viernes, 8 de agosto de 2008

Vidas escritas

Acabo de leer un libro así titulado que Javier Marías publicó en 1992 y que no leí en su momento, como tampoco la revista Claves de la razón práctica, donde fueron apareciendo la mayoría de las semblanzas recogidas en el libro.
Como es normal en mí, suelo llegar tarde a los libros. No soy lector al día, sino a destiempo, y antes que gastar dinero en novedades editoriales prefiero, como diría el buen burgués, invertir en valores seguros, en libros de autores de mi gusto, aunque lleven cien años muertos. Sólo hago excepción de unos pocos: Luis Landero, Andrés Trapiello, Rafael Sánchez Ferlosio, Antonio Colinas, Eloy Sánchez Rosillo y Luis García Montero. Con Javier Marías siempre he sentido recelo: leo sus artículos dominicales, comparto muchas de sus ideas y cabreos, no su pasión por el Real Madrid, pero hasta esta noche no he logrado terminar un libro suyo.
Debo reconocerlo, Javier Marías se me ha adelantado al escribir sus apuntes biográficos; pero consigno aquí y ahora que no he leído sus Vidas escritas sino en este octubre de 2007, y que mi proyecto de escribir sobre los autores de mi altarito nació unos meses antes, durante el verano, cuando desconocía la existencia del tal libro. Quede así libre mi conciencia del plagio. Apunto además en mi descargo la serie de artículos que fui publicando en el periódico comarcal Los Pedroches Información, donde daba cuenta de libros leídos a destiempo y apuntaba datos biográficos de quienes los escribieron. O sea, que me vino la idea de este libro antes de leer el de Marías, que escribió un libro que yo acabo de empezar a escribir. Difícil empeño. Suena a Borges y a Pierre Menard, pero las cosas son como son.
Cuenta Javier Marías en el libro su afición por coleccionar postales de escritores: otra coincidencia, solo que la suya –su colección- seguro que la ha ido haciendo comprándola en museos, tiendas de anticuarios y puestos del Rastro, y la mía ha ido creciendo a lo pobre, recortada de periódicos y suplementos dominicales. Coincidimos en muchos retratados (Joyce, Stevenson, Thomas Mann, Rilke, Rimbaud, Oscar Wilde…) pero no en los retratos en sí. Coincidimos en el pecador (Dickens, Mallarmé, Baudelaire, Poe, Borges, Nietzsche, Beckett…), pero no en el pecado, quiero decir en el retrato o instantánea en cuestión, por lo que me siento libre, sin el sambenito del plagiario.
El hilo de nuestras lecturas es el hilo de nuestra vida: somos lo que hemos leído. Y lo que nos queda por leer. O quizá debería decir que somos lo que hemos soñado mientras íbamos leyendo. A lo mejor somos Alonso Quijano, que vive lo que ha leído y cree más verdad lo escrito que lo vivido, y está, como el Pasavento de Vila Matas, enfermo de literatura. Todo pudiera ser.

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