Sencillez y
hondura: por ahí anda la poesía.
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Los versos han de reposar en
la oscuridad del cajón durante una temporada. Al cabo de esa estancia sabremos
si tienen el cuerpo y aroma deseados, o si por el contrario hay que escupirlos
como un vinazo agriado.
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La literatura no existe sin
lector. Hasta que no se abre el libro no comienza la literatura.
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Si el lector no hace suyo el
texto, falla la literatura. En otras palabras: si lo escrito no se hace vida en
el lector, mal asunto.
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Saber el momento de aligerar
la historia y el de entretenerse en detalles. Evitar el exceso por lo más y por
lo menos. Si lo primero, porque la sobreabundancia empacha o produce indigestión.
Si lo segundo, porque un celo excesivo en el silencio, un callar más de lo
debido, no convienen al buen escritor.
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Asumir riesgos en cada página, sino, ¿para qué se escribe?
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