jueves, 27 de junio de 2019

La novela en marcha de Andrés Trapiello



El primer libro suyo que leí fue El buque fantasma (1992), aquella crónica de una generación de universitarios antifranquistas entregados en cuerpo y alma a la clandestinidad y a la revolución, a las discusiones ideológicas, a las asambleas, manifestaciones y huelgas, con más entusiasmo que efectividad. Luego, cuando realizaba el doctorado en Madrid, compré en la cuesta de Moyano Las nubes por dentro, sobre el que hice el trabajo final de uno de los cursos, titulado «Lo autobiográfico en la literatura española actual», dirigido por el profesor Romera Castillo. Ese libro era el tercero de una serie —con Diligencias alcanza los 22 títulos—, llamada Salón de pasos perdidos, el mayor, y mejor, empeño diarístico de nuestra historia literaria. Con más de once mil páginas hasta ahora, estos 22 volúmenes de diarios de Trapiello conforman lo que él llama “una novela en marcha”, un personal relato de su cotidianeidad que es en realidad un monumental fresco de vida contemporánea.
En estos diarios, o monólogos discontinuos del yo, está la esencia de la literatura autobiográfica, pues se reflejan, “aún calientes”, las situaciones vitales del escritor. Cada volumen del Salón de pasos perdidos abarca un año exacto, del uno de enero al 31 de diciembre, y todos guardan un aire de familia: exactitud y precisión en los detalles, interpretación subjetiva del presente, o del pasado inmediato, ordenación natural de las anotaciones y selección del material narrativo: no se cuenta toda la vida, porque sobre ser imposible resultaría aburridísimo.
Además del propio amanuense, de su familia y de sus amigos, por las páginas de Diligencias asoma una multitud de personajes, escritores conocidos del autor, o saludados, pintores y escultores, fotógrafos, algunos políticos, señalados con las iniciales de su nombre o con una simple equis, albañiles, mendigos, profesores y académicos, periodistas, libreros de viejo, editores, electricistas, pacientes que esperan en la consulta de un oculista, músicos, vecinos y vecinas de su barrio madrileño, magistrados, simples transeúntes… Los hechos narrados y los espacios, como puede esperarse, son igualmente variopintos: cenas y comidas familiares, paseos por Madrid, por los alrededores de Las Viñas, por ciudades como Pontevedra, Cádiz o Cuenca, a donde lo llevan los bolos para presentar alguno de sus libros, dar una conferencia o participar en una lectura poética, sesiones de la Real Academia (imposible evitar la carcajada al leer la crónica de una de ellas), problemas de salud, visitas a exposiciones, sus idas dominicales al Rastro, enfermedades y muertes de personas cercanas, algún rifirrafe, filias y fobias literarias y artísticas —la anotación sobre el artista Miquel Barceló y su Cúpula de la Sala de los Derechos Humanos y la Alianza de Civilizaciones en el Palacio de las Naciones Unidas en Ginebra, es un impagable tratado sobre arte contemporáneo—, desde los clásicos o sus más estrictos contemporáneos, la final de Wimbledon entre Roger Federer y Rafa Nadal, sus trabajos menestrales en Las Viñas…
         Dignos de reseñar son también los aforismos, que nos sorprenden en cualquier página y nos dejan rumiando, como esas florecillas silvestres que nos pasan desapercibidas hasta que un día nos acercamos a ellas y nos maravilla su belleza y perfección, y el interés por el lenguaje, por rescatar alguna que otra palabra o expresión  “del terruño”, como los noventaiochistas, encontrada en un libro, oída al paso en la calle o  en un regateo en el Rastro.
         En fin, un sinfín de historias, propias unas y ajenas otras, en las que brilla la sensibilidad, la inteligencia y el humor del más cervantino de nuestros escritores actuales.

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