jueves, 7 de agosto de 2008

Cuatro historias bisiestas


1

Las milicias populares rodearon la casa cuartel el domingo a mediodía. A las mujeres y los niños ya los habían evacuado a Córdoba, pero dentro quedaban ocho guardias civiles que mal resistían el asedio.
—Esto no acabará bien, mi cabo —dijo Silverio, el más joven. Había que salir de aquella ratonera.
Y quizá fuera un ratón el que le sugirió al cabo la estrategia: pasaron toda la noche abriendo boquetes en las paredes de las casas vecinas, pasando de una a otra hasta que se encontraron con el río; desde allí los tiroteó un grupo emboscado en el cañaveral; sólo dos hombres alcanzaron la orilla y se lanzaron a cruzarlo.
El cabo nunca olvidó el chasquido de las balas al entrar en el agua, el chapoteo violento, breve, el grito ahogado, el cuerpo de su hermano hundiéndose en el Genil.

2

Aquel atardecer de noviembre, la niña vio movimiento de más en la casa, pasos precipitados, susurros entre los mayores, lágrimas en los ojos azules de su padre; luego llegó el médico y al momento don Bartolomé, el cura. Después, dos vecinas entraron en la habitación de su madre y cerraron la puerta. A sus dos hermanos los mandaron a dar aviso. Ella pasó la noche en casa de unos desconocidos. No la dejaron verla.

3

Domingo de verano. Un grupo de niños chapotea en el agua hasta que alguien los llama para comer. Antes de alcanzar la orilla, el fondo del río se queda con la sandalia de uno de ellos, blanca, recién estrenadas. El niño siente miedo, un temor inexplicable a la riña de mamá, y se esconde en un maizal. Sobre las voces de los que le buscan, entre el vaho asfixiante que sube desde la tierra, retumba el corazón en el pecho del niño. Y las chicharras.

4

Aprendí la palabra «bisiesto» de mi madre, que la refería siempre a su padre. Hoy es 29 de febrero de 2008 y acabo de recordar que el abuelo Anselmo renegaba de los bisiestos y también de los días seis de mes. Para asegurarme la he llamado.
‒Nunca dijo porqué no le gustaban los años bisiestos. Será por el 36, cuando la guerra… Lo de los días seis sí, un seis de agosto los rojos mataron a su hermano Silverio en el río Genil, y a él lo hicieron prisionero… Otro día seis, de noviembre de 1940, murió mi madre, con 32 años. Yo tenía 8 años y de sopetón se me acabó la infancia y me vino el dolor, la soledad y la tristeza. Aquí, recién la guerra. En Europa, los nazis. Días miserables, hijo… Y otro seis, de julio, te perdiste tú en la huerta de Tobalico. Yo nunca había visto a mi padre meterse en un río, pero aquel día se remangó los pantalones y se metió a buscarte con los otros hombres. Todos creíamos que te habías ahogado…
‒…
‒ ¡Me cago en los días seis y en los años bisiestos!, decía tu abuelo chascando la lengua y moviendo la cabeza con rebelde fatalidad. El pobre murió con 66 años, el 6 de agosto de 1968.

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