martes, 28 de enero de 2025

La biblioteca de Kafka (2)


El 11 de enero de 1983, el periodista John Tagliabue firmaba un artículo en The New York Times —«Encontrada en Alemania la biblioteca de Kafka»—, en el que daba cuenta del hallazgo de unos 200 libros pertenecientes a la biblioteca personal del escritor checo. El lote se había ofrecido en el mes de noviembre a un librero anticuario de Múnich, Werner Fritsch, director de la librería Theodor Ackermann, que no reveló el precio de compra.

Cómo sobrevivieron 60 años estos libros, que originariamente estaban en la habitación de Kafka en casa de sus padres, y llegaron hasta la librería muniquesa es historia rocambolesca más que kafkiana, cuyo recorrido tiene tramos Guadiana imposibles ya de señalar y concretar.

Hay que presumir que tras la muerte de Kafka en junio de 1924, su hermana Ottla conservó en su casa la colección hasta que fue detenida por la Gestapo, deportada y asesinada en Auschwitz en octubre de 1943. Debemos seguir suponiendo que saqueada por los nazis la casa de Ottla tras su detención, los libros fueron trasladados a un almacén o depósito de la Gestapo en Praga, donde es lo más posible que el escritor H. G. Adler los salvara de la quema —las obras de Kafka estaban condenadas por el régimen hitleriano— y permanecieran en aquellas dependencias hasta los tiempos comunistas y neoestalinistas de Gotwald y Novotny, que también despreciaban aquella literatura decadente escrita en alemán. En aquellos tiempos de guerra fría, un grupo de libreros e intelectuales de Bonn consiguió localizar la colección de libros en la Alemania del Este, pasarla a la Alemania Occidental y hacerla llegar a un grupo de libreros en Mónaco, que fue el que ofreció el lote a la librería de Múnich en noviembre de 1982. La colección fue adquirida por el Instituto de Investigación sobre la Literatura Alemana en Praga, perteneciente a la Universidad de Wuppertal, donde se conserva en la actualidad.

Testigos de la historia europea del siglo pasado, estos libros revelan también los gustos y preferencias literarias del escritor: son mayoría los libros en alemán (Goethe, Schiller, Fontane, Lily Braun), aunque también los hay en checo (Otokar Brezina, Bozena Nemcova). No faltan las obras de clásicos rusos, franceses, ingleses (Shakespeare, Tolstoi, Dostoyevski, Flaubert, Platón) ni de amigos, como Max Brod o Franz Werfel. Una treintena de estos libros llevan dedicatorias a Kafka: «Quizá lo leamos pronto juntos», escribe Felice Bauer en un ejemplar de Los hermanos Karamazov que le regaló en 1914. O esta otra que Mad Brox le escribe en Paganismo, cristianismo y judaísmo (1912) deseándole el restablecimiento de su salud: «Para mi Franz, para tu recuperación». Aparecen también dos dedicatorias de Kafka a Ottla, su hermana preferida: en una selección de poemas y estampas de la vida en el campo, de Luwdig Richter; la segunda —«Del marinero que saltó dando golpes hacia la barca»—, en una antología de cuentos chinos, donde alude al protagonista de un cuento del propio Kafka, el cazador Gracchus, condenado a vagar eternamente vivo en una barca. La colección no está completa y no se descarta la aparición de más ejemplares. Con Kafka nunca se está seguro, las cosas no siempre resultan lo que parecen.

En el retiro y el silencio del almacén donde permanecieron 60 años, estos libros han sobrevivido a momentos clave que definen ideológica, económica y sociológicamente el siglo XX: la desaparición del imperio austro-húngaro, la Europa de entreguerras, la efervescencia cultural y política de Berlín, la gran superinflación, la génesis y ascenso al poder de Hitler, el comunismo feroz de Stalin, la II Guerra Mundial, el Holocausto, la división alemana, el telón de acero, la primavera de Praga…

No deja de sorprender que un escritor prácticamente desconocido en su tiempo, que no supo acabar ninguna de sus obras mayores —Kafka es un autor fragmentario—, haya alcanzado la notoriedad que goza desde hace ya décadas, y que se le considere un autor imprescindible en el canon del siglo pasado, un clásico de la literatura universal.

Esa consagración literaria no afecta solamente a la producción literaria publicada en vida, ni a sus novelas y narraciones póstumas. Desde la semana siguiente a su entierro empezó a hacerse público otro Kafka, el más personal de los diarios, el más íntimo de las cartas a Felice, a Grete Bloch y a Milena Jesenska, el Kafka familiar que escribe a sus padres o a sus hermanas, pidiendo el envío de un edredón para combatir el frío de Berlín o informando de su salud. Inmediatamente después de su muerte, Kafka comenzó a vivir para sus lectores, a suscitar un extraordinario interés por su escritura, pero también por su ámbito más personal y privado.

(Continuará)


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