lunes, 26 de mayo de 2025

La línea de sombra en tu voz

Yo tenía 27 años y trabajaba como profesor de Lengua en la Academia Lope de Vega. El último día de clase del primer trimestre, ya con las notas entregadas, una alumna, Beatriz Santofimia, me buscó en la sala de profesores y me entregó, nerviosa, lo que parecía un libro envuelto en papel de regalo. Ábralo en su casa, me dijo, espero que le guste. A mí me ha encantado. Perdone los subrayados y los comentarios. Una manía. Dentro hay otro regalo.

Beatriz había abandonado su pueblo y los estudios con quince o dieciséis años para trabajar en una asesoría en Córdoba. El trabajo le permitía vivir en un piso compartido sin la ayuda de sus padres, pero no le ofrecía posibilidades de promoción, así que se había matriculado en la academia para hacer el segundo ciclo de Administración. Luego quería dar el salto a Derecho.

Cuando acabé el papeleo me despedí de mis compañeros y bajé por la calle de la Feria hasta la Sociedad de Plateros. A primera hora de la mañana apenas había jaleo en la taberna, ocupé una mesa pequeña en el patio, pedí un café y saqué el libro de su envoltorio. Era un ejemplar de la editorial Hiperión, con la cubierta en rojo. Lo conocía. Yo mismo lo había comprado la semana anterior. Su autora había logrado el premio Adonais con 21 años, y aparecía en periódicos, suplementos y revistas, en programas de radio y televisión, en lecturas poéticas, conferencias y simposios. Para algunos críticos, la joven poeta representó la eclosión de una nueva generación de poetas, los postnovísimos, que mayoritariamente optaron por la estética de  la tradición clásica o por la poética del silencio. En cambio, la autora del libro había elegido otro camino, había retomado la vía del surrealismo, sazonada con referencias culturalistas –Mozart, Bach, Rilke, JRJ, Baudelaire, Rimbaud, Virginia Woolf–, sirviéndose del versículo y de las técnicas de las cascadas de imágenes, las asociaciones inmediatas, la exploración de lo onírico y lo irracional. Para otros, el libro era pura palabrería ininteligible,  sin conciencia de la arquitectura del poema, simple sarta de palabras al azar que reivindicaba a destiempo el surrealismo. Aplicada a ese libro y a su autora oí por primera vez la palabra bluf.

Cuando abrí el libro, la entrada  ya apuntaba maneras. Escritos con pluma en tinta negra, dos versos y una data: «Con los labios grisáceos del viejo diciembre / aprendí los besos hasta entonces ignorados… Córdoba, 21 de diciembre 83». Me detuve apenas en las páginas de cortesía, donde aparecía una foto de la joven autora, en el prólogo de Francisco Umbral, con algunos subrayados a lápiz: dueña innata de una sintaxis lírica … escritura en vuelo y en vilo, siempre en trance … todos los animales, miedos, dedos, todos los bosques y todas las infancias … caminaron en un mismo sentido, constituyéndose en escritura…

En los márgenes del primer poema, «Di que querías ser caballo esbelto, nombre» encontré tres notas a lápiz, un verso destacado y tres subrayados: adelfa blanca, marihuana, lágrimas verdes. La primera nota a lápiz era simplemente «El sueño», y estaba escrita junto a este versículo: Dilo, caballo griego, que querías ser estatua desde hace diez mil años. La segunda nota, en el margen derecho era una precisión sobre la planta de la adelfa: «la pureza venenosa de la adelfa», supongo que en alusión a su toxicidad. La tercera nota era también explicativa: «la visión verde alucinada y sensual de la marihuana».

Desde ese momento me dediqué a buscar subrayados (anémonas de égloga, desiertos de tomillo, árboles como nervios crispados del día, y no puedo pensar en las palomas que habitan la palabra Alejandría) y notas («otra pureza letal, la de las anémonas», «la naturaleza: vida y muerte», «Pura hermana de amor y muerte»), olvidándome del resto. Comprobé que los subrayados eran mayormente alucinaciones del yo vidente (ahorcaron con algas, cimas de cianuro, pétalos desandados por el pie de la noche, hortensias vestidas de pupilas, montado por calavera sin anémonas, el alma hecha de ortigas) nombres de frutas y plantas (pomelos, zarzas negras, yedra mala, espliego falso, musgo, magnolia, álamo vihuela, malvas, jacinto, tojo, moras lilas) drogas, barbitúricos y venenos (veronal, opio, cicuta, arsénico). 

No me interesaba en ese momento el libro, que ya había leído en casa el día que lo compré, y que me había dejado perplejo, no tanto por la omnipresencia mediática de la autora, como por comprobar que aquellos versos, aquellos poemas a los que no hallaba pie ni cabeza, aquellas letanías non sense, aquellas visiones en trance, motu proprio o sustancia narcótica mediante, me hacían dudar de mis propios versos, de mi autoestima como poeta que buscaba la sencillez y la luz, la emoción sincera y la comunicación con el lector. Aquella verbosidad confusa no estaba hecha para mí. No entendía que la poesía hubiese de ser aquel exceso de imágenes, aquella suma y multiplicación de metáforas por metáforas y metáforas. Yo no quería ser un surrealista, ni un místico a deshora, sino poeta de mi tiempo, que asume la tradición y busca discretamente su maniera, su decir.

Pero no pensaba así Beatriz Santofimia, que parecía dispuesta a ser una postnovísima surrealista según pude comprobar con el poema manuscrito que encontré en una cuartilla plegada entre la solapa posterior, que tuvo a bien dedicarme y que reproduzco aquí. Se trataba de una composición en verso libre que recogía, con correcciones y algunos añadidos, inspiradas sin duda por la lectura del libro galardonado, las anotaciones a lápiz que fui encontrando en los márgenes.

El poema se incluyó en Radiografía de las nubes (1985). Tras un segundo poemario en la misma línea surrealista, Entropías (1991), Beatriz Santofimia abandonó la escritura. Establecida de nuevo en El Viso, en la actualidad compatibiliza el ejercicio de la abogacía con la explotación de una granja de caracoles.

***

Homenaje a una niña de provincias


Con los labios grises del viejo diciembre
conocí los besos hasta entonces presos en la piedra
la belleza letal de las adelfas
la verde sensualidad alucinada por la marihuana

Pura hermana de amor y muerte
de algas transmarinas y océanos mudos

Pura hermana dulce
como los labios de las lilas
como el árbol tabú del exorcismo
como la línea de sombra en tu voz

Oh Rimbaud es el caballo que galopa
frenético tu cuerpo helecho
tu cuerpo ámbar cuaternario
tu sexo de pájaro en el atardecer

Pura hermana temblor terrestre
de blancas visiones metamorfoseadas
en alba, nieve, magnolia o cristal.

Oh pura hermana blanca
de anémonas marchitas
en un mayo sonámbulo.

Oh Rilke Rilke el poeta
el ángel

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