viernes, 28 de marzo de 2025

Nuestros vecinos árabes


«El Estado judío que queríamos preparar “allí”, en Palestina, debía fundarse sobre la justicia y el amor altruista entre individuos e incluía, como norma, ofrecer amistad y ayuda a nuestros vecinos cercanos, los árabes». Esto escribía Max Brod, el amigo y albacea de Kafka, recién convertido a la causa del sionismo, diez años antes de abandonar Praga por la ocupación nazi en 1939.

Propugnado por el judío vienés Theodor Herlz, el movimiento sionista ‒regreso a Eretz Yisrael, ‘la Tierra de Israel’‒ comienza a finales del siglo XIX y se intensifica en las primeras décadas del siglo XX, paralelamente al auge del nazismo.

En las palabras de Brod destaca el optimismo y la ingenuidad, un sentimiento de fraternidad, de buenas intenciones y armonía social, propias de una utopía donde reinan la justicia, el amor, el altruismo y la amistad.

Duele ver en lo que se ha convertido aquel amor fraternal judío, aquel sentimiento de buena vecindad, aquella solidaridad con el pueblo árabe.


© dpa Picture Alliance

martes, 25 de marzo de 2025

Papel pautado


Tarsicio Toledo (Torrecampo, 1937—Benidorm, 2013) fue músico de formación y poeta de vocación. Hijo de familia emigrada a Altea a principios de los sesenta, completó su formación musical en el conservatorio de Alicante, donde llegó a ser alumno del maestro Óscar Esplá. Instalado posteriormente en Benidorm, se integró en la Unión Musical de la localidad, llegando a figurar como director suplente de la misma hasta su jubilación en 2002. Compuso casi un centenar de piezas, alcanzando notoriedad con pasodobles como Entre jaras y encinas, Caprichos serranosRomeros y veredas, o Recuerdos del Guadamora. Es autor también de la música y letra de la suite Aires de abril, de la Serenata en sol mayor y de la rapsodia Primero de mayo.

La necesidad de crear letras para sus composiciones musicales lo llevó a la poesía, siendo autor de notables poemarios, entre los que destacamos el neorromántico Adagio maestoso y La sierra en flor, una meditación de elevado vuelo sobre el paso del tiempo.


***

El corazón de las sombras


El corazón de las sombras no late en el mar,
ni asoma frío en las noches de marzo con lluvia.
El corazón de las sombras es un piano mudo,
un vacío de acordes, de memoria sin música.
Nada que decir tienen las sombras, que cantar.
Sólo sombras. Sólo nada. Sin ritmo. Sin voz.
Sin vida las sombras si no las hacemos nuestras
y nos acompañan hasta el final de la luz.

                                                            [Del libro Armonías (2008)]

viernes, 21 de marzo de 2025

We shall overcome

A Lidia Cantarero

En las primeras páginas de No digas nada, donde el periodista estadounidense Patrick Radden Keefe analiza el problema de Irlanda del Norte, se nos cuenta que el día 1 de enero de 1969 un grupo de estudiantes se congrega en el centro de Belfast para emprender una marcha a pie hasta Derry, con pancartas a favor de los derechos civiles, como la famosa marcha de Martin Luther King y otros líderes afroamericanos en Alabama, de la que se acaban de cumplir 60 años. Los manifestantes, escribe Keefe, a los que se les unieron varios centenares más durante el recorrido, iban cantando la canción «We Shall Overcome». Detuve aquí unos instantes la lectura y me transporté a la Córdoba de los primeros años setenta.

Después de 5 años de errancia académica —instituto La Rábida, de Huelva, colegio salesiano de Pozoblanco, institutos Séneca y Góngora de Córdoba, academia Lope de Vega—, ¡dos cursos seguidos en el recién construido Averroes! Allí me reencontré con antiguos compañeros del Séneca y con mis amigos del Campo de la Verdad. Fueron años de descubrimiento: los barrios, las exposiciones de pintura, el teatro, las novelas del boom, la música, el cine. La vida empezó a estar entonces fuera de la casa y de la familia, lo importante era la calle y los amigos. Años también de plantearse las grandes cuestiones —Dios, el sexo, la política—, dejar de ir a misa, reconocerse ateo, enamorarse, masturbarse, definirse ante la dictadura, acercarse a la historia republicana del país, declararse contra el holocausto, del que entonces empezábamos a saber, decantarse por los derechos civiles, contra la guerra de Vietnam, contra las dictaduras sudamericanas, irse posicionando, en fin, y construyendo nuestra identidad.

Uno de los elementos de aquellos años que contribuyó a nuestra educación fue la música. «We shall overcome» fue la primera canción que aprendí en inglés. Éramos muy cantarines entonces, si nos reuníamos en nuestras casas, sentados en una plazoleta o en un jardín, a la ida o la vuelta del instituto, caminando por la ciudad,  en las habitaciones de las tabernas, en el Patio de los Naranjos o en una jira campestre, acabábamos cantando. Sí, nos aprendíamos canciones y las cantábamos a coro en cualquier sitio. Ensayábamos voces, ritmos, incluso llegamos a ponerle música a un poema de Miguel Hernández siguiendo la estela de Serrat. Teníamos un repertorio variado: canciones de tuna, romances y coplillas del folklore popular, canciones de Brel, Brassens y Moustaki, Nuestro Pequeño Mundo, Mocedades, Paco Ibáñez… 

Alguien llegó un día con una copia mecanografiada de aquella letra en inglés —un himno repetitivo, una letra fácil de memorizar aunque casi ninguno de nosotros sabía inglés—, la copiamos cada uno en un papel y la hicimos nuestra, y el «Venceremos» sonó más de una vez por las calles de Córdoba. Aquella canción —no fue la única—, abrió camino en nuestras jóvenes conciencias, formulaba una utopía que compartíamos y asentó nuestra creencia en la igualdad con un mensaje que sigue completamente válido en nuestros días.

El viejo góspel evangélico cantado en las iglesias se convirtió en himno a favor de los derechos civiles de la comunidad afroamericana de Estados Unidos y finalmente acabó siendo una canción protesta a favor la justicia, la igualdad y la libertad, coreada tanto por independentistas irlandeses como por jóvenes cordobeses en busca de su identidad.

Nuestra historia personal y colectiva también está hecha de canciones.


miércoles, 19 de marzo de 2025

19 de marzo


Extraña sensación

Va la tarde de marzo
dejando en estos versos
la soledad de las calles,
el silencio de los pájaros,
la canción de la lluvia
y la melancolía,
el rumor de un vacío
que florece en tu pecho
y perfuma tu noche.

lunes, 24 de febrero de 2025

La maleta de Max (4)

A Luis Pozo 
Cuando Malcolm Pasley conoció a Marianne Steiner y ésta le contó las vicisitudes del legado de su tío, que conocía por Max Brod, enseguida tomó cartas y asumió el papel de consejero de las tres sobrinas, proponiéndoles disponer cuanto antes de aquel tesoro y depositarlo en Oxford para evitar que se dispersara en ventas a particulares y en subastas, también para ponerlo a disposición de los estudiosos de Kafka, que ya cuestionaban abiertamente los criterios de edición de Max Brod. 
   
    No fue cosa de coser y cantar. Enseguida encontraron el hueso de Salman Schocken, en cuya biblioteca personal de Jerusalén había guardado el legado de Kafka antes de ser trasladado a Zúrich, que se mostraba reacio a devolverlo. No fueron las palabras educadas de Pasley ni sus argumentos incontestables, fue la vehemencia, la porfía y las fuertes palabras de Marianne Steiner —¿incluidas amenazas de denuncia por apropiación ilícita?— las que obligaron al coleccionista a entrar en razón y ceder el legado a sus legítimas propietarias. Valga en testimonio de la firme insistencia de la sobrina esta queja de Schocken en carta a Max Brod: «Entiendo la agitación de la señorita Steiner. Pero no recuerdo que en mis cuarenta años de trabajo profesional alguien me haya hablado en un lenguaje así». 
  
    Llegados finalmente a un acuerdo, Malcolm Pasley viajó en automóvil hasta Zúrich, se encontró con Schocken y trasladó el legado familiar de Kafka —diarios, diarios de viajes, cartas y postales, aforismos, los manuscritos de El castillo, América, La metamorfosis, cuentos— hasta la biblioteca universitaria de Oxford (Bodleian Library), donde permanece en fideicomiso desde 1962 junto a otros manuscritos kafkianos allegados posteriormente.

    Después del traslado del legado LKB a Suiza en 1956, buena parte siguió depositada en cuatro cajas de seguridad del banco de Zúrich (manuscritos de El proceso, de Preparativos para una boda en el campo y de Descripción de una lucha, correspondencia con Kafka, con Dora Diamant, pruebas de imprenta de «Un artista del hambre», hojas manuscritas sueltas, dibujos…). Otra parte se guardó en un banco israelí, y otra en el apartamento del número 16 de la calle Rechov Hayarden de Tel Aviv. Los papeles de Kafka, que habían viajado en una sola maleta desde Praga en marzo de 1939, quedaban ahora dispersos —a imagen de la diáspora del pueblo judío— entre Oxford, un banco de Zúrich, otro de Tel Aviv, y el apartamento de Brod, hasta éste que muere en 1968. Pero aún quedaba material kafkiano por aflorar y dispersarse.

    Aunque no lo parezca, es una venganza del destino. Quién te iba a decir, Franz Kafka, el mercado millonario que surgiría con el tráfico y la compra-venta de tus papeles. Que la familia Schocken iba a obtener una extraordinaria ganancia revendiendo las cartas que le habías escrito a tu novia berlinesa, Felice Bauer. Que el manuscrito de la desordenada e inacabada historia sobre Josef K, que regalaste en 1920 a tu amigo Brod, iba a venderse por dos millones de dólares, a convertirse en una novela y luego en película. Que las apasionadas cartas que escribiste a Milena Jensenská tampoco ardieron y acabaron convertidas en libro de múltiples ediciones. Que alguien localizó los libros de tu biblioteca personal y supo mantenerlos a salvo de nazis y de comunistas, y hoy se conservan en un archivo público de Praga. Que se hayan conservado las “conversaciones” —notas escritas en papeles sueltos— de tus últimos días en el sanatorio de Kierling, cuando ya no podías hablar. O que tengas tu propio adjetivo.

    Tu amigo Max no cumplió tus deseos crematorios, a cambio, se te conoce en todo el mundo, lo que no creo que te desagrade. Imagino, por ejemplo, La metamorfosis, traducida al chino, o al árabe, tus prosas en noruego o en hindi, tu América en griego moderno o en coreano y adivino tu sonrisa, esbozada apenas, entre maliciosa y divertida, tu mirada penetrante, algo burlona y un pelín perpleja ante el espectáculo de nuestro mundo, que también es el tuyo.

    Sigues vivo, Franz Kafka, y lo estarás por mucho. Tus libros son lectura obligatoria en institutos y universidades, se suceden ediciones populares y ediciones críticas, recopilaciones de cuentos, aproximaciones biográficas, ensayos, pinturas y dibujos, documentales, películas. Existe incluso merchandising en tu honor: camisetas, cajitas de lata, postales, calcetines, lápices, tazas, pegatinas, carteles, bolsos… Y desde hace tan solo unos días, también un exlibris con uno de tus dibujos que me ha regalado un buen amigo.




martes, 18 de febrero de 2025

1975

     Cincuenta años exactos de aquella tarde. Martes también. Tú cumplías diecinueve. 

Empezabas a vivir fuera de la protección y la vigilancia familiar. A descubrir el placer de las clases en la Facultad, de tomar y completar apuntes, de los préstamos bibliotecarios, de consultar el Alborg, de comprar algún volumen de la colección Austral o de la editorial Losada, de subrayar el Curso de Lingüística General del padre Saussure, el ensayo de Sapir sobre el lenguaje, el manual de Wellek y Warren sobre teoría de la literatura, o el Diccionario de términos filológicos de Lázaro Carreter. La gozada de adentrarte de la mano de algunos profesores en la interpretación de nuestros clásicos, en una antología de poetas modernistas, en los poemas de Baudelaire o en las canciones de Georges Brassens. Sí, habías descubierto el placer del estudio, de la lectura, del comentario de textos, de la gramática. De la filología.

Empezabas a descubrir también la ciudad, los barrios, los cines, las salas de exposiciones, las representaciones en el Conservatorio, las tabernas, el olor a azahar, el humo del incienso en la Semana Santa, las canciones a coro en el Patio de los Naranjos, en las plazuelas y en los jardines, los discos en Fuentes Guerra, las ruinas de Medina Azahara, las carreteras y los caminos de la sierra.

Tus padres habían vendido el pabellón de la calle Altillo en el Campo de la Verdad y ahora vivíais en Maese Luis, entre la Corredera y los patios de San Francisco. Tu padre veía al fin culminado su propósito de quedarse definitivamente en la capital y dar estudios a sus hijos. Se acabaron los traslados y las mudanzas, dijo, renunció a los cursos para oficial, y se retiró como subteniente en cuanto pudo. 

Tu hermana estudiaba Magisterio, tú hacías el segundo curso en la Facultad. Ahora los hijos varones de guardias civiles teníamos otras posibilidades que las de seguir el camino paterno e ingresar en el Cuerpo, y las hijas no limitaban sus expectativas, su vida, a la llegada de un marido. Buena parte de la sociedad española iba cambiando más y mejor que el estamento político, con el dictador a la cabeza, empeñado en el nacional-catolicismo, en mantener un régimen que hacía agua por muchas partes. Los hijos de la clase media llenábamos las aulas universitarias —abogados, médicos, historiadores, filólogos, ingenieros, veterinarios, economistas, arquitectos y peritos, pedagogos...—, comenzamos nuestra vida profesional durante los años convulsos, alegres y esperanzados de la Transición, vivimos el desencanto y la transformación del país. Empezábamos a construir nuestra vida al tiempo que España comenzaba una nueva andadura democrática.

Todo eso te ha traído el recuerdo de aquella tarde del 18 de febrero de 1975, en una de las habitaciones de la taberna Casa Pepe, el de la Judería, cuando mis amigos —Taka, Joaquín, Manolo Badillo, Mati, Pepe Vega— me regalaron un libro con versos y dibujos de Bob Dylan. Hace ya unos años que en esta fecha saco el libro de la estantería, leo las dedicatorias de mis amigos y releo algunas páginas al azar. Hoy, martes, 18 de febrero de 2025, recalo en esta canción: 


If your time to you is worth savin’
Then you better start swimmin’
Or you’ll sink like a stone
For the times they are a-changin’.



[Si creéis que vuestro tiempo merece ser salvado
entonces, empezad a nadar
u os hundiréis como una piedra,
porque los tiempos están cambiando.]

Sí, estaban cambiando aquellos tiempos de 1975, como lo hacen estos de 2025. Tú también lo has hecho, amigo, aunque sigues siendo el mismo.



lunes, 17 de febrero de 2025

17 febrero

 Qué hermosa arde

la raíz de la luz

en la mimosa.


domingo, 16 de febrero de 2025

La maleta de Max (3)


Max se la jugó bien jugada a su amigo: los primeros textos póstumos de Franz Kafka aparecieron en un artículo de la revista Weltbühne una semana después de su entierro1; eran, además, las dos notas manuscritas en que Kafka pedía la hoguera para sus escritos inéditos. Junto a estas dos voluntades crematorias, Brod incluyó en ese artículo un inventario2 que ya conoce el lector. Unos días más tarde, a primeros de julio, Brod envía a su amigo Samuel Hugo Bergmann, filósofo y director de la Biblioteca Nacional de Jerusalén, emigrado a Palestina en 1920, una carta en la que le anuncia: «Acabo de recibir la herencia literaria de Kafka para su revisión. Tres novelas y muchas otras cosas aún no publicadas esperan que alguien las prepare para imprimir. ¡Desgraciadamente, nadie puede hacer esto excepto yo! Además, se debe examinar una gran cantidad de trabajos desorganizados (te interesará saber que entre ellos hay muchos cuadernos para practicar hebreo). Me parece que en términos de valor literario, el patrimonio supera a todo lo que Kafka publicó durante su vida».

Desbordado sin duda por el volumen del material reunido, Brod emprendió la tarea de ir organizando y dando a la luz los manuscritos de su amigo, de manera que antes de abandonar Praga ya se habían publicado El Proceso (1925), El castillo (1926), América (1927), Durante la construcción de la muralla china (1931), y las primeras obras completas en seis volúmenes, editadas por Schocken Books entre 1935 y 1937, que incluían además de América, El proceso y El castillo, un volumen de Narraciones y textos breves en prosa, otro para Descripción de una lucha y un último con Diarios y cartas, pero aún quedaba tela kafkiana que cortar: los Aforismos de Zürau, la Carta al padre, las cartas a Milena, las cartas a Felice, las cartas a sus padres, a su hermana Ottla, un cuaderno con ejercicios de hebreo, los diarios de París…

Brod tenía claro que todo ese material pertenecía a los herederos de Kafka, que entonces eran tres sobrinas: Vera Saudková, hija de Ottla (Ottilie); Marianne Steiner, hija de Valli (Valerie), y Gertrude Kaufman, hija de Elli (Gabrielle). Una cuarta sobrina, hermana de Vera, había muerto en 1923, así como Hanna, asesinada junto a su madre, Elli, en octubre de 1942 en el campo de concentración de Chelmo.

Además del «legado familiar», estaba el legado del propio Brod (LKB en adelante), constituido por material que el propio Kafka le había regalado, como los manuscritos de El proceso, de «Preparativos para una boda en el campo», o de «Descripción de una lucha», los dibujos, las pruebas de imprenta de «Un artista del hambre», cartas y postales… Finalmente, había que contar con el legado literario de Max Brod (LB), manuscritos y borradores de sus obras dramáticas y ensayísticas, partituras, correspondencia con otros escritores…

Con todos estos documentos, debidamente ordenados en cajas de zapatos dentro de la maleta, Max Brod subió al tren en la estación de Praga el 15 de marzo de 1939. El legado perteneciente a la familia quedó depositado en la biblioteca particular de Shalman Schocken en Jerusalén. Los papeles literarios de Brod, así como todo lo recibido de Kafka, permaneció en varias cajas de seguridad en un banco de Tel Aviv.

Pero a las cajas de zapatos les quedaba todavía camino que andar. En el otoño de 1956, días antes de que estallara la guerra del Sinaí, Max Brod y Shalman Schocken viajan hasta Zúrich y guardan el legado familiar, así como el material de Kafka perteneciente a Brod, en cajas de seguridad de la Corporación Bancaria Suiza (hoy, UBS), donde permanecieron hasta 1962.

Durante más de dos décadas, Brod había tenido control absoluto sobre el material kafkiano y fue el único editor de las obras de Kafka. Los investigadores no tenían acceso a los materiales autógrafos y empezaron a cuestionar los criterios de Brod en el trabajo de selección, corrección y ordenamiento del material publicado. El cambio de situación comienza a finales de 1961, cuando el germanista de la Universidad de Oxford, Malcolm Pasley, conoce a Marianne Steiner.

***

1Weltbühne, 17 julio 1914. Ver la entrada «Pérdidas y hallazgos kafkianos (2), en El pisapapeles de Karlsbad, 20 octubre 2020.
2Ver «Pérdidas y hallazgos (3)» en El pisapapeles de Karlsbad, 30 octubre 2020.

viernes, 14 de febrero de 2025

Un paseo en la mañana

Salgo a pasear por la carretera de circunvalación. A mi paso zurean unas palomas, kikirikea un gallo, ladra un perro, insiste la tórtola, silban mirlos y tordos. Sus voces se desvanecen a mi paso, pero no las flores de los almendros y las mimosas, ni las crestas de la sierra ocultas por las nubes, ni el eco de mis pasos cuando me adentro por las calles en silencio, camino de casa.

Lleno de calma y de cantos.


jueves, 13 de febrero de 2025

La maleta de Max (2)

 Ya instalados en Jafa, Max Brod sigue escribiendo y es contratado como director del teatro Habima, especializado en dramaturgia hebrea, pero no desatiende la labor emprendida en Praga de dar a conocer la obra de Kafka, especialmente el proyecto de publicación de sus obras completas en 11 volúmenes a cargo de la editorial Shocken Books, establecida en Nueva York, propietaria de los derechos de publicación de Kafka desde 1939.

Consciente del valor del material kafkiano atesorado en aquella maleta negra que viajó con él desde Praga, y para garantizar su seguridad y conservación, Brod se dirigió en primer lugar a la Biblioteca Nacional Universitaria de Jerusalén, cuyo director, Gotthold Weil, otro judío de Berlín en la diáspora, declinó inicialmente la oferta —¿Quién es ese judío checo que escribe en alemán?— excusando estar desbordado por otros archivos que preservar. Cuando Weil estuvo en condiciones de aceptar el ofrecimiento de Brod, éste ya había llegado a un acuerdo con Salman Shocken (sí, miembro de la familia Shocken, propietaria de los derechos de edición de la obra de Kafka, y del periódico Haaretz, que se citará más adelante), para guardar temporalmente los manuscritos kafkianos en su biblioteca personal.

La vida volvía a latir optimista. Max Brod se entregó a su trabajo en el teatro, Elsa volvía a traducir. La guerra los rondaba, los nazis andaban por todas partes, pero en Palestina se sentían lejos de la persecución, a salvo de Auschwitz y Theresiendstadt. Los Brod recuperan poco a poco su vida social y conocen a otras familias judías checas en sus mismas circunstancias.

La edición de las obras completas de Kafka estaba en marcha. Del proyecto iniciado en 1950, Max Brod vería la aparición de 10 volúmenes, además de las Cartas a Milena (1952) y un volumen de Relatos en el mismo año; Descripción de una lucha (1954), Cartas a Brod (1958), Cartas a Ottla y a la familia (1962), Cartas a Ernst Rowolth y Kurt Wolff (1966), los editores de Kafka en vida, y finalmente las Cartas a Felice, aparecidas en 1967. Podía decirse que la mayor parte del legado de Kafka estaba salvado de la quema, conservado y publicado en Europa y Estados Unidos, en alemán y en inglés. Max Brod debía de sentirse satisfecho de su trabajo y de que su amigo Franz Kafka fuese conocido y reconocido como uno de los grandes escritores del siglo XX.

En 1942 murió Elsa Taussig, la esposa de Brod, que con 60 años y problemas de salud entró en un periodo de abatimiento y soledad del que lo ayudó a salir la familia Hoffe: Otto, director de una fábrica en Praga, su esposa Esther, y sus dos hijas, Ruth y Eva, de siete y cinco años cuando llegaron a Jafa el mismo año 1939. Brod había conocido a Esther en las clases de hebrero en que ambos se inscribieron a su llegada a Palestina. Enseguida hubo sintonía entre el recién viudo y los Hoffe, que lo acogieron como de la familia. Esther, 22 años más joven que Brod, se convirtió en su secretaria, y éste en segundo padre de las niñas, a las que cuidaba, leía cuentos y llevaba a los ensayos en el teatro Habima.

El matrimonio Hoffe y Max Brod se hicieron inseparables. Esther pasaba horas en el piso de Brod leyendo, clasificando y preparando los papeles de Max para su edición. Los tres iban juntos a estrenos teatrales, a cafeterías y restaurantes, viajaban al extranjero: «Eran mas felices cuando estaban juntos —recordaba Eva Hoffe1—, mantenían unas relaciones armoniosas, había amor entre mi madre y Max, entre mi padre y mi madre, y entre mi padre y Max». Pronto empezaron las miradas oblicuas, los comentarios sottovoce, el chismorreo: «Y aunque hubiera algo, ¿qué más da? Todos vivían en paz juntos», concluye Eva Hoffe, sobre una relación que más de una de las páginas consultadas para este trabajo dan por mantenida, al hablar de una relación sentimental entre Brod y su secretaria, de un menage à trois, o de un estrecho vínculo más allá de lo profesional.

No ahondaremos ni juzgaremos el asunto, aunque pronto veremos el importante papel de la secretaria en la transmisión de los papeles de Kafka.

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1 Entrevista concedida en 2016 a Ofer Haderet, publicada en el diario Haaretz, 5 agosto 2018.


miércoles, 12 de febrero de 2025

Acotaciones sobre K

 Cuando se trata de Kafka, nada es sencillo. No lo es su literatura, que se presta a muy distintas interpretaciones: existencialista, religiosa, profética, absurda, psicoanalítica… No lo es su ubicación como escritor: en qué historia de la literatura —¿alemana? ¿judía? ¿checa?— lo situamos. No lo es el canon de su producción: ¿Se incluyen las cartas? ¿Los diarios? ¿Las narraciones inacabadas? ¿O solamente lo que publicó en vida? No lo es la concepción de su propia vida. Ni lo fue su relación con las mujeres.


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Kafka es un amante postal, un enamorado —y un seductor— que ama por medio de la escritura. Si no lo escribe, si no lo hace palabra escrita, es incapaz de amar.

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Sin poder comer ni hablar en las últimas semanas de su enfermedad, Kafka acaba transformado en protagonista de sus relatos: un artista del hambre, un artista del silencio.

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Kafka: una vida —una obra— sin hacer.

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No entenderse ni imaginarse a sí mismo si no es escribiendo. Esa era la auténtica enfermedad de Kafka.

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Las diferentes ocupaciones de Karl Rosmann, el protagonista de América —estudiante superocupado en casa de su tío, ascensorista, sirviente...—, muestran la explotación y humillación de los trabajadores en una relación amo-esclavo, la misma frustración y alienación con que Kafka percibía su trabajo en el Instituto de Accidentes Laborales, que lo lastraba física y anímicamente para su trabajo de escritor.

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En los relatos de Kafka, a la inmediata sensación de normalidad se impone enseguida la cara oculta, la antirrealidad, lo onírico, el absurdo, lo inexplicable.

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Franz Kafka solo mantuvo convivencia cotidiana con Dora Diamant. Fue un amante postal: es en sus cartas donde sabe expresar lo que siente por ellas. Las convierte en literatura y sólo desde la literatura es capaz de comprenderlas, de amarlas y mantener con ellas una relación sincera.

Esa conversión de la amada en literatura lleva aparejada su idealización, su platonización, que es el ámbito en que Kafka se siente más vivo, mucho más que en los encuentros personales.

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martes, 11 de febrero de 2025

La maleta de Max (1)


Dos semanas después, en la noche del 14 al 15 de marzo, una pareja sube al tren en la Franz Josef Station de Praga… Así acaba una entrada de este blog titulada «Pérdidas y hallazgos (3), publicada el viernes 30 de octubre de 2020, bajo la etiqueta «El pisapapeles de Karlsbad».

Para contextualizar esa frase, recuerdo al lector que se trata de una noche de marzo de 1939, y que a la mañana siguiente las tropas nazis ocuparán sin resistencia la ciudad de Praga. La pareja que sube al tren huye de la quema, son judíos, Elsa Taussig y Max Brod. En una de las maletas que lleva el hombre, escritor reconocido en el mundillo intelectual, viajan algunos de sus manuscritos, borradores de obras de teatro, cartas de escritores checos y alemanes, proyectos de ensayos sobre el sionismo, partituras…, documentos sin duda apreciados, preciosos, para él. También le dio tiempo a meter en la maleta algunos cuadernos, cartas y postales de su amigo Franz. En ese mismo tren viaja otro amigo, el bibliotecario y filósofo Felix Weltsch, licenciado en Derecho, miembro del Círculo de Praga y director del semanario Selbstwehr (‘Autodefensa’), donde había aparecido algún texto de Kafka.

El tren cruza Hungría, Rumanía, y los deja en un puerto del mar Negro, navegan por el estrecho del Bósforo y el mar de Mármara, por el Mediterráneo oriental, hasta desembarcar al cabo de días inciertos en Jafa —aún no era Tel Aviv, ni existía el estado de Israel—, una ciudad del entonces protectorado británico llamado Palestina.

Los Brod se establecieron en Jafa, en un piso del número 16 de la calle Hayarden, en un pequeño edificio de cuatro plantas, a unos pasos de la playa.

lunes, 10 de febrero de 2025

10 febrero

 

Abre la rosa

uno a uno  los pétalos

de la mañana.


domingo, 9 de febrero de 2025

Memoria y desencanto: Benito Calero Bastón

 

Benito Calero Bastón nació en 1963, en Alustante (Guadalajara), hijo de guardia civil y maestra nacional de ascendencia francesa, afincados en Cardeña en 1971. Inició en Sevilla estudios de Arquitectura, que pronto abandonó para trabajar como guionista de programas culturales y crítico literario en la radio-televisión andaluza. Despedido tras los fastos del 92, Calero Bastón regresó a Cardeña, opositó a Correos y en la actualidad ejerce de cartero en Villanueva de la Jara.

Su primer poemario, Ecos de ciudad (1996) recoge la problemática relación de un yo rural con la vida en la urbe. Posteriormente ha publicado los tres volúmenes de una trilogía cuya arquitectura descansa en tres pilares: la infancia, recreada en La encina dorada (2001); la juventud, revivida en Intermitencias (2008), y finalmente la edad adulta, en N-420 (2023).

En este último poemario, que pasó desapercibido para la crítica comarcal y provincial, se aborda el acercamiento implacable a una intimidad que rezuma desencanto e imposibilidad. Lo primero por la mediocridad de la vida alcanzada por el yo en su madurez biográfica; lo segundo por la aceptación de la inviabilidad, de la imposibilidad de arrostrar ese fracaso vital y enfilar la carretera N-420 para huir de la anodina realidad y continuar la búsqueda. Todo ello, con un lirismo de sesgo elegíaco, no siempre conseguido.

*

Entonces


La vida era entonces un tren

cruzando veloz la noche

y soñarnos desnudos junto al mar,

el fragor de las olas arrastrándose

hasta la piel de nuestros deseos.

Eran tus ojos náufragos

en el humo de los cigarrillos

y en los vasos vacíos del amanecer.

Era el viaje, el camino, la llegada,

la noche creciente de las lunas,

era abril en tu cintura

y nosotros bajo la lluvia.

El rumor del río

en las callejas dormidas,

las luces amarillas de noviembre,

la ciudad extasiada en el canto

de las fuentes.

Eran los barcos, su estela

de espumas y de sueños.

Un pecho abierto,

un mapa sin fronteras,

solo ríos, ciudades,

bosques inmensos y sierras

donde habitaba la pureza.

Era entonces la vida un sueño:

el azul del mar y sus confines.


sábado, 8 de febrero de 2025

8 febrero

 Ser las cosas. Ver desde su interior. Hablar por ellas. Por ahí va la poética de Rilke: darle voz a lo invisible a través de lo visible.


viernes, 7 de febrero de 2025

7 febrero

 Ritmo ha de tener el verso, música y silencios, pero sobre todo, vida: el buen poeta llena de vida el verso.


jueves, 6 de febrero de 2025

6 febrero

 (Variación sobre unos versos de José Corredor-Matheos)


No te preguntes

quién eres tú ahora,

sino quién fuiste

que ya no eres.


miércoles, 5 de febrero de 2025

Poeta y palabra

 

La vibrante palabra muda,
la inmanente,
única flor que no se dobla,
única luz que no se estingue,
única ola que no fracasa.

JRJ

Delante de ti

toda la mañana:

su luz y sus alas,

su azul encendido

sin fondo y sin medida.


Ahora se trata

de seguir el vuelo

de unas palabras,

recibir el don

de unos versos

que den sentido a este hoy

y poder seguir mañana.


Porque la luz es tu vida.



martes, 4 de febrero de 2025

Dos brevedades

 1

Morir es abandonar la luz que un día nos trajo aquí.

2

Ser gente bien no implica ser gente de bien. Ni la viceversa.


lunes, 3 de febrero de 2025

Microliteraturas: milagro.


Como «hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino», define el DRAE la palabra «milagro», que antes de ser así sufrió una metátesis (cambio de lugar de un sonido), siendo «miraglo» su forma primitiva en nuestra lengua, procedente del latino MIRACULUM, con el que los romanos se referían a un prodigio, a una maravilla, a un portento o cosa extraordinaria, sin atribuirlo a intervención divina, que ese fue añadido de los cristianos.

España, como estado oficialmente católico hasta 1978, es un país milagrero, tanto por los muchos milagros de vírgenes y santos reconocidos por la jerarquía eclesiástica y aceptados por la devoción popular, cuanto por la esperanza depositada en el portento divino que mantiene a quienes obran el milagro de una fortuna de origen oscuro, o a quienes cuelgan el milagro a otro para eludir responsabilidades.

Los niños de mi generación recibimos educación milagrosa en la escuela y en la iglesia: recuerdo copiar en nuestros cuadernos las viñetas y los resúmenes de la historia sagrada que aparecían en la enciclopedia Álvarez; recuerdo las lecturas que desde el púlpito hacía el sacerdote; recuerdo el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, el del vino en las bodas de Canaán, el de Jesús andando sobre las aguas del mar de Galilea, el de la resurrección de Lázaro, el de la curación del paralítico, de los leprosos, de los ciegos y el del sordomudo, recuerdo el milagro de la curación de un niño poseído por el demonio, y el obrado en la hija de Jairo, recuerdo el prodigio de Elías arrebatado hasta el cielo en un carro de fuego, las terribles siete plagas de Egipto, el relato maravilloso del diluvio universal...

Pero los portentos no se le limitaban a la escuela y la iglesia. También en el cine recibíamos educación religiosa. Recuerdo haber visto en el Palacio del Cine, en Córdoba, a la tremenda Aurora Bautista interpretando a Santa Teresa, la última vez que fui al cine con mi madre. O la conmovedora vida del padre Damián en Molokai. Recuerdo haber visto la historia de los tres pastorcillos portugueses —Lucía, Francisco y Jacinta— en Fátima; la de Bernadette, en Lourdes; la de los bueyes que labran una aranzada mientras el santo Isidro reza; recuerdo Marcelino, pan y vino, con el niño actor Pablito Calvo, culpable de que miles de niños españoles fuésemos peinados como él, a lo Marcelino. Recuerdo, finalmente, la voz de José Isbert en Los jueves, milagro.

Supongo que todas las religiones tienen estas narraciones sorprendentes, breves, de fácil recuerdo, que aleccionan y promueven la fe en lo sobrenatural. No dejan de ser un subgénero literario, una forma de microliteratura como la fábula, el enigma o el aforismo. El problema de los milagros es que sean la punta del iceberg de una actitud intolerante, como practicó la Iglesia Católica durante la dictadura, una actitud malsana, que bendecía y turiferaba la política represiva del régimen, y se convertía en una imposición amenazante, que atosigaba con el pecado y la condenación eterna, que atemorizaba, más que consolaba.

domingo, 2 de febrero de 2025

2 febrero

 Un poeta


La tarde sueña

en silencio, su luz

late en tus ojos.


sábado, 1 de febrero de 2025

Entre versos y encinas

Dimas Sotomayor Blasco

Fuente La Lancha (6 agosto 1959). Pastor, poeta y filósofo autodidacto, vinculado al ruralismo mágico y al círculo poético «El cascabil». Estudió Filología Hispánica en la UCO donde se doctoró en «Escritura cinematográfica» con la tesis El cine español de los ochenta: movida e historia nacional (2005). Miembro del PC desde 1978, y actual militante de Sumar, en la actualidad es responsable del proyecto mancomunado «Ecología y cultura de la sostenibilidad en la dehesa de Los Pedroches».

De su único poemario, Poesofía (2016), ofrecemos esta meditación sobre el ser y el tiempo.
 

A una rosa en un vaso

 
La gran cuestión: la vida

y su fugacidad.

La belleza, la roja

pasión, la juventud,

la luz en la mirada,

la suave piel que respira esplendor.

El hacerse de un alma

que se abre y se entrega

y perfuma la noche.


La certeza de saber que una tarde

de abril ya no estarás.



viernes, 31 de enero de 2025

Microliteraturas: aforismos, máximas y sentencias

 En esta segunda entrega sobre la literatura breve nos ocupamos de tres subgéneros emparentados no por su etimología, sino por su condición y finalidad, y aunque el diccionario académico los hace sinónimos entre sí, trataremos de marcar las fronteras de uno a otro, de establecer sus alcances significativos, para su acertado uso en nuestro hablar y escribir. Me refiero a los términos que aparecen en el título de estas líneas. 

Como veremos enseguida, se agrupan conceptualmente los tres vocablos y se los viene a identificar con la misma cosa en esencia: una regla o principio que se acepta como verdad en una determinada disciplina o ámbito del saber humano.  El aforismo, según define el diccionario de la RAE, es una «máxima o sentencia que se propone como pauta en alguna ciencia o arte», definición que se acerca notablemente a la primera acepción de máxima —«regla o proposición generalmente admitida por quienes profesan una facultad o ciencia»—, y en muy menor medida al concepto académico de sentencia —«dicho grave y sucinto que encierra doctrina o moralidad»—, que parece encajar mejor con la segunda acepción de ‘máxima’: «sentencia, apotegma o doctrina buena para dirigir las acciones morales».

Si acudimos a la etimología, comprobaremos que el aforismo es hijo de la lengua griega, cuyos padres, από + ορίζω (‘fuera’ + ‘límite’) se referían originariamente a las breves reglas y principios de la medicina establecidos por Hipócrates. El término αφορισμός, que distinguía, separaba, delimitaba conceptos y se aplicaba solamente a sucintos preceptos científicos, acabó ampliando su semántica, aplicándose también a  las artes. Según lo dicho, podemos establecer dos rasgos que circunscriben o acotan el aforismo —el ser obra de autor conocido (Hipócrates, Galeno, Ptolomeo…) y el referirse a la ciencia o al arte. —, mientras que la máxima y la sentencia caben ser considerados palabras sinónimas, centradas más en los aspectos éticos o morales del ser humano.

Válganos como ejemplo de aforismo clásico el número 18 del tratado médico de Hipócrates («Estando herido el bazo, sale de la parte siniestra del hypocondrio la sangre negra. Los precordios, con el ventrículo, se endurecen hacia la misma parte; sobreviene gran sed, acaece dolor al yúgulo, como sucede cuando está herido el hígado»), que nos recuerda aquellas invenciones léxicas del fantástico Julio Cortazar en Rayuela —«Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes»— , y de paso sus maravillosas y breves Historias de cronopios y de famas. Pero si lo que lector busca son aforismos actuales, permítame la autocita, que hago con la mayor modestia, y remitirle a dos secciones de este blog, «Aforismos del mester» y «Breviarius», donde quizá encuentre de su gusto alguna de las brevedades salidas de mi pluma. Quede claro en todo caso que el aforismo es un texto de naturaleza pedagógica, que instruye en el conocimiento de las ciencias o de las artes.

En cuanto a máximas y sentencias, la delimitación, ya lo hemos comprobado, no es precisa, y tampoco aporta total nitidez la wikipedia, que define la ‘máxima’ como una «instrucción importante, mayor, hecha para iluminar y guiar a los hombres en la carrera de la vida; es una gran regla de conducta», y la ‘sentencia’ como una «lección breve, patente y admirable, que deducida de la observación o tomada en el sentido íntimo o en la conciencia, nos enseña lo que es preciso hacer o lo que pasa en la vida: es una especie de oráculo». Quizá se nos aclaren los conceptos, los límites de una y otra,  si resumimos que la máxima es un principio regidor de la vida, la aguja que marca nuestra orientación, nuestro camino ético, en relación con nosotros mismos y con los demás, en tanto que la sentencia surge de la observación de la realidad. Según esto último, son sentenciosos aquellos famosos versos de Manrique —Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir—, o los no menos conocidos de otro hondo poeta: 

«Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar».

Y se entienden como máxima estas palabras de Séneca a Lucilio: «No creas feliz a nadie que ande pendiente de la suerte», o estas otras sobre la lectura: «Lee, pues, siempre autores meritorios y si alguna vez te viniere en gana hacer en otros alguna diversión, no dejes de tornar a los primeros».

A propósito de Lucio Anneo y sus sabios dichos, recuerdo ahora «la biblioteca de Séneca», ubicada en una glorieta de los Jardines de la Agricultura de nuestra capital, a espaldas de la nueva biblioteca dedicada al Grupo Cántico. A esa glorieta, delimitada por bancos de obra revestidos con azulejos en tonos azules y blancos, llevaba en ocasiones a mis alumnos y les hacía leer y comentar los textos de Séneca grabados en aquellos baldosines vidriados. En esa misma «biblioteca de Séneca», buscando las sombras de los pinos y los castaños, fui leyendo las Cartas de Séneca a Lucilio, traducidas por Luis Mapelli, que acabo de sacar de la estantería para encontrar alguna sentencia estoica —«Se queja más de lo que conviene el que se queja antes de lo que conviene»—, alguna máxima —«debes vivir de tal manera que no tengas necesidad de guardar ningún secreto no sólo a tus amigos, sino incluso a tus mismos enemigos»— con que cerrar esta entrada.

El tiempo vuela. Tened salud.


jueves, 30 de enero de 2025

La (otra) biblioteca de Kafka (y 3)


Sorprendería a Franz Kafka, y quizá no lo entendiera, el interés despertado por su obra tras su muerte. Quedaría perplejo, sin duda, ante las numerosas ediciones, reimpresiones, revisiones y publicaciones facsímiles de todo cuanto salió de su pluma, al menos de lo aflorado hasta ahora. ¿Aprobaría la publicación de sus diarios? ¿De su correspondencia personal? ¿Qué pensaría de las variadas interpretaciones de sus escritos? ¿De los miles de publicaciones —ensayos, artículos, tesis doctorales, reportajes periodísticos, películas, documentales, pinturas y dibujos—, consagrados al estudio de su vida y su literatura? ¿Cómo se sentiría al ver que sus manuscritos alcanzan cifras millonarias en las subastas? En este aspecto, Kafka es un nuevo Midas.

Una prueba más del papel que lo kafkiano representa en la escena literaria mundial es el proyecto de un librero anticuario alemán, Herbert Blank, que publicó En la biblioteca de Franz Kafka (2001), un minucioso catálogo de las obras leídas y poseídas por el escritor checo en sus 41 años de vida. Durante años, Blank fue buscando en los diarios y cartas de Kafka, también en los escritos de sus amigos, referencias a los libros que éste había leído o que tenía en su biblioteca personal. Pero no paraba el proyecto en elaborar el mero catálogo, sino que el librero fue coleccionando y encuadernando al gusto de la época las primeras ediciones de aquellos libros, logrando así un duplicado de lo que fue la colección particular de libros que Franz Kafka atesoraba en su casa.

¡Ojo! Esta biblioteca replicada por Blank no es la adquirida a instancias del kafkólogo Jürgen Born por el Instituto para el Estudio de la Literatura Alemana en Praga, conservada en la Universidad de Wuppertal y que sí contiene ejemplares que realmente pasaron por las manos de Kafka, ocultos durante sesenta años en depósitos de la Gestapo y posteriormente de las autoridades comunistas checas, hasta que aparecieron en una librería anticuaria de Múnich a finales de 1982. Los volúmenes recuperados hasta ahora y custodiados en Wuppertal no llegan a 300. Los reunidos por Blank superan los 800.

Pero la historia no acaba en la publicación del catálogo de Blank. En 2001 irrumpe en el mundo kafkiano la fundación de la automovilística Porsche, que compra al librero anticuario —¿135.000 €?— la biblioteca replicada y la cede a la Sociedad Franz Kafka, radicada en Praga, que la mantiene accesible al público.

Dos historias kafkianas con final satisfactorio, representativas de aquella atracción que el escritor sabía ejercer sobre quien tenía cerca, ya fuese un amigo o una de sus novias. Kafka era un hombre fotogénico, como decía Eduardo Mendoza, alto, delgado, de vestir elegante, con un especial sentido del humor, que enseguida atrapaba con la red de su escritura, y aunque algunos críticos y lectores —el mismo Mendoza afirma que Kafka fue un mal escritor que no sabía empezar sus novelas ni acabarlas— lo consideran un autor menor y fragmentario, otros muchos ven en él un maestro, un imprescindible en la narrativa del siglo XX, a quien muestran fidelidad de por vida y consagran décadas a preservar su obra de la destrucción o a dar a conocer sus fuentes literarias.

Algo tendrá Kafka.


miércoles, 29 de enero de 2025

Microliteraturas: parábola.


Niño tú de seis o siete años. Sentado en los bancos de la iglesia (en Esparragal, en el Campo de la Verdad, en el poblado de la presa del Bembézar), te transportabas a una fantástica geografía, mezcla del paisaje mínimo de los belenes que montaba tu madre todos los años en el comedor y de los escenarios de películas americanas como Rey de Reyes o La túnica sagrada, o que tú mismo creabas con tu imaginación, excitada por el exotismo de los nombres y lo portentoso de los hechos: la ciudad de Cafarnaún. el lago de Tiberiades o mar de Galilea, donde Cristo anduvo sobre las aguas, la desértica Betania, patria del resucitado Lázaro, las murallas de Jericó, abatidas por el estruendo de las trompetas y el griterío de los israelitas, el sagrado Jordán, el monte Moria, donde Abraham estuvo a punto de acabar con la vida de su hijo Isaac por mandato del temible Yavé, el monte Sinaí, de donde bajó Moisés con las Tablas de la Ley, el huerto de los olivos, Getsemaní, Nazaret, Canaán, Sodoma y Gomorra, el apóstol Pablo predicando desde las impresionantes alturas, así lo veías tú, del areópago de Atenas. Te gustaban sobre todo aquellas historias (narraciones de sucesos fingidos, de las que se deducían por comparación o semejanza verdades importantes o enseñanzas morales), parábolas, palabras, las llamaba el sacerdote: el hijo pródigo, el grano de mostaza, el buen pastor, la cizaña y el trigo, el sembrador… y veías las cabras ramoneando, los hombres y mujeres y niños en sus faenas cotidianas, horneando hogazas de pan candeal, sacando agua del pozo, labrando sus huertas o a las puertas de sus comercios con sus túnicas y sus turbantes, hasta que el oficiante comenzaba con su exégesis y se rompía la magia y entonces volvías al incómodo banco de madera y empezaba el mirar a un lado y otro, las rasquiñas, los suspiros de aburrimiento, el tamborileo de los dedos en la madera, los cambios de postura, que cesaban súbitos cuando tu madre te tocaba suavemente en el brazo y te fulminaba con la mirada y los labios contraídos.


martes, 28 de enero de 2025

La biblioteca de Kafka (2)


El 11 de enero de 1983, el periodista John Tagliabue firmaba un artículo en The New York Times —«Encontrada en Alemania la biblioteca de Kafka»—, en el que daba cuenta del hallazgo de unos 200 libros pertenecientes a la biblioteca personal del escritor checo. El lote se había ofrecido en el mes de noviembre a un librero anticuario de Múnich, Werner Fritsch, director de la librería Theodor Ackermann, que no reveló el precio de compra.

Cómo sobrevivieron 60 años estos libros, que originariamente estaban en la habitación de Kafka en casa de sus padres, y llegaron hasta la librería muniquesa es historia rocambolesca más que kafkiana, cuyo recorrido tiene tramos Guadiana imposibles ya de señalar y concretar.

Hay que presumir que tras la muerte de Kafka en junio de 1924, su hermana Ottla conservó en su casa la colección hasta que fue detenida por la Gestapo, deportada y asesinada en Auschwitz en octubre de 1943. Debemos seguir suponiendo que saqueada por los nazis la casa de Ottla tras su detención, los libros fueron trasladados a un almacén o depósito de la Gestapo en Praga, donde es lo más posible que el escritor H. G. Adler los salvara de la quema —las obras de Kafka estaban condenadas por el régimen hitleriano— y permanecieran en aquellas dependencias hasta los tiempos comunistas y neoestalinistas de Gotwald y Novotny, que también despreciaban aquella literatura decadente escrita en alemán. En aquellos tiempos de guerra fría, un grupo de libreros e intelectuales de Bonn consiguió localizar la colección de libros en la Alemania del Este, pasarla a la Alemania Occidental y hacerla llegar a un grupo de libreros en Mónaco, que fue el que ofreció el lote a la librería de Múnich en noviembre de 1982. La colección fue adquirida por el Instituto de Investigación sobre la Literatura Alemana en Praga, perteneciente a la Universidad de Wuppertal, donde se conserva en la actualidad.

Testigos de la historia europea del siglo pasado, estos libros revelan también los gustos y preferencias literarias del escritor: son mayoría los libros en alemán (Goethe, Schiller, Fontane, Lily Braun), aunque también los hay en checo (Otokar Brezina, Bozena Nemcova). No faltan las obras de clásicos rusos, franceses, ingleses (Shakespeare, Tolstoi, Dostoyevski, Flaubert, Platón) ni de amigos, como Max Brod o Franz Werfel. Una treintena de estos libros llevan dedicatorias a Kafka: «Quizá lo leamos pronto juntos», escribe Felice Bauer en un ejemplar de Los hermanos Karamazov que le regaló en 1914. O esta otra que Mad Brox le escribe en Paganismo, cristianismo y judaísmo (1912) deseándole el restablecimiento de su salud: «Para mi Franz, para tu recuperación». Aparecen también dos dedicatorias de Kafka a Ottla, su hermana preferida: en una selección de poemas y estampas de la vida en el campo, de Luwdig Richter; la segunda —«Del marinero que saltó dando golpes hacia la barca»—, en una antología de cuentos chinos, donde alude al protagonista de un cuento del propio Kafka, el cazador Gracchus, condenado a vagar eternamente vivo en una barca. La colección no está completa y no se descarta la aparición de más ejemplares. Con Kafka nunca se está seguro, las cosas no siempre resultan lo que parecen.

En el retiro y el silencio del almacén donde permanecieron 60 años, estos libros han sobrevivido a momentos clave que definen ideológica, económica y sociológicamente el siglo XX: la desaparición del imperio austro-húngaro, la Europa de entreguerras, la efervescencia cultural y política de Berlín, la gran superinflación, la génesis y ascenso al poder de Hitler, el comunismo feroz de Stalin, la II Guerra Mundial, el Holocausto, la división alemana, el telón de acero, la primavera de Praga…

No deja de sorprender que un escritor prácticamente desconocido en su tiempo, que no supo acabar ninguna de sus obras mayores —Kafka es un autor fragmentario—, haya alcanzado la notoriedad que goza desde hace ya décadas, y que se le considere un autor imprescindible en el canon del siglo pasado, un clásico de la literatura universal.

Esa consagración literaria no afecta solamente a la producción literaria publicada en vida, ni a sus novelas y narraciones póstumas. Desde la semana siguiente a su entierro empezó a hacerse público otro Kafka, el más personal de los diarios, el más íntimo de las cartas a Felice, a Grete Bloch y a Milena Jesenska, el Kafka familiar que escribe a sus padres o a sus hermanas, pidiendo el envío de un edredón para combatir el frío de Berlín o informando de su salud. Inmediatamente después de su muerte, Kafka comenzó a vivir para sus lectores, a suscitar un extraordinario interés por su escritura, pero también por su ámbito más personal y privado.

(Continuará)


lunes, 27 de enero de 2025

La biblioteca de Kafka (1)

 Hoy, 27 de enero, se celebra el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, y la casualidad ha querido que repasara las anotaciones en un cuaderno de hace unos años sobre la familia y los amigos de Franz Kafka víctimas de los nazis, y la entrada, de juanramoniano título «Y se quedarán los pájaros cantando», publicada, ya veo que no es simple azar, el 27 de enero de 2021 en este mismo Pisapapeles de Karlsbad.

La barbarie nazi borró del mapa de Praga a la familia Kafka. Supongo que si el escritor hubiera seguido vivo en los días atroces de la ocupación, habría seguido la misma suerte que sus hermanas, sus cuñados y sus sobrinos. Pero la historia nos sorprende a veces con sus giros de guion: Franz Kafka siguió vivo, no ya en los manuscritos que su incondicional Max Brod sacó en una maleta la noche antes de que los nazis llegaran a la capital checa, sino en algo tan imprescindible para un escritor como son sus libros, su biblioteca personal, los ejemplares en que leía, los volúmenes que poblaban los estantes de su biblioteca y notaron el tacto leve, delicado, de sus manos al pasar las hojas, lo profundo de su mirar más allá de la tinta, el tono de su voz cuando leía un pasaje a sus hermanas o a sus amigos. Un escritor es lo que escribe, pero también, y mucho, lo que lee.

Esta historia puede comenzar el día 3 de julio de 1943, fecha del 60 aniversario del nacimiento de Kafka, cuando el escritor judío H. G. Adler pronuncia una conferencia sobre el autor checo en el llamado “Cuartel de Magdeburgo”, del gueto de Theresienstadt, al final de la cual se le acerca una mujer, que se presenta como Ottilie Kafka y le da las gracias en nombre de su familia.

O puede comenzar en los días en que el propio Adler, detenido por las autoridades nazis, debe registrar y consignar el material de las bibliotecas robadas a los judíos. Una de aquellas bibliotecas que inventarió era la del autor de La metamorfosis.

No sabemos cómo, ni cuándo, ni con ayuda de quién, los libros de Kafka consiguieron pasar desapercibidos, sobrevivir al final de la guerra, al régimen comunista de Gotwald y Novotny, al telón de acero, y aparecer en una librería de Múnich en diciembre de 1982.


domingo, 26 de enero de 2025

Adiós, hermosa isla


Un extranjero


Adiós, hermosa isla,

la que se ve de lejos

coronada de nubes.

Ojalá volviera a tus limpias aguas.

A tus abruptos montes.

Al abrigo seguro de tu puerto.

Me despido de ti

en la brumosa mañana de octubre.

Te veo ya a lo lejos,

sobre los tejados de Cefalonia,

sobre los naranjos y los olivos de Sami,

más allá de los veleros

mecidos por la brisa.


Nadie llega a ti por casualidad.

Hay que buscarte, Ítaca,

para comprobar que no nos esperas,

que no somos los héroes

ni tú eres nuestra casa,

que no eres regreso,

sino un comenzar. 



sábado, 25 de enero de 2025

25 enero

 

Recién lavada

por la lluvia, la luz

se hace canción.


viernes, 24 de enero de 2025

24 enero

 

Se acaba el día.

Va la luz de la tarde

ardiendo en mí.



jueves, 23 de enero de 2025

23 enero

 

Canta un jilguero

en la mañana de agua

y obra el prodigio:

entre las nubes grises

asoma el arcoíris.



miércoles, 22 de enero de 2025

La mirada de Kafka

 ¿En qué pensabas de pie, levemente apoyada la cadera en el costado de aquel animal de atrezo, un carnero, adornado con jaeces en el testuz, con bridas y jáquima para guiarlo; tu mano izquierda cerrada en puño a la altura del esternón, agarrada la derecha al cuerno del animal, cuya cabeza llega casi a la altura de la tuya; botas negras de media caña y pantalón ajustado por encima de las rodillas; abotonada la camisola de cuello marinero rematado en un lazo; pelo negro, brillante, del que sobresalen las orejas, el flequillo ligeramente al bies de izquierda a derecha; apuntado el rostro hacia la nariz y la barbilla, cerrada la boca, en línea recta los labios finos, sin querer sonreír, como tampoco sonríe tu mirada oblicua hacia la derecha, pese a las indicaciones del señor Klempfner, el fotógrafo, en qué pensabas, Franz? ¿Por qué tan serio?

Vivíais entonces en la Zeltnergasse de Praga, en la ciudad vieja. Corría el año 1888. Tus padres, Hermann y Julie, regentaban una mercería (corbatas, sombrillas y paraguas, bastones, tejidos de algodón, complementos de moda y artículos de fantasía) que tú apenas visitabas. Eras, a tus cinco años, el primogénito y el único: tu hermano Georg había muerto a los dos años, de sarampión, y Heinrich antes de los seis meses, por una otitis, pero tú ya no te acordabas de ellos. Pasabas los días con la cocinera y con la criada, de quienes aprendiste la lengua checa. No habían nacido aún tus hermanas, ni asistías a la escuela alemana.

Eras un niño delicado, pero sano. No heredaste la fuerte complexión de tu rama paterna, ni su capacidad de resistencia y superación; tampoco el aire alunado de algunos antepasados maternos, ni su estricta ortodoxia judaica.

¿Qué mirabas, Franz, aquel día en el estudio del señor Klempfner? ¿En qué pensabas? Porque tu mirada de niño… Pareces ensimismado, abismado, no en lo inmediato, en lo que tienes delante y más cerca de ti, sino mucho más lejos, como si vieras o recordaras algo remoto: ¿La historia, acaso, de aquella bisabuela ahogada en el Elba que has oído contar en voz baja a tu madre? ¿El laberinto sombrío de las callejas y los patios interiores de la ciudad vieja? ¿La voz imperiosa de tu padre? ¿El bullicio de la Starometské Námesti en los días de mercado? ¿El denso rumor del Moldava? ¿Los rezos y cánticos incomprensibles en la sinagoga?



martes, 21 de enero de 2025

21 enero

 

Razón poética:

el bullir de la vida

hecho palabra.



lunes, 20 de enero de 2025

20 de enero

 

Manto de estrellas

en la noche de enero.

Tirita el frío.



domingo, 19 de enero de 2025

Presagios

 Calma, sosegada, extiende sus brazos el alba sobre los campos amarillos y la humedad de las vaguadas.

Huele a cereal, a hinojo, a infancia y juegos del verano.

Calmo también tu espíritu, hasta que súbito, un aleteo y levanta el vuelo graznando un cuervo.

De un lado a otro del camino —tenues brillos metálicos— las arañas han lanzado sus hilos.



sábado, 18 de enero de 2025

De la aceptación, o no, de los discursos

 En El maestro rural (algunas ediciones lo titulan El topo gigante), cuenta Kafka la historia de la aparición de un topo gigante en un pequeño pueblo, y de cómo se encarga al viejo maestro del lugar, hombre de reconocidos méritos en su profesión, la redacción de un informe documentado y razonado que difunda y dé notoriedad al descubrimiento. Tras exhaustiva investigación, se imprime un breve folleto que se vende a los visitantes curiosos, algunos de ellos extranjeros. Como culmen de su ímprobo esfuerzo, el maestro visita a un erudito de renombre con la intención de que reconozca la importancia científica que supone la aparición del topo, pero el erudito, movido por un prejuicio insuperable, se muestra frustrantemente indiferente y considera normal la aparición de un topo gigante, sembrando de esa manera la semilla del fracaso en el viejo maestro.

Después de un tiempo, el asunto del topo se olvida, hasta que un comerciante vuelve a tomar cartas y decide elaborar su propio informe, reivindicando no tanto el aspecto científico del asunto como la honradez personal del maestro, pero con una metodología no lee el informe del maestro para no contaminarse; considera que éste no es el verdadero descubridor del topo gigante; siembra dudas sobre la desinteresada probidad del mismo, al insinuar el móvil económico del maestro, que tiene muchas bocas que alimentar—, que acaba estableciendo discrepancias notables y creando desavenencias.

Ni el maestro de pueblo, ni el comerciante, logran su objetivo. Hasta ahí la certeza, si es que en las historias de Kafka se pueden tener certezas. Podría incluirse esta narración entre lo que llamaré «relatos de la negación», de la imposibilidad, es decir, de la exclusión. Ninguno de los dos protagonistas de esta narración pertenece a la comunidad científica, a ese círculo del saber socialmente establecido y aceptado como poder, como autoridad emanante de verdades y juicios universales e infalibles. El lenguaje científico no deja de ser un código inaccesible al vulgo, una estructura de poder a la que no puede acceder cualquier diletante.

Quizá vaya por ahí el simbolismo kafkiano. Quizá, si forzamos, podamos ver esta historia como una parábola de su propia condición de escritor: Kafka nunca vivió como él deseaba, pues no logró vivir de la literatura, ni dedicarse exclusivamente a ella. Tenía una relación muy problemática con su trabajo como abogado en el Instituto de Accidentes de Trabajo del Reino de Bohemia, que le consumía las fuerzas, el tiempo, el sueño, que necesitaba para su escritura. Es posible que se viera a sí mismo excluido del oficio de escribir. Y que ahí estuviera la razón última de su querer que desaparecieran sus escritos no publicados, especialmente las tres novelas —América, El proceso, El castillo— que la maldita enfermedad le impidió rematar.

Tampoco podemos olvidarnos del humor, de la parodia de los discursos académicos y de la metodología positivista, presentes en el cuento. Ni de los ambiguos motivos del éxito o del fracaso.


viernes, 17 de enero de 2025

17 enero

 

Ganar la cumbre,

sosegar el espíritu,

respirar luz.



jueves, 16 de enero de 2025

16 enero

 

Solas las calles.

Trepa un sol amarillo

a los tejados.

Desolación: ni pájaros.

A solas con tus pasos.


miércoles, 15 de enero de 2025

Fábulas de la modernidad y el clasicismo

En La metamorfosis, lo de menos, lo no novedoso, es la transformación en un monstruoso insecto del viajante de comercio Gregor Samsa, que es una fábula simple y antigua. Lo importante es que la mutación supone el desmantelamiento despiadado de su identidad, su anulación como ser humano. 

    La desposesión del individuo es total, radical, extrema: se le despoja de su trabajo, de su familia, de su lengua, de sí mismo.

    Esa transformación o conversión es resultado de la sentencia, la condena, dictada por un tribunal innominado, pero obrante y omnisciente: la anulación de Gregor Samsa como individuo.

    El "mensaje" kafkiano, lanzado en 1912, mantiene su vigencia más de un siglo después. Esa es la modernidad de Kafka. Y su clasicismo.


martes, 14 de enero de 2025

Del arte poética


La poesía surge cuando es capaz de reflejar, al menos en parte, la belleza de lo que tenemos delante, sea un paisaje, un objeto, un recuerdo o una emoción.

*

Sube y sube, perfora la oscuridad el cohete hasta alcanzar su cénit, despliega entonces su belleza e ilumina el mundo. Así el verso.

*


lunes, 13 de enero de 2025

13 enero

 

Día en la noche.

Sombra azul en los campos.

Luna amarilla.



domingo, 12 de enero de 2025

12 enero

 

Canta la noche,

arde en la claridad

de tus abrazos.


sábado, 11 de enero de 2025

11 enero

 

Lluvia, silencio,

los versos de un poeta:

luz y verdad.


viernes, 10 de enero de 2025

Alfabeto

Dimotikí


Alfabeto griego: el misterio de leer y no entender.
Y sin embargo, de él venimos tirios y troyanos.
Nosotros, el pueblo, nos entendemos.
Ellos, los sátrapas, nunca han querido hacerlo.


jueves, 9 de enero de 2025

Carved in stone

 

El sol alumbró las palabras

y el mar las arrastró a nuestras bocas.

Le dimos nombre a la espuma,

a los dioses y a los astros.

Hicimos del hablar

vía del conocimiento,

de la verdad y la belleza.


Aprendimos también el silencio

que precede a las auroras

y a la muerte en batalla de los héroes.