La imagen de un JRJ encerrado y dedicado
por entero a su Obra es uno de los tópicos biográficos del poeta de Moguer.
Estos días leo Juan Ramón de viva voz,
de su amigo Juan Guerrero, un libro curioso, un diario en que
el mundo expresado no es el del yo amanuense, sino el de otro.
Juan Ramón de viva voz es la obra en que
Juan Guerrero fue dejando constancia de las conversaciones que mantuvo a diario
durante unos cuantos años con JRJ. Asoma
muy poco la vida íntima de Guerrero —su trabajo en la CAMPSA, su mujer,
los hijos, la casa donde vive—, la mayor parte del gasto se la lleva el maestro
admirado, a quien sirve de contertulio, secretario, copista, archivero, bibliotecario,
y hasta de recadero, dicho sea sin menoscabo. JRJ era un hombre absorbente, que
no podía atender solo tanto negocio literario, tanto quehacer, tanta Obra como
puso en marcha.
Sin ser, ni lo pretende, una biografía,
en el libro de Juan Guerrero aparece un JRJ en plena faena literaria,
escribiendo a diario, corrigiendo a diario, opinando sobre poesía y sobre
poetas, sobre libros, artículos, periódicos, sobre impresores, sobre políticos
y acontecimientos históricos (elecciones municipales y huida de Alfonso XIII,
proclamación de la República), sobre figuras como Ortega y Gasset, Unamuno o
Fernando de los Ríos... Un JRJ, iba a decir en el centro, pero no, en la
cátedra, en el sitial del maestro y guía de la vida poética en la segunda edad
de oro de nuestra literatura.
JRJ es consciente de su lugar, junto a Antonio
Machado, en la poesía española contemporánea, pero no le queda otra que asistir
al rito freudiano de matar al padre por parte de los poetas del 27. ¿Tú
también, hijo mío?, pregunta un dolido JRJ a cada uno de los jóvenes poetas del
momento.
En mí empieza la nueva poesía, y mucho
me deben los que me siguen, proclama con frecuencia el poeta endiosado. Y es
cierto, pero unas gotitas de modestia y de humildad siempre caen bien.
Además de chismes del Parnaso hispano,
dimes, diretes, enfados con unos y con otros, envidias, burdos rumores, cruces
de cartas y tergiversaciones, conocemos también lo que los poetas jóvenes le
deben a JRJ, no ya por la ayuda, el aliento y el padrinazgo que les
proporcionó, sino verso por verso. Es en esos momentos cuando dan ganas de no
leer más a JRJ, no vaya uno a escribir un verso y se levante el poeta de su
tumba y le diga: “Ese verso ya lo di yo en
Las cenizas doradas”.
Bromas aparte, Juan Ramón de viva voz me parece una lectura imprescindible para
acercarse a la cotidianeidad del creador de Platero y conocer la intrahistoria
de la poesía española contemporánea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario