lunes, 13 de diciembre de 2010

El loco y la Venus


Un día admirable. El gran parque desfallece bajo el ojo ardiente del sol, como la juventud bajo el poder del Amor.

Ningún ruido expresa el éxtasis universal de las cosas; hasta las mismas aguas están como adormecidas. Muy al contrario de las fiestas humanas, ésta es una orgía silenciosa.

Diríase que una luz siempre creciente hace resplandecer cada vez más los objetos; que las flores excitadas arden en deseo de rivalizar con el azul del cielo por la energía de sus colores, y que el calor, volviendo visibles los perfumes, los hace subir hacia el astro como humaredas.

Pero en este goce universal, he encontrado a un ser afligido.

A los pies de una colosal Venus, uno de esos locos artificiales, uno de esos bufones voluntarios encargados de hacer reír a los reyes cuando los obsesionan los Remordimientos o el Aburrimiento, disfrazado con su vestido llamativo y ridículo, con un tocado de cuernos y cascabeles, acurrucado contra el pedestal, levanta sus ojos llenos de lágrimas hacia la inmortal Diosa.

Y sus ojos dicen: “Soy el último y el más solitario de los humanos, privado del amor y de la amistad, inferior en mucho al más imperfecto de los animales. Y sin embargo, fui creado, yo también, para comprender y sentir la inmortal Belleza. ¡Ay, Diosa, ten piedad de mi tristeza y mi delirio!

Mas la implacable Venus mira a lo lejos no sé qué con sus ojos de mármol.

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