lunes, 15 de noviembre de 2010

Un gracioso


Era la explosión del año nuevo: caos de barro y nieve, atravesado por mil carruajes, resplandeciente de juguetes y de golosinas, borboteante de codicias y desesperaciones, delirio oficial de una gran ciudad hecho para turbar el cerebro del solitario más fuerte.

En medio de tanto bullicio y alboroto, trotaba con viveza un burro, hostigado por un patán que empuñaba un látigo.

Cuando el burro iba a doblar la esquina de una acera, un señorito enguantado, encharolado, cruelmente encorbatado y aprisionado en un traje recién estrenado, se inclinó ceremoniosamente ante el humilde animal y le dijo, quitándose el sombrero: “¡Os lo deseo bueno y feliz!”, y luego se volvió hacia no sé qué camaradas con un aire fatuo, como pidiéndoles que dieran aprobación a su contento.

El burro, que no había visto al gracioso, siguió trotando diligente hacia donde le llamaba el deber.

Súbitamente fui presa de una rabia inconmensurable contra aquel magnífico imbécil, que me pareció concentrar en sí todo el espíritu de Francia.

No hay comentarios: