaba para su escritura. Es posible que se viera a sí mismo excluido del oficio de escribir. Y que ahí estuviera la razón última de su querer que desaparecieran sus escritos no publicados, especialmente las tres novelas —América, El proceso, El castillo— que la maldita enfermedad le impidió rematar.

Tampoco podemos olvidarnos del humor, de la parodia de los discursos académicos y de la metodología positivista, presentes en el cuento. Ni de los ambiguos motivos del éxito o del fracaso.


viernes, 17 de enero de 2025

17 enero

 

Ganar la cumbre,

sosegar el espíritu,

respirar luz.



jueves, 16 de enero de 2025

16 enero

 

Solas las calles.

Trepa un sol amarillo

a los tejados.

Desolación: ni pájaros.

A solas con tus pasos.


miércoles, 15 de enero de 2025

Fábulas de la modernidad y el clasicismo

En La metamorfosis, lo de menos, lo no novedoso, es la transformación en un monstruoso insecto del viajante de comercio Gregor Samsa, que es una fábula simple y antigua. Lo importante es que la mutación supone el desmantelamiento despiadado de su identidad, su anulación como ser humano. 

    La desposesión del individuo es total, radical, extrema: se le despoja de su trabajo, de su familia, de su lengua, de sí mismo.

    Esa transformación o conversión es resultado de la sentencia, la condena, dictada por un tribunal innominado, pero obrante y omnisciente: la anulación de Gregor Samsa como individuo.

    El "mensaje" kafkiano, lanzado en 1912, mantiene su vigencia más de un siglo después. Esa es la modernidad de Kafka. Y su clasicismo.


martes, 14 de enero de 2025

Del arte poética


La poesía surge cuando es capaz de reflejar, al menos en parte, la belleza de lo que tenemos delante, sea un paisaje, un objeto, un recuerdo o una emoción.

*

Sube y sube, perfora la oscuridad el cohete hasta alcanzar su cénit, despliega entonces su belleza e ilumina el mundo. Así el verso.

*


lunes, 13 de enero de 2025

13 enero

 

Día en la noche.

Sombra azul en los campos.

Luna amarilla.



domingo, 12 de enero de 2025

12 enero

 

Canta la noche,

arde en la claridad

de tus abrazos.


sábado, 11 de enero de 2025

11 enero

 

Lluvia, silencio,

los versos de un poeta:

luz y verdad.


viernes, 10 de enero de 2025

Alfabeto

Dimotikí


Alfabeto griego: el misterio de leer y no entender.
Y sin embargo, de él venimos tirios y troyanos.
Nosotros, el pueblo, nos entendemos.
Ellos, los sátrapas, nunca han querido hacerlo.


jueves, 9 de enero de 2025

Carved in stone

 

El sol alumbró las palabras

y el mar las arrastró a nuestras bocas.

Le dimos nombre a la espuma,

a los dioses y a los astros.

Hicimos del hablar

vía del conocimiento,

de la verdad y la belleza.


Aprendimos también el silencio

que precede a las auroras

y a la muerte en batalla de los héroes.




miércoles, 8 de enero de 2025

8 enero

 Tanka para una despedida


Sobre la casa, 

como nieve en la noche,

cae el silencio.

En sus cristales tiembla

el eco de tu risa.



martes, 7 de enero de 2025

Pájaros

 No es la primera vez que veo la imagen y escribo sobre ella: alineados al contraluz, solos o en pequeños grupos, sobre cables tendidos a diferentes alturas o en las ramas desnudas de álamos, almendros, higueras o cerezos, gorriones y tordos semejan una partitura viva, la mágica escritura en que las siluetas son notas y acordes de la pieza concebida por un músico que tiene los mismos sueños que los pájaros. Fantaseo con esa música natural, sublime...

Pero todo es silencio allá arriba. Silencio y quietud. Inmóviles, como pintados, los pájaros callan a mi paso, extasiados, agotados quizá del jolgorio matutino, parecen contemplar el paisaje de esta tarde fría de enero: la sierras nítidamente recortadas en el gris del cielo, el juego de los verdes y los pardos en las cercas, ese hombre que pasea como soñando…

La casualidad ha querido que mientras compongo estas líneas, tenga de fondo la música de Charlie Parker, un mago de la trompeta, a quien los buenos aficionados llamaban Bird.

¿Suenan así los sueños de los pájaros?


lunes, 6 de enero de 2025

6 enero

                                                                                     A Clara y Julia

I


El rincón de los gnomos.

El palacio de las hadas.

El nido de las cigüeñas.

El tobogán de las mariposas.

Y una mañana azul. Limpia.

La sonrisa de Julia.

Y su aprender palabras.

Su decir de dos años y medio.

Su mundo de colores.

De animales que hablan.

O que vuelan. Que cantan

en las mañanas de sol

de diciembre.

Su maravilloso contar,

cantar, del uno al dos

y del cinco al nueve.

II


Los botes con bolígrafos y rotuladores, la máquina de sacar punta a los lápices, la grapadora, el abrecartas africano, la bicicleta de alambre que hizo un artista en Lisboa delante de nosotros por tres euros, el pesado juego de pesas, el soporte con las plumas estilográficas, los fósiles, el puntero láser descubierto en un cajón, los estuches con útiles para escritura a tinta china y japonesa (suzuri) con pincel, el tarro con agua para mantener la humedad, el insecto de lata comprado en la cuesta de Ménilmontant, la miniatura en madera de un elefante, las dos tortugas y el rinoceronte, los fósiles, algunos libros sacados de los estantes al azar, cuadernillos con anotaciones… Maravillosa registradora, la niña Clara.

Volverán en unos días a su lugar. Se restaurará el orden. E irán apareciendo también el lápiz de cera verde claro que falta en la caja, la mariposa del rompecabezas, el pasador del pelo con forma de libélula, un lacito azul, o el chupete de un muñeco.

Todo será posible, pero ya no podrás sorprendernos al encontrarte escondida entre la estantería y el mueble rojo, detrás de la puerta de mi estudio, o tras la cuna en la habitación de tu tío, entre el zapatero y el armario de nuestro dormitorio, envuelta en las cortinas del salón, en la alacena de la cocina, tu escondite preferido, donde has llevado un cojín para estar más cómoda, o en el cuartillo de desahogo del patio, tras la cortina metálica, tu segundo escondite favorito.

Encore el juego. Siempre una vez más. Siempre otra vez: jugar. Quoi? Pourquoi?

Y así hasta el infinito y más allá.


domingo, 5 de enero de 2025

5 enero

 

¡Ah, nubes, nubes,

maravillosas nubes,

llevadme lejos!



sábado, 4 de enero de 2025

4 enero

 

Yo sólo quiero

cantar una canción

y decir adiós.



viernes, 3 de enero de 2025

3 enero

 

La sombra avanza    

paso a paso en la tierra.

Llega el invierno.



jueves, 2 de enero de 2025

2 enero

 

La claridad

madura en el silencio.

Cantan los tordos.



miércoles, 1 de enero de 2025

1 enero


Tiembla la luz.

La navaja del frío

corta el aliento.