lunes, 24 de febrero de 2025

La maleta de Max (4)

A Luis Pozo 
Cuando Malcolm Pasley conoció a Marianne Steiner y ésta le contó las vicisitudes del legado de su tío, que conocía por Max Brod, enseguida tomó cartas y asumió el papel de consejero de las tres sobrinas, proponiéndoles disponer cuanto antes de aquel tesoro y depositarlo en Oxford para evitar que se dispersara en ventas a particulares y en subastas, también para ponerlo a disposición de los estudiosos de Kafka, que ya cuestionaban abiertamente los criterios de edición de Max Brod. 
   
    No fue cosa de coser y cantar. Enseguida encontraron el hueso de Salman Schocken, en cuya biblioteca personal de Jerusalén había guardado el legado de Kafka antes de ser trasladado a Zúrich, que se mostraba reacio a devolverlo. No fueron las palabras educadas de Pasley ni sus argumentos incontestables, fue la vehemencia, la porfía y las fuertes palabras de Marianne Steiner —¿incluidas amenazas de denuncia por apropiación ilícita?— las que obligaron al coleccionista a entrar en razón y ceder el legado a sus legítimas propietarias. Valga en testimonio de la firme insistencia de la sobrina esta queja de Schocken en carta a Max Brod: «Entiendo la agitación de la señorita Steiner. Pero no recuerdo que en mis cuarenta años de trabajo profesional alguien me haya hablado en un lenguaje así». 
  
    Llegados finalmente a un acuerdo, Malcolm Pasley viajó en automóvil hasta Zúrich, se encontró con Schocken y trasladó el legado familiar de Kafka —diarios, diarios de viajes, cartas y postales, aforismos, los manuscritos de El castillo, América, La metamorfosis, cuentos— hasta la biblioteca universitaria de Oxford (Bodleian Library), donde permanece en fideicomiso desde 1962 junto a otros manuscritos kafkianos allegados posteriormente.

    Después del traslado del legado LKB a Suiza en 1956, buena parte siguió depositada en cuatro cajas de seguridad del banco de Zúrich (manuscritos de El proceso, de Preparativos para una boda en el campo y de Descripción de una lucha, correspondencia con Kafka, con Dora Diamant, pruebas de imprenta de «Un artista del hambre», hojas manuscritas sueltas, dibujos…). Otra parte se guardó en un banco israelí, y otra en el apartamento del número 16 de la calle Rechov Hayarden de Tel Aviv. Los papeles de Kafka, que habían viajado en una sola maleta desde Praga en marzo de 1939, quedaban ahora dispersos —a imagen de la diáspora del pueblo judío— entre Oxford, un banco de Zúrich, otro de Tel Aviv, y el apartamento de Brod, hasta éste que muere en 1968. Pero aún quedaba material kafkiano por aflorar y dispersarse.

    Aunque no lo parezca, es una venganza del destino. Quién te iba a decir, Franz Kafka, el mercado millonario que surgiría con el tráfico y la compra-venta de tus papeles. Que la familia Schocken iba a obtener una extraordinaria ganancia revendiendo las cartas que le habías escrito a tu novia berlinesa, Felice Bauer. Que el manuscrito de la desordenada e inacabada historia sobre Josef K, que regalaste en 1920 a tu amigo Brod, iba a venderse por dos millones de dólares, a convertirse en una novela y luego en película. Que las apasionadas cartas que escribiste a Milena Jensenská tampoco ardieron y acabaron convertidas en libro de múltiples ediciones. Que alguien localizó los libros de tu biblioteca personal y supo mantenerlos a salvo de nazis y de comunistas, y hoy se conservan en un archivo público de Praga. Que se hayan conservado las “conversaciones” —notas escritas en papeles sueltos— de tus últimos días en el sanatorio de Kierling, cuando ya no podías hablar. O que tengas tu propio adjetivo.

    Tu amigo Max no cumplió tus deseos crematorios, a cambio, se te conoce en todo el mundo, lo que no creo que te desagrade. Imagino, por ejemplo, La metamorfosis, traducida al chino, o al árabe, tus prosas en noruego o en hindi, tu América en griego moderno o en coreano y adivino tu sonrisa, esbozada apenas, entre maliciosa y divertida, tu mirada penetrante, algo burlona y un pelín perpleja ante el espectáculo de nuestro mundo, que también es el tuyo.

    Sigues vivo, Franz Kafka, y lo estarás por mucho. Tus libros son lectura obligatoria en institutos y universidades, se suceden ediciones populares y ediciones críticas, recopilaciones de cuentos, aproximaciones biográficas, ensayos, pinturas y dibujos, documentales, películas. Existe incluso merchandising en tu honor: camisetas, cajitas de lata, postales, calcetines, lápices, tazas, pegatinas, carteles, bolsos… Y desde hace tan solo unos días, también un exlibris con uno de tus dibujos que me ha regalado un buen amigo.




martes, 18 de febrero de 2025

1975

     Cincuenta años exactos de aquella tarde. Martes también. Tú cumplías diecinueve. 

Empezabas a vivir fuera de la protección y la vigilancia familiar. A descubrir el placer de las clases en la Facultad, de tomar y completar apuntes, de los préstamos bibliotecarios, de consultar el Alborg, de comprar algún volumen de la colección Austral o de la editorial Losada, de subrayar el Curso de Lingüística General del padre Saussure, el ensayo de Sapir sobre el lenguaje, el manual de Wellek y Warren sobre teoría de la literatura, o el Diccionario de términos filológicos de Lázaro Carreter. La gozada de adentrarte de la mano de algunos profesores en la interpretación de nuestros clásicos, en una antología de poetas modernistas, en los poemas de Baudelaire o en las canciones de Georges Brassens. Sí, habías descubierto el placer del estudio, de la lectura, del comentario de textos, de la gramática. De la filología.

Empezabas a descubrir también la ciudad, los barrios, los cines, las salas de exposiciones, las representaciones en el Conservatorio, las tabernas, el olor a azahar, el humo del incienso en la Semana Santa, las canciones a coro en el Patio de los Naranjos, en las plazuelas y en los jardines, los discos en Fuentes Guerra, las ruinas de Medina Azahara, las carreteras y los caminos de la sierra.

Tus padres habían vendido el pabellón de la calle Altillo en el Campo de la Verdad y ahora vivíais en Maese Luis, entre la Corredera y los patios de San Francisco. Tu padre veía al fin culminado su propósito de quedarse definitivamente en la capital y dar estudios a sus hijos. Se acabaron los traslados y las mudanzas, dijo, renunció a los cursos para oficial, y se retiró como subteniente en cuanto pudo. 

Tu hermana estudiaba Magisterio, tú hacías el segundo curso en la Facultad. Ahora los hijos varones de guardias civiles teníamos otras posibilidades que las de seguir el camino paterno e ingresar en el Cuerpo, y las hijas no limitaban sus expectativas, su vida, a la llegada de un marido. Buena parte de la sociedad española iba cambiando más y mejor que el estamento político, con el dictador a la cabeza, empeñado en el nacional-catolicismo, en mantener un régimen que hacía agua por muchas partes. Los hijos de la clase media llenábamos las aulas universitarias —abogados, médicos, historiadores, filólogos, ingenieros, veterinarios, economistas, arquitectos y peritos, pedagogos...—, comenzamos nuestra vida profesional durante los años convulsos, alegres y esperanzados de la Transición, vivimos el desencanto y la transformación del país. Empezábamos a construir nuestra vida al tiempo que España comenzaba una nueva andadura democrática.

Todo eso te ha traído el recuerdo de aquella tarde del 18 de febrero de 1975, en una de las habitaciones de la taberna Casa Pepe, el de la Judería, cuando mis amigos —Taka, Joaquín, Manolo Badillo, Mati, Pepe Vega— me regalaron un libro con versos y dibujos de Bob Dylan. Hace ya unos años que en esta fecha saco el libro de la estantería, leo las dedicatorias de mis amigos y releo algunas páginas al azar. Hoy, martes, 18 de febrero de 2025, recalo en esta canción: 


If your time to you is worth savin’
Then you better start swimmin’
Or you’ll sink like a stone
For the times they are a-changin’.



[Si creéis que vuestro tiempo merece ser salvado
entonces, empezad a nadar
u os hundiréis como una piedra,
porque los tiempos están cambiando.]

Sí, estaban cambiando aquellos tiempos de 1975, como lo hacen estos de 2025. Tú también lo has hecho, amigo, aunque sigues siendo el mismo.



lunes, 17 de febrero de 2025

17 febrero

 Qué hermosa arde

la raíz de la luz

en la mimosa.


domingo, 16 de febrero de 2025

La maleta de Max (3)


Max se la jugó bien jugada a su amigo: los primeros textos póstumos de Franz Kafka aparecieron en un artículo de la revista Weltbühne una semana después de su entierro1; eran, además, las dos notas manuscritas en que Kafka pedía la hoguera para sus escritos inéditos. Junto a estas dos voluntades crematorias, Brod incluyó en ese artículo un inventario2 que ya conoce el lector. Unos días más tarde, a primeros de julio, Brod envía a su amigo Samuel Hugo Bergmann, filósofo y director de la Biblioteca Nacional de Jerusalén, emigrado a Palestina en 1920, una carta en la que le anuncia: «Acabo de recibir la herencia literaria de Kafka para su revisión. Tres novelas y muchas otras cosas aún no publicadas esperan que alguien las prepare para imprimir. ¡Desgraciadamente, nadie puede hacer esto excepto yo! Además, se debe examinar una gran cantidad de trabajos desorganizados (te interesará saber que entre ellos hay muchos cuadernos para practicar hebreo). Me parece que en términos de valor literario, el patrimonio supera a todo lo que Kafka publicó durante su vida».

Desbordado sin duda por el volumen del material reunido, Brod emprendió la tarea de ir organizando y dando a la luz los manuscritos de su amigo, de manera que antes de abandonar Praga ya se habían publicado El Proceso (1925), El castillo (1926), América (1927), Durante la construcción de la muralla china (1931), y las primeras obras completas en seis volúmenes, editadas por Schocken Books entre 1935 y 1937, que incluían además de América, El proceso y El castillo, un volumen de Narraciones y textos breves en prosa, otro para Descripción de una lucha y un último con Diarios y cartas, pero aún quedaba tela kafkiana que cortar: los Aforismos de Zürau, la Carta al padre, las cartas a Milena, las cartas a Felice, las cartas a sus padres, a su hermana Ottla, un cuaderno con ejercicios de hebreo, los diarios de París…

Brod tenía claro que todo ese material pertenecía a los herederos de Kafka, que entonces eran tres sobrinas: Vera Saudková, hija de Ottla (Ottilie); Marianne Steiner, hija de Valli (Valerie), y Gertrude Kaufman, hija de Elli (Gabrielle). Una cuarta sobrina, hermana de Vera, había muerto en 1923, así como Hanna, asesinada junto a su madre, Elli, en octubre de 1942 en el campo de concentración de Chelmo.

Además del «legado familiar», estaba el legado del propio Brod (LKB en adelante), constituido por material que el propio Kafka le había regalado, como los manuscritos de El proceso, de «Preparativos para una boda en el campo», o de «Descripción de una lucha», los dibujos, las pruebas de imprenta de «Un artista del hambre», cartas y postales… Finalmente, había que contar con el legado literario de Max Brod (LB), manuscritos y borradores de sus obras dramáticas y ensayísticas, partituras, correspondencia con otros escritores…

Con todos estos documentos, debidamente ordenados en cajas de zapatos dentro de la maleta, Max Brod subió al tren en la estación de Praga el 15 de marzo de 1939. El legado perteneciente a la familia quedó depositado en la biblioteca particular de Shalman Schocken en Jerusalén. Los papeles literarios de Brod, así como todo lo recibido de Kafka, permaneció en varias cajas de seguridad en un banco de Tel Aviv.

Pero a las cajas de zapatos les quedaba todavía camino que andar. En el otoño de 1956, días antes de que estallara la guerra del Sinaí, Max Brod y Shalman Schocken viajan hasta Zúrich y guardan el legado familiar, así como el material de Kafka perteneciente a Brod, en cajas de seguridad de la Corporación Bancaria Suiza (hoy, UBS), donde permanecieron hasta 1962.

Durante más de dos décadas, Brod había tenido control absoluto sobre el material kafkiano y fue el único editor de las obras de Kafka. Los investigadores no tenían acceso a los materiales autógrafos y empezaron a cuestionar los criterios de Brod en el trabajo de selección, corrección y ordenamiento del material publicado. El cambio de situación comienza a finales de 1961, cuando el germanista de la Universidad de Oxford, Malcolm Pasley, conoce a Marianne Steiner.

***

1Weltbühne, 17 julio 1914. Ver la entrada «Pérdidas y hallazgos kafkianos (2), en El pisapapeles de Karlsbad, 20 octubre 2020.
2Ver «Pérdidas y hallazgos (3)» en El pisapapeles de Karlsbad, 30 octubre 2020.

viernes, 14 de febrero de 2025

Un paseo en la mañana

Salgo a pasear por la carretera de circunvalación. A mi paso zurean unas palomas, kikirikea un gallo, ladra un perro, insiste la tórtola, silban mirlos y tordos. Sus voces se desvanecen a mi paso, pero no las flores de los almendros y las mimosas, ni las crestas de la sierra ocultas por las nubes, ni el eco de mis pasos cuando me adentro por las calles en silencio, camino de casa.

Lleno de calma y de cantos.


jueves, 13 de febrero de 2025

La maleta de Max (2)

 Ya instalados en Jafa, Max Brod sigue escribiendo y es contratado como director del teatro Habima, especializado en dramaturgia hebrea, pero no desatiende la labor emprendida en Praga de dar a conocer la obra de Kafka, especialmente el proyecto de publicación de sus obras completas en 11 volúmenes a cargo de la editorial Shocken Books, establecida en Nueva York, propietaria de los derechos de publicación de Kafka desde 1939.

Consciente del valor del material kafkiano atesorado en aquella maleta negra que viajó con él desde Praga, y para garantizar su seguridad y conservación, Brod se dirigió en primer lugar a la Biblioteca Nacional Universitaria de Jerusalén, cuyo director, Gotthold Weil, otro judío de Berlín en la diáspora, declinó inicialmente la oferta —¿Quién es ese judío checo que escribe en alemán?— excusando estar desbordado por otros archivos que preservar. Cuando Weil estuvo en condiciones de aceptar el ofrecimiento de Brod, éste ya había llegado a un acuerdo con Salman Shocken (sí, miembro de la familia Shocken, propietaria de los derechos de edición de la obra de Kafka, y del periódico Haaretz, que se citará más adelante), para guardar temporalmente los manuscritos kafkianos en su biblioteca personal.

La vida volvía a latir optimista. Max Brod se entregó a su trabajo en el teatro, Elsa volvía a traducir. La guerra los rondaba, los nazis andaban por todas partes, pero en Palestina se sentían lejos de la persecución, a salvo de Auschwitz y Theresiendstadt. Los Brod recuperan poco a poco su vida social y conocen a otras familias judías checas en sus mismas circunstancias.

La edición de las obras completas de Kafka estaba en marcha. Del proyecto iniciado en 1950, Max Brod vería la aparición de 10 volúmenes, además de las Cartas a Milena (1952) y un volumen de Relatos en el mismo año; Descripción de una lucha (1954), Cartas a Brod (1958), Cartas a Ottla y a la familia (1962), Cartas a Ernst Rowolth y Kurt Wolff (1966), los editores de Kafka en vida, y finalmente las Cartas a Felice, aparecidas en 1967. Podía decirse que la mayor parte del legado de Kafka estaba salvado de la quema, conservado y publicado en Europa y Estados Unidos, en alemán y en inglés. Max Brod debía de sentirse satisfecho de su trabajo y de que su amigo Franz Kafka fuese conocido y reconocido como uno de los grandes escritores del siglo XX.

En 1942 murió Elsa Taussig, la esposa de Brod, que con 60 años y problemas de salud entró en un periodo de abatimiento y soledad del que lo ayudó a salir la familia Hoffe: Otto, director de una fábrica en Praga, su esposa Esther, y sus dos hijas, Ruth y Eva, de siete y cinco años cuando llegaron a Jafa el mismo año 1939. Brod había conocido a Esther en las clases de hebrero en que ambos se inscribieron a su llegada a Palestina. Enseguida hubo sintonía entre el recién viudo y los Hoffe, que lo acogieron como de la familia. Esther, 22 años más joven que Brod, se convirtió en su secretaria, y éste en segundo padre de las niñas, a las que cuidaba, leía cuentos y llevaba a los ensayos en el teatro Habima.

El matrimonio Hoffe y Max Brod se hicieron inseparables. Esther pasaba horas en el piso de Brod leyendo, clasificando y preparando los papeles de Max para su edición. Los tres iban juntos a estrenos teatrales, a cafeterías y restaurantes, viajaban al extranjero: «Eran mas felices cuando estaban juntos —recordaba Eva Hoffe1—, mantenían unas relaciones armoniosas, había amor entre mi madre y Max, entre mi padre y mi madre, y entre mi padre y Max». Pronto empezaron las miradas oblicuas, los comentarios sottovoce, el chismorreo: «Y aunque hubiera algo, ¿qué más da? Todos vivían en paz juntos», concluye Eva Hoffe, sobre una relación que más de una de las páginas consultadas para este trabajo dan por mantenida, al hablar de una relación sentimental entre Brod y su secretaria, de un menage à trois, o de un estrecho vínculo más allá de lo profesional.

No ahondaremos ni juzgaremos el asunto, aunque pronto veremos el importante papel de la secretaria en la transmisión de los papeles de Kafka.

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1 Entrevista concedida en 2016 a Ofer Haderet, publicada en el diario Haaretz, 5 agosto 2018.


miércoles, 12 de febrero de 2025

Acotaciones sobre K

 Cuando se trata de Kafka, nada es sencillo. No lo es su literatura, que se presta a muy distintas interpretaciones: existencialista, religiosa, profética, absurda, psicoanalítica… No lo es su ubicación como escritor: en qué historia de la literatura —¿alemana? ¿judía? ¿checa?— lo situamos. No lo es el canon de su producción: ¿Se incluyen las cartas? ¿Los diarios? ¿Las narraciones inacabadas? ¿O solamente lo que publicó en vida? No lo es la concepción de su propia vida. Ni lo fue su relación con las mujeres.


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Kafka es un amante postal, un enamorado —y un seductor— que ama por medio de la escritura. Si no lo escribe, si no lo hace palabra escrita, es incapaz de amar.

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Sin poder comer ni hablar en las últimas semanas de su enfermedad, Kafka acaba transformado en protagonista de sus relatos: un artista del hambre, un artista del silencio.

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Kafka: una vida —una obra— sin hacer.

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No entenderse ni imaginarse a sí mismo si no es escribiendo. Esa era la auténtica enfermedad de Kafka.

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Las diferentes ocupaciones de Karl Rosmann, el protagonista de América —estudiante superocupado en casa de su tío, ascensorista, sirviente...—, muestran la explotación y humillación de los trabajadores en una relación amo-esclavo, la misma frustración y alienación con que Kafka percibía su trabajo en el Instituto de Accidentes Laborales, que lo lastraba física y anímicamente para su trabajo de escritor.

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En los relatos de Kafka, a la inmediata sensación de normalidad se impone enseguida la cara oculta, la antirrealidad, lo onírico, el absurdo, lo inexplicable.

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Franz Kafka solo mantuvo convivencia cotidiana con Dora Diamant. Fue un amante postal: es en sus cartas donde sabe expresar lo que siente por ellas. Las convierte en literatura y sólo desde la literatura es capaz de comprenderlas, de amarlas y mantener con ellas una relación sincera.

Esa conversión de la amada en literatura lleva aparejada su idealización, su platonización, que es el ámbito en que Kafka se siente más vivo, mucho más que en los encuentros personales.

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