sábado, 10 de abril de 2021

La señorita Grete (2)

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2 Una muchacha delicada, joven y, sin duda, algo peculiar


En la tarde del jueves 30 de octubre de 1913, mientras se encamina al Schwarzes Ross, FK va pensando en su situación con Felice. No confía en que hablar con una desconocida ayude. Se conoce, no es buen hablador, no cree que una conversación le aclare sus sentimientos ni sus propósitos, pero se deja llevar. Trata de imaginar también el aspecto de la mujer que lo ha citado en nombre de Felice y hace su composición: una señora mayor, alta, recia, comprensiva y razonable como una madre. Pero se encuentra a una delicada joven de 21 años, como su hermana Ottla ‒él había cumplido ya los 30‒, vestida a la moda, resuelta, de viva conversación, con “algo peculiar” que lo atrae desde el primer momento.

En el Archivo de Literatura Alemana de Marbach se conserva una fotografía de Grete Bloch con un vestido blanco, artísticamente sentada en las ramas de un árbol que muestra sus primeras hojas primaverales, en correspondencia sin duda con las 15 o 16 primaveras que ella tendría entonces. Se la ve con un peinado eduardiano, el rostro ovalado, con unos ojos oscuros, de mirada limpia y directa, algo seria, como la sonrisa insinuada apenas en la línea recta de los labios. Imagen romántica de una linda adolescente, despierta y con ganas de vivir.

FLUXUS 20 - Geteilte Post: FRANZ KAFKA an GRETE BLOCH

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Después de cinco años, primero en Fráncfort y luego en Berlín, como estenotipista y experta en el manejo de las nuevas máquinas de oficina, Grete Bloch decide aventurarse y probar suerte en el extranjero con la firma Sucesores de Joe Lesti, que llevaba la representación de Elliott-Fisher en Viena. Antes de incorporarse a su nuevo puesto en la capital austriaca, la joven secretaria pasa el fin de semana en Praga para mediar en la relación sentimental de su amiga Felice con ese desconcertante novio bohemio.

Hija de Jenny Meyerowitz y de Luis Bloch, agente comercial, Margarethe Bloch había nacido en Berlín el 21 de marzo de 1892. Tras la enseñanza elemental pasó por la escuela Lette-Verein, de formación profesional para niñas, y luego por la Academia de Comercio Solomon, donde obtuvo el título de estenotipista, que le valió para encontrar su primer trabajo a los dieciséis años en la empresa Unionzeiss, fabricante de mobiliario de oficinas, archivadores y librerías. Grete tenía un hermano, Hans, un año mayor que ella, sionista activo, a quien pagó los estudios de Medicina. Es lo más probable que Grete Bloch y Felice Bauer se conocieran unos meses antes, en la primavera de 1913, durante la Exposición de Artículos de Oficina celebrada en el Festhalle de Fráncfort entre el 10 y el 20 de abril. Recordemos que Felice ocupaba un puesto de responsabilidad y representaba a la firma Carl Lindström.

Como por ensalmo, el indeciso Kafka quedó atrapado nada más verla. Era tan distinta a Felice en aspecto, planteamientos y expectativas, que no se explicaba cómo podían ser tan buenas amigas. Tampoco entendía que él mismo, con su escasa habilidad oratoria, se hubiera sincerado con ella como sólo lo hacía con su amigo Max. Por eso pensó no acudir a la segunda cita, sino enviarle una nota de disculpa y no volver a verla, pero aquella joven lo había imantado, así que en la tarde del viernes se presentó de nuevo en el Schwarzes Ross.

Los dos hablaron mucho de sí mismos, de sus planes: él acariciaba ya la idea de abandonar el Instituto de Accidentes del Trabajo, después de cinco años de tortura en un trabajo que detestaba, ella no desechaba acabar en Londres o dar el salto a Estados Unidos; de la mala situación por la que pasaba en esos meses la familia Bauer: el hijo, Ferry Bauer, prometido con Lydia Heilborn, la hija de su jefe, aprovechó esta situación de confianza para vender en beneficio propio productos de la empresa de su futuro suegro; la historia acabó con las ruptura inmediata del noviazgo y la salida precipitada de Ferry rumbo a América a costa de Felice, que además tenía que bregar con las rarezas y las indecisiones de su novio. También salieron en la conversación los problemas dentales de Felice, los insomnios de Kafka, sus trabajos literarios, la vida en Praga, en Berlín...

Tras esos encuentros en Praga, K se muestra arrepentido por no haber sabido explicarse: [cuando me tocó hablar] “solo conseguí balbucear unos miserables fragmentos que usted en parte ignoró y en parte consideró, con justa razón, carentes de todo interés” ‒escribe en la primera carta a Grete Bloch (C, 10 noviembre 1913, 677); y por la falta de franqueza de sus palabras: “todo cuanto le había dicho esa noche era insincero, carente de valor debido a mi torpeza y a mi consiguiente insinceridad, con la que solamente conseguí confundirla a usted, que se había hecho una composición de lugar acertada en un principio […] durante una noche y un día he cometido con usted una injusticia fea y sobre todo absurda”. No sabemos en qué términos se expresó Kafka ni por qué se flagela.

En esos momentos la ruptura parece definitiva, pero él intenta reflotarla viajando a Berlín el fin de semana siguiente. Le anuncia a Felice la hora de llegada y el hotel ‒hacia las diez y media de la noche, Askanischer Hof‒, pero ella no aparece ni en un sitio ni en otro, tampoco a primera hora de la mañana siguiente, por lo que Kafka envía a un ciclista con un mensaje a la Wilmersdorfer Strasse, de donde volvió con el recado de que recibiría una llamada. A las 10 de la mañana, K y F hablan por teléfono y concierta una cita para pasear por el Tiergarten, pero apenas una hora, pues ella tiene que asistir a un entierro a las doce. Él la acompaña hasta la puerta del cementerio, regresa al hotel y hace tiempo hasta la hora del tren. Vuelve decepcionado: “Así partí de Berlín como alguien que ha ido allí sin ninguna justificación”. ¿Qué esperabas, Franz? Ella es una mujer independiente, quiere casarse, sí, pero no a costa de sacrificios excesivos, no está dispuesta a dejarlo todo, la seguridad económica, el prestigio profesional, sus amistades y relaciones sociales, su vida en Berlín, por un hombre inestable y enfermizo para quien el matrimonio solo trae inconvenientes.

Felice había interrumpido su correspondencia, aunque a veces se ve obligada a escribirle porque K buscaba cualquier medio ‒la señorita Bloch, la madre de K, los padres de Felice, su amigo Ernst Weiss, a quien envía a Berlín como emisario‒ para que ella le escribiera una carta, unas líneas en una postal o un saludo en un telegrama.

La señorita Bloch había llegado inesperadamente de la nada, en un tren, y lo mismo que apareció, desapareció al tercer día camino de Viena. Pero aquella criatura viva y sensata, de aspecto sano y alegre, había conmocionado hondamente a FK, que desde la primera noche en el hotel siente que está traicionando a Felice. No es la primera vez que vive en un triángulo sentimental.

Después de tres meses de titubeos, durante los que K le envió 10 cartas a la Bloch, la correspondencia se intensifica hasta alcanzar las 65 entre primeros de febrero y primeros de julio, mientras que las dirigidas a Felice en ese mismo periodo suman 28. Estas 65 cartas nos muestran a una Grete confesora y paño de lágrimas. Al principio, K se contiene a la hora de escribirle a la Bloch. En sus diarios encontramos un par de anotaciones que reflejan la batalla que se está librando en su conciencia ‒¿y en su corazón?‒, aunque no se aclaran los motivos: “Me he torturado para escribir el comienzo de una carta a la señorita Bloch” (D, 453). La carta referida (C, 18 noviembre 1913, 681) es ambigua, insinúa pero no aclara, no contiene declaraciones ni confesiones por parte de K que vayan más allá de la cortesía y de una recién comenzada amistad: “Estimada señorita, ahora le robo sus noches, veo su simpatía, que supera mis expectativas y mis capacidades, paso días al calor que usted emana y no contesto […] Me comporto por carta con una vileza que no podría mostrar nunca en la realidad”. ¿Qué atormenta a K? ¿Por qué esos escrúpulos para enviarle una carta? ¿De qué y por qué se culpa? Dos meses después, enero de 1914, leemos en su diario: “Incapaz de escribir un par de líneas a la señorita Bloch, son ya dos las cartas suyas a las que no he contestado, hoy ha llegado la tercera. No entiendo nada a derechas y, a la vez me siento firme pero hueco”. Es evidente que la señorita Bloch ha entrado en la vida ‒ ¿y en el corazón?‒ de FK, pero seguimos en el ámbito de la inconcreción. Fuera de alguna galantería ‒“Querida señorita Grete, si en vez del telegrama sujetara su mano, sería más bonito” (C, 769)‒, Kafka declara que su amistad con ella no afecta a su relación con Felice ni tiene que ver con su agradecimiento por todo lo que ella está haciendo por Felice y por él, aunque ignoramos el sentido de las cábalas que él mismo se hacía con respecto a su nueva amiga: “mi compromiso o mi matrimonio no cambiarán ni un ápice nuestra relación, en la cual, para mí al menos, residen posibilidades hermosas y del todo imprescindibles” (769).

Las cartas con Felice vuelven en el mes de marzo. Kafka está de nuevo ilusionado, pletórico en algunos momentos, por la reanudación del noviazgo. Al mismo tiempo le escribe a Grete e insiste una y otra vez en el deseo y la felicidad de verse con ella en Viena, en Praga, en Gmünd, en Berlín, “de poder contarle cosas, de escucharla, de pasear con usted, de poder sentarme frente a usted” (C, 13 marzo); le pide fotografías, le confiesa su agradecimiento por saberla amiga ‒”Si algo me ha hecho bien en estos dos días [de estancia en Berlín], ha sido pensar en usted, en la confianza que me inspira, en su sinceridad” (C, 2 marzo 1914), o lamenta que la “eterna y opresiva tristeza” que lo caracteriza le haya impedido conocerla desde el primer día.

Kafka le cuenta también alguno de sus sueños, la habla de la mudanza familiar al edificio Oppelt, en la Plaza de la Ciudad Vieja, de sus achaques ‒insomnio, dolores de muelas, de cabeza, molestias estomacales, cansancio‒, le da consejos para una vida más relajada ‒dieta vegetariana, dormir con la ventana abierta y sin la luz de gas encendida, no trabajar tantas horas al día, hacer gimnasia‒, pero sobre todo le habla de Felice, de manera que podemos afirmar que el conjunto de las cartas a Grete nos ofrece, casi día a día, una perspectiva distinta de la relación entre Franz Kafka y Felice Bauer. Estamos ante un epistolario amoroso cuyos protagonistas no son los dos corresponsales, sino tan sólo uno de ellos, que mantiene al día a la Bloch en lo referente a la marcha, o el estancamiento, de la relación con su novia berlinesa.

Es tentador aventurar que entre Grete Bloch y Franz Kafka fraguó una poderosa y fugaz pasión erótica ‒que sepamos, tras conocerse en Praga en el otoño de 1913, Kafka y Grete Bloch volvieron a encontrarse siete meses después en Berlín, durante la celebración del compromiso oficial con Felice, a primeros de junio de 1914‒, como afirma Rodrigo Padilla ‒“… cuando conoció a la bella Grete Bloch, amiga de Felice, todo cambió. Nada más trabar contacto con ella le comenzó a escribir unas cartas tan apasionadas y eróticas que Grete, confusa y culpable, se las acabó enseñando a Felice […] Se dejó arrastrar por las cartas de Kafka, inusualmente eróticas”‒, que con estas hiperbólicas palabras está más cerca de una fake news que de la realidad constatable. En este mismo sentido insiste el crítico Peter-André Alt («El fiscal imaginario», en el catálogo de la exposición «Franz Kafka y Grete Bloch», 5 octubre 2011 ‒ 30 enero 2012. Museo Marbach) cuando afirma: “Las cartas de Kafka a Grete Bloch poseen una llamativa nota sexual más allá del velo metafórico; desarrollan un lenguaje físico y plástico propio, que comparativamente también caracteriza las cartas a Milena escritas seis años después”.

No hallamos en las cartas a Grete declaración alguna de amor, como tan frecuentes son en las cartas a Felice. Tampoco trazas de una relación íntima, ni siquiera expresiones de indubitable erotismo. Ahora bien, el hecho de no encontrar rastro de una pasión erótica, o de un enamoramiento, no significa que no lo hubiera, que ambos experimentaran una y otro, pero sin confesarlo ni entregarse a ella.

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