lunes, 27 de enero de 2025

La biblioteca de Kafka (1)

 Hoy, 27 de enero, se celebra el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, y la casualidad ha querido que repasara las anotaciones en un cuaderno de hace unos años sobre la familia y los amigos de Franz Kafka víctimas de los nazis, y la entrada, de juanramoniano título «Y se quedarán los pájaros cantando», publicada, ya veo que no es simple azar, el 27 de enero de 2021 en este mismo Pisapapeles de Karlsbad.

La barbarie nazi borró del mapa de Praga a la familia Kafka. Supongo que si el escritor hubiera seguido vivo en los días atroces de la ocupación, habría seguido la misma suerte que sus hermanas, sus cuñados y sus sobrinos. Pero la historia nos sorprende a veces con sus giros de guion: Franz Kafka siguió vivo, no ya en los manuscritos que su incondicional Max Brod sacó en una maleta la noche antes de que los nazis llegaran a la capital checa, sino en algo tan imprescindible para un escritor como son sus libros, su biblioteca personal, los ejemplares en que leía, los volúmenes que poblaban los estantes de su biblioteca y notaron el tacto leve, delicado, de sus manos al pasar las hojas, lo profundo de su mirar más allá de la tinta, el tono de su voz cuando leía un pasaje a sus hermanas o a sus amigos. Un escritor es lo que escribe, pero también, y mucho, lo que lee.

Esta historia puede comenzar el día 3 de julio de 1943, fecha del 60 aniversario del nacimiento de Kafka, cuando el escritor judío H. G. Adler pronuncia una conferencia sobre el autor checo en el llamado “Cuartel de Magdeburgo”, del gueto de Theresienstadt, al final de la cual se le acerca una mujer, que se presenta como Ottilie Kafka y le da las gracias en nombre de su familia.

O puede comenzar en los días en que el propio Adler, detenido por las autoridades nazis, debe registrar y consignar el material de las bibliotecas robadas a los judíos. Una de aquellas bibliotecas que inventarió era la del autor de La metamorfosis.

No sabemos cómo, ni cuándo, ni con ayuda de quién, los libros de Kafka consiguieron pasar desapercibidos, sobrevivir al final de la guerra, al régimen comunista de Gotwald y Novotny, al telón de acero, y aparecer en una librería de Múnich en diciembre de 1982.


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