El pasado 5 de mayo, los medios de comunicación analizaban las causas de la victoria en las urnas del partido conservador en las elecciones a la Asamblea de Madrid. El diario El País hacía la misma pregunta ‒¿Cuál ha sido la clave de la campaña de Isabel Díaz Ayuso?‒ a cinco especialistas. Uno de ellos, politólogo, destacó el uso de “mensajes binarios incontestables (libertad o ...)”; otro, directivo de una agencia de comunicación, señalaba la habilidad de la candidata Ayuso para que “la conversación de la campaña girara en torno a una serie de dilemas tan simples como favorables para sus intereses: «comunismo o libertad», cerrar los bares o dejarlos abiertos, subir impuestos o seguir bajándolos”; la tercera, polítologa y profesora en la Carlos III de Madrid, afirmaba que la clave del triunfo había sido la de “establecer un marco polarizador dicotómico con el lema «libertad o comunismo»”. Esta última frase me dio que pensar: marco polarizador dicotómico, repetí, y me pregunté: ¿esto lo entenderá todo el mundo?
Se comprende por dónde va la frase, claro, porque estamos al tanto de los eslóganes de la candidata conservadora, pero hay algo en ella ‒en la frase, y también en la candidata‒ que no encaja. Admitamos el sentido figurado de la palabra “marco” como espacio con límites, como escenario figurado; y busquemos en el diccionario, para asegurarnos, el polarizar y la polarización, que tantas veces venimos oyendo y leyendo en los medios. Ambos vocablos, nietos del πóλοσ griego, no se refieren geográficamente a los de nuestro planeta, Norte y Sur, ni a los de las pilas, el + y el ‒, el ánodo y el cátodo, sino a la confrontación de dos contrarios. Dos, no más. Y en las antípodas uno de otro. Irreconciliables. No la dualidad integradora, equilibrante, armoniosa, del yin y el yang, sino el radical distanciamiento. Por ahí va la semántica de la pretendida polarización política en la comunidad madrileña y, por extensión, en el resto del país. Amigos o enemigos. Conmigo o contra mí. Eso es polarizar. Pretender que los únicos colores sean dos, sin distinción de matices entre ambos, y negar la posibilidad del resto de los colores. La contraposición absoluta. Una burda falacia, porque los arco iris existen en la Naturaleza y en la realidad política: los rojos, los verdes, los azules, los morados… Pretender que el mundo se ubique en dos extremos inconciliables es una vieja táctica política, populista, que no aboga precisamente en favor de la libertad, de la natural diversidad de pareceres.
Y vayamos ahora al esdrújulo “dicotómico” que completa la secuencia. Quienes estudiamos al lingüista suizo Ferdinand de Saussure, aprendimos pronto que el signo lingüístico era una entidad de dos caras, el significado y el significante, una dicotomía, presente también en otras realidades lingüísticas como lengua y habla, diacronía y sincronía, sintagma y paradigma. Dicotomía significa división en dos partes. Una moneda es un ejemplo claro de dicotomía: sus dos partes, cara y cruz, no están confrontadas, no son enemigos irreconciliables, no guerrean entre sí, sino que están íntimamente implicadas una con la otra, son inseparables, integradoras y creadoras de una tercera realidad: el valor de esa moneda. Ni el haz, ni el envés aislados valen nada. Lo dicotómico es unitivo, creativo, no separativo.
Dicho esto, no parece que “libertad o comunismo” sea una dicotomía integradora. En principio da la impresión de que estamos ante una interesada confusión de churras con merinas, pues la frase propone elegir entre conceptos de distinta naturaleza, como si nos plantearan elegir entre “solidaridad o cubismo”, entre un rasgo ético y un movimiento pictórico: libertad es una categoría moral, la capacidad humana de obrar por voluntad propia, mientras que comunismo es un sistema de organización socioeconómica, un modelo de sociedad. ¿No es absurdo ‒Contrario y opuesto a la razón, que no tiene sentido. Extravagante, irregular. Chocante, contradictorio. Dicho o hecho irracional, arbitrario o disparatado. Todo eso dice el diccionario de la RAE sobre la palabra “absurdo” ‒este planteamiento?
El lema ayusiano, además de ser un disparate semántico, parte de un simplismo irreal e injustificado al identificar, por un lado, comunismo con opresión, y por otro al reducir las diferentes opciones políticas de izquierda a un solo concepto. Esa formulación amenazante e infantiloide ‒libertad o comunismo‒ me recuerda al coco de nuestra infancia y también a aquel fantasma que recorría Europa. ¿Cree de verdad la señora Ayuso y sus votantes que los partidos de izquierda van a montar una revolución como la de 1917 y a instaurar la dictadura del proletariado? ¿Todavía viven en esos tiempos? ¿Solamente los regímenes comunistas son opresores?, me pregunto. ¿Y las dictaduras de derechas? En fin...
La política es dicotómica en cuanto está conformada por una teoría y una praxis que buscan el bien común. Como teoría, la política es una actividad puramente lingüística, su ser está en la palabra que expresa una ideología y un modelo social, al tiempo que procura convencer a la ciudadanía y captar su voto. Para esto último ‒convencer y captar‒ ya tenemos comprobado que vale el todo vale, aunque los códigos éticos de las formaciones políticas prohíban, por inmorales o delictivas, determinadas praxis de sus miembros. Un partido que pone a la ciudadanía en el brete de elegir entre dos opciones dispares, como hemos explicado arriba, no juega limpio, está tendiendo una trampa al electorado, pues distorsiona la realidad y presenta un concepto de libertad partidista, injusto e insolidario. Pero eso no parece importarle a 1.620.213 votantes de la Comunidad de Madrid.
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