Felice Bauer y Franz Kafka en julio de 1917. |
Un amor de papel
El miércoles 29 de octubre de 1913, Franz Kafka responde a la carta enviada desde Aussig por una desconocida, Grete Bloch, que se presenta como amiga y emisaria de Felice Bauer, la novia berlinesa del escritor. La relación entre Bauer y Kafka navegaba esos días por una mar revuelta y borrascosa. Llevaban carteándose poco más de un año. Se habían conocido en Praga, una noche de mediados de agosto en casa de los Brod. Kafka había acudido a casa de su amigo Max para revisar por última vez el orden de los textos de su primer libro, Contemplación, que iba a publicar en Leipzig el editor Kurt Wolff. Su primera impresión de Felice no fue muy allá. Al verla con ropa cómoda y zapatillas de andar por casa la confundió con una criada. Tampoco le pareció bello el rostro alargado y huesudo, de robusta barbilla y nariz como rota, ni el pelo rubio, lacio, sin atractivo alguno. Sin embargo, conectaron enseguida, mientras comentaban las fotografías turísticas de una agencia de viajes y proyectaban un viaje a Palestina en las vacaciones del verano siguiente. Felice Bauer no había cumplido aún 25 años, era una mujer inteligente, culta, segura de sí y de lo que quería en la vida.
Kafka tardó más de un mes en enviarle la primera carta a aquella joven berlinesa que trabajaba como directora de la firma Carl Lindström, fabricante de gramófonos y dictáfonos. Y mes y medio en pasar del “muy estimada señorita” al “amor mío” y otras afectuosas -nunca eróticas- manifestaciones de su amor: darle o recibir un beso, coger su mano, estar pegadito a ella, echarse a sus pies… El suyo fue un amor alimentado por cientos de cartas -una, dos, incluso tres el mismo día- y por el intercambio de unas cuantas fotografías. Apenas usaron los telegramas y el teléfono, ante el que Kafka temblaba, pero sí aprovecharon todas las posibilidades postales de la época: cartas, tarjetas y pequeños paquetes por correo ordinario, certificado, urgente o neumático. Menos de un día tardaba una carta entre Praga y Berlín.
Desde septiembre de 1912 hasta el día en que recibe la de la señorita Bloch, Franz Kafka le envió a Felice 315 cartas. A pesar de que le había dicho en la primera que sería impuntual en su correspondencia y que esperaba lo mismo de ella, Kafka era un “epistológrafo” exigente hasta el agobio, que se angustiaba ante la mínima tardanza de una carta y esperaba respuestas inmediatas a las suyas: “Amor mío, ¿qué te he hecho para que me tortures tanto? Hoy, de nuevo, ni una sola carta”, le reprocha un día, e insiste al siguiente: “¡Amor mío!¡Pobrecita! Tienes un enamorado lamentable y sumamente incómodo. Si pasa dos días sin recibir una carta tuya, pierde la razón”.
Después de escribir de un tirón La condena, en la noche del 22 al 23 de septiembre de 1912, y de rematar La transformación tres meses después, Kafka entra en un periodo de sequía literaria que llega hasta la primera ruptura del compromiso de boda, en julio de 1914. Durante ese tiempo, Felice Bauer se convierte en centro y motor de la escritura de Kafka, que transforma esta relación amorosa en un auténtico proyecto literario, en una verdadera novela epistolar (las cartas ‒la novela‒ de la vida), que va escribiendo en su casa, en su despacho del Instituto de Accidentes del Trabajo, en el tren, en los cafés de Praga, en las habitaciones de pensiones y hoteles donde pernocta por motivos de trabajo, en los sanatorios naturistas donde pasa parte de sus vacaciones.
Aparte el primer encuentro en casa de los Brod, hasta el momento en que recibe la carta de Grete Bloch, Kafka y Felice se habían visto sola y brevemente en dos ocasiones más en Berlín. La primera fue en la tarde del domingo de Pascua, un 24 de marzo, cuando dieron un corto paseo por el Tiergarten y él perdió el tren y hubo de pasar una noche más en el Askanischer Hoff. La otra vez fue en la segunda semana de mayo, cuando viajó de nuevo a Berlín para celebrar el compromiso entre Ferry Bauer, el hermano de Felice, y Lydia Heilborn. Poco satisfactorios uno y otro encuentro.
A mediados de junio de 1913, después de nueve meses de intenso intercambio de cartas y de los tres encuentros que ya conocemos, Franz Kafka pide a Felice matrimonio por carta y comienza a buscar piso en Praga. Es lo que hay que hacer, piensa, pero no lo vive con ilusión. El escritor anota en su diario los motivos de su renuencia y los va confesando en sus cartas a Felice.
Uno, el matrimonio significa el fin de sus posibilidades de abandonar el trabajo en el Instituto de Accidentes del Trabajo, trasladarse a Berlín y vivir de sus escritos en periódicos y de la publicación de sus libros, un deseo que sólo vio cumplido a medias durante los últimos meses de su vida, muy tocado ya por la tuberculosis, cuando se fue a vivir a Berlín con Dora Diamant en el otoño de 1923.
Dos, Kafka albergaba muy serias dudas sobre su salud sexual y sobre la posibilidad de tener hijos. Cuando nació su sobrino Felix, hijo de su hermana Elli y de Karl Rosmann, le escribe a Felice: “yo, el hermano y tío, no sentía el menor cariño, sino envidia, nada más que envidia furiosa contra mi hermana o, mejor dicho, contra mi cuñado, pues yo nunca tendré un hijo, eso es más seguro que… (no quiero pronunciar en vano una desgracia aún mayor)” [Cartas, 8 noviembre 1912, 223]. No sabemos de dónde le venía a Kafka esta certeza, que volvemos a encontrar meses más tarde: “… perderías la vida que has llevado hasta ahora ‒le asegura a Felice‒ y en la que te sentías plenamente satisfecha. Perderías Berlín, la oficina ‒que te alegra‒, los amigos, las pequeñas diversiones, la perspectiva de casarte con un hombre sano y divertido, de tener unos hijos sanos y hermosos que, si lo piensas, anhelas claramente. A cambio de esa pérdida imposible de calcular ganarías a una persona enferma, débil, insociable, taciturna, rígida, casi desesperanzada, cuya única virtud consiste en amarte” [Cartas, 8 y 16 de junio de 1913, 587].
Tres, la cotidiana relación conyugal chocaría con la necesidad de soledad y aislamiento para escribir: “¿Qué te parece entonces, Felice, amor mío, una vida conyugal en la que, al menos durante unos mes al año, el marido vuelve de la oficina a las dos y media o a las tres, come, se acuesta, sale a pasear [sin compañía] una hora y luego se pone a escribir hasta la una o las dos? ¿Lo aguantarías? ¿No saber nada de tu marido salvo que está sentado en su cuarto, escribiendo?” [Cartas, 22 junio de 1913, 596] Kafka era un solitario que necesitaba a los demás: el vínculo afectivo e intelectual de sus amigos, el amor de sus novias, el jaleo de su familia, la presencia vigilante de sus jefes y compañeros de trabajo, la atención de sus editores. ¿Habría publicado un solo texto sin la mediación de Brod o viviría sumido “en el centro del silencio”?
Cuatro, si dejara de escribir, dejaría de existir. Kafka ya había asumido que su ser esencial era la literatura: “… es mediante la escritura como me agarro yo a la vida, a esa barca en la que pone Felice. Ya es bastante triste que no consiga subirme a ella. Pero has de comprender, queridísima Felice, que si alguna vez pierdo la escritura, lo perderé todo, incluida tú” [Cartas, 2 enero 1913, 390].
Cinco, se sentía incapaz de vivir solo, pero era incapaz de hacerlo con alguien, que además tendría que asumir sus circunstancias y sus problemas. Sólo ella parece darle alguna esperanza, pero al fin desiste: Felice Bauer no era la solución a sus insomnios ni a su briega a cuerpo limpio con la escritura.
Seis, Kafka se angustia al imaginarse casado con Felice y procurándole una vida desgraciada: “le tengo un miedo absurdo a nuestro futuro y a la desdicha que mi naturaleza y mi culpa pueden provocar en nuestra convivencia y que ha de afectarte primero y plenamente a ti, porque en el fondo soy un hombre frío, egoísta e insensible a pesar de toda la debilidad que, más que atenuarlo, lo oculta” [Cartas, 1 julio 1913, 606].
Siete, dos de sus maestros literarios, Flaubert y Grillparzer, permanecieron solteros.
La propuesta de casamiento se enfría, Felice interrumpe su correspondencia y Kafka se va de viaje 20 días a Italia: Venecia, Verona, Desenzano y finalmente el sanatorio del doctor Hartung en Riva, a orillas del lago Garda. Allí conoce a una muchacha suiza, Gerti Wasner, de la que súbitamente se enamora y con la que mantiene una intensa relación que nunca olvidará, y que más tarde confesaría a Felice: “En el sanatorio me enamoré de una muchacha, una niña de unos dieciocho años, una suiza que, sin embargo vive en Italia, cerca de Génova […] totalmente inmadura, pero extraña, sumamente valiosa y, hasta podría decirse, profunda a pesar de su constitución enfermiza” [Cartas, 29 diciembre 1913, 693].
Felice no sabe ya qué hacer, si cortar definitivamente o salvar la relación. Sólo se le ocurre echar mano de una amiga, a la que le encarga que vaya a Praga e intermedie ante aquel hombre tan especial y contradictorio, que en una carta le pide matrimonio y en la siguiente reivindica su necesidad de permanecer solo, entregado a la escritura. En cumplimiento de su tarea, la señorita Bloch envía a finales de octubre una carta al doctor Franz Kafka desde Aussig, anunciándole que llegará a Praga el día 30 de octubre por la tarde para hablar con él sobre su relación con Felice. Kafka acepta el encuentro y reserva una habitación para tres días en el hotel Schwarzes Ross, en el Graben, la calle comercial de Praga.
Vista del Graben (hoy Na Prikope) en 1905 |
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Las citas corresponden a: Franz KAFKA, Cartas. 1900-1914. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2018.
Procedencia de las imágenes: Klaus WAGENBACH, Franz Kafka. Imágenes de su vida. Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 1998.
2 comentarios:
Muchas gracias por la dedicatoria. Y enhorabuena por tu artículo. Releí las cartas a Felice en esta maravilla de edición, y estoy deseando que se publique el segundo tomo de la correspondencia (las intensas cartas a Milena merecen una edición crítica en español). Hasta entonces, espero la segunda parte de la historia de la señorita Grete. Un saludo
De nada, Carmen. Te lo debía. Hace tan sólo unas semanas vi que me habías preguntado hace tiempo por la correspondencia de Kafka y que no te había contestado. Estoy igual que tú, a la espera del segundo volumen de la correspondencia. Salud.
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