miércoles, 28 de febrero de 2024

Lo que permanece lo crean los poetas

Vuela el tren sobre los campos de La Mancha mientras leo unos versos de Friedrich Hölderlin. Son poemas de juventud, que emocionan por la pureza de su aliento romántico, por su arrebatado aspirar a un mundo ideal, armonioso, bello.

De vez en cuando miro por la ventanilla y veo unas hermosas nubes de resplandeciente blancura en el horizonte: un paisaje amplio, luminoso, vivo. En armonía con los versos que voy leyendo. Y siento renacer en mí el impulso, el entusiasmo juvenil el empuje de la tormenta—, la conciencia, también, de este mundo sórdido, materialista, frustrante, que duele, del que sólo es posible escapar con la voluntad de ensueño del poeta.


«¿Por qué moderar el fuego de mi alma
que se abrasa bajo el yugo de esta edad de bronce?
¿Por qué, débiles corazones, querer sacarme
mi elemento de fuego, a mí, que sólo puedo vivir en el combate?» 

Así pregunta el joven poeta a sus juiciosos consejeros en un contundente poema que entroniza al héroe que se rebela ante una ética (o religión) opresora y contradictoria:

«La vida no está dedicada a la muerte,
ni al letargo el dios que inflama».

Es consciente el poeta de la dolorosa herida que supone el vivir «hicieron una quemadura en mi corazón, // pero no lo han consumido», pero lo es también de que, perdida la inocencia de la niñez y de la juventud, despojado del paraíso y de la feliz edad de oro, sólo nos queda la lucha, el sueño:

«Mi siglo es para mí un azote.

Yo aspiro a los campos verdes de la vida
y al cielo del entusiasmo».

viernes, 23 de febrero de 2024

Cosas de hermanos (3)

En la hoja de servicios del tío Pepe en la Guardia Civil, leemos la anotación que ya conocemos correspondiente al año 1936: «Al iniciarse el Glorioso Movimiento Militar Salvador de España, se hallaba este cabo prestando sus servicios en la Comandancia de Almería, su destino, y al quedar aquella provincia en poder de los marxistas, continuó en situación desconocida y en la misma finó el año». Para 1937 y 1938 encontramos la misma nota manuscrita: «Todo el año en la misma situación desconocida en que finó el anterior». Finalmente, las líneas correspondientes a 1939 detallan: «Continúa en su anterior situación. El Señor Primer Jefe de la Comandancia de Almería, en escrito fecha 10 de mayo marginal, participa al Señor Coronel del Tercio que el cabo comprendido en la presente verificó su presentación en Alicante al ser liberada dicha capital por las tropas nacionales».

¿Qué fue del tío Pepe durante los tres años de guerra? En casa conocíamos solamente el episodio del barco, cuando se libró de ser fusilado haciéndose pasar por otro, pero una llamada telefónica de mi hermana y una breve investigación en archivos y estudios históricos me pusieron enseguida, si no sobre sus pasos, sí muy cerca de ellos, aunque pronto pude comprobar que su periplo carcelario era guadianesco.

Ya vimos que ingresó en prisión provisional apenas una semana después del alzamiento, el 24 de julio; lo que no he podido averiguar con exactitud es dónde pasó sus primeras semanas, pero existe una hipótesis razonable que concuerda con la historia del barco.

En los primeros días de la sublevación militar, se organiza en Almería el comité Central Antifascista, formado por hombres de los distintos partidos y organizaciones del Frente Popular, presidido por el socialista Cayetano Martínez Artés. Este Comité Central, que fija su sede en el Casino Cultural, actúa al principio como la máxima autoridad política, por encima incluso del Gobierno Civil, y organiza la represión de los derechistas y afines al golpe militar, bien mediante detenciones oficiales y juicios ante un Tribunal Especial Popular, bien mediante excarcelaciones y ejecuciones inmediatas. En pocas semanas, la prisión de Almería Gachas Colorás se queda pequeña y desde el 27 de septiembre se transforma en prisión de mujeres, mientras los hombres son trasladados a otros lugares. Hay que improvisar cárceles para tantos detenidos. Una de ellas es la capilla del convento de las Adoratrices, en el barrio del Quemadero, donde ingresan los primeros presos el 25 de julio. Otra es el Colegio La Salle, todavía en construcción, en el que se habilitan la planta baja como Cuartel de Milicias y tres amplias salas de la primera planta como prisión. Se recurre también al Ingenio, una antigua fábrica de azúcar Virgen de Montserrat (1885)—, transformada luego en fábrica de productos químicos y ahora en cárcel donde se hacinan en condiciones insalubres religiosos, militares y partidarios de Franco. Finalmente, dos barcos mercantes dedicados al transporte de carbón y de mineral de hierro, atracados en el puerto, se convierten en barcos-prisión: el «Capitán Segarra» y el »Astoy Mendi». Se habla de 500 hombres hacinados en sus bodegas con restos de residuos tóxicos, con la sola ventilación de las escotillas, sin condiciones higiénicas, con calor asfixiante y ambiente nauseabundo, con escasa luz y pésima alimentación. En ambos barcos se hicieron sacas desde mediados de agosto hasta finales de septiembre. El tío Pepe estuvo, sin duda, en uno de esos barcos, sobrevivió a las sacas y sobrevivió a las inmundas bodegas. Todo casa con lo que mi madre nos contaba.

Es muy posible que sus primeras semanas como prisionero las pasara en la cárcel almeriense de «Gachas Colorás» —en las Adoratrices, o en La Salle—, y que una vez desbordada su capacidad pasara a uno de los barcos prisión que ya conocemos, hasta que en fecha desconocida fue trasladado a la prisión del Ingenio. Supongo que este primer tramo de su experiencia carcelaria fue el más duro: decidirse a favor o en contra del golpe militar y traicionar el juramento a la República, la detención, el juicio ante el Tribunal Popular y la condena, la separación de la familia, el temor a morir en una saca, las condiciones deplorables del encarcelamiento, la inactividad y el no saber nada del exterior castigarían duramente el ánimo de aquel manchego de 29 años, de marcado temple e instinto de supervivencia que no estaba dispuesto a caer fusilado o muerto de hambre a las primeras de cambio.

El segundo tramo de encarcelamiento, cuando lo sacan del barco prisión, debió liberarlo de miedos, procurarle un cierto optimismo, un alivio al menos, después de su paso por la nauseabunda y oscura bodega del barco. Se sabe, y está documentado, que presos del «Astoy Mendi» —¿uno de ellos el tío Pepe?— fueron trasladados a la prisión del Ingenio a partir del 6 de noviembre de 1936, y podemos afirmar, porque está documentado, que en su periplo carcelario, ingresó en la Prisión Provincial de Almería el 8 de mayo de 1937, procedente... ¡de la Prisión del Ingenio!, como leemos en su expediente procesal: «Ingresa en esta prisión, procedente de la Prisión del Ingenio, entregado por fuerza de la GNR, en concepto de penado a disposición». Pasó ocho meses en la antigua Prisión Provincial de Almería, hasta el 27 de diciembre, en que lo trasladan al Campo de Trabajo de Totana (Murcia).

Este campo fue el primero creado por el gobierno republicano. Formaba parte del proyecto del ministro de Justicia, el cenetista Juan García Oliver, que pretendía renovar la política penitenciaria y aprovechar la mano de obra de los condenados por los Tribunales Especiales Populares y los Jurados de Urgencia, por conspiración o por desafección al régimen. En lugar de pelotas, calcetines y otras menudencias, los penados trabajarían en obras de utilidad pública: canales de riego, ferrocarriles, carreteras, instalaciones de agua potable, repoblación forestal, escuelas, granjas agrícolas…

Publicado a finales de diciembre de 1936 el decreto de creación de dichos campos, el de Totana estaba listo a finales de abril de 1937, y el 5 de mayo los primeros condenados cruzaron sus puertas, sobre las que campaba el lema: «Trabaja y no pierdas la esperanza». Para las principales dependencias del campo se había aprovechado el convento y el colegio de los Capuchinos, que lo habían abandonado en los primeros días de guerra. Los informes de este campo destacan sus buenas costumbres y su adecuada conducta.

Venturosas me las aventuraba cuando localicé el historial penitenciario del tío Pepe, ya que leí con precipitación y supuse que estando él en Totana acabó la guerra civil. Salvo las circunstancias del viaje final hasta Alicante, que no se menciona en ningún documento, el periplo carcelario parecía cerrarse en aquel convento capuchino, donde los penados trabajaban en la traída del agua para la población y en la construcción de una carretera local. Pero no fue así.

En la sección «Vicisitudes penales y penitenciarias» de su expediente en el campo de trabajo, leemos el siguiente apunte, fechado el 16 de mayo de 1938: «Por resolución del Tribunal sentenciador […] se dispone que este interno pase destinado al Batallón disciplinario n.º 2 de Trabajo, afecto al Ejército de Extremadura». Días más tarde, el 27 de mayo, el tío Pepe es entregado a las fuerzas de asalto, que lo conducen hasta Almadén y lo ponen a disposición del jefe del batallón disciplinario. ¡Otro bandazo de la maldita guerra! Otro golpe en la moral, otra dramática incertidumbre. Nos adentramos así en el tercer tramo del recorrido penal, como el Guadiana, el tío Pepe desaparece durante diez meses, hasta que se presenta a sus superiores en Alicante.


jueves, 22 de febrero de 2024

18 de febrero

Nací con el frío una ola blanqueaba Europa y con el miedo al comunismo, que amenazaba al mundo con la bomba atómica y con la bomba H. Nací con Franco la leyenda asegura que mientras desayunaba firmando sentencias de muerte. Del Pardo habían salido nuevos nombramientos, simples cambios de guardia en la transmisión del mando, según declaraba la prensa del Movimiento. Nací con los camisas azules acrisolada lealtad al régimen, fidelidad a los principios del 18 de julio, insobornable honestidad, espíritu combativo, indiscutible eficiencia, con el «Cara al sol» a diario, con la enciclopedia Álvarez y el catecismo de la doctrina cristiana, con viejos pupitres manchados de tinta y con los bidones de leche en polvo. Nací en los días de fastos inaugurales del Córdoba Palace, aquella nueva joya de la hostelería cordobesa, construida y confortablemente equipada en el corto plazo de un año y dos días. Nací con Manolete muerto, pero con la sombra triste de doña Angustias en aquella casa de mármol blanco junto al jardín de las palomas: mi madre nos hablaba de Linares, de Islero, del gentío que asistió al entierro y de la avioneta que arrojaba flores. Nací con la televisión en blanco y negro desde el Paseo de La Habana. El rojo sólo se veía en la bandera, en la casulla de los curas y en las plazas de toros.

Tiempos de guerra ya sabemos del contubernio estadounidense-israelí en Oriente Medio, de revolución en Argentina y Perú. De segregación racial, cuando las autoridades académicas, secundadas por una mayoría de estudiantes blancos, expulsaron de la Universidad de Alabama a la estudiante negra Juanita Lucy. Días, en fin, de guerra fría, en que los cordobeses pudieron entretenerse en el Palacio del Cine con El Piyayo, la obra póstuma del popular actor Valeriano León; con las aventuras de tres monjas y un taxista Un día perdido para encontrar a los padres de un niño abandonado en una cesta, que se proyectaba en el Duque de Rivas; con la comedia francesa Americanos en Montecarlo, en el Alkázar; en la sesión continua Falsa obsesióndel Gran Teatro, con Michèle Morgan y Raf Vallone en grandioso technicolor, con alguno de los dos pases de Cerco de odio en el Góngora; pero si preferían cines de barrio pudieron elegir el Séneca, de la barriada Fray Albino, y el Magdalena, en el barrio del mismo nombre, para ver a Gary Cooper, Richard Widmark y Susan Hayward en El jardín del diablo, o el programa doble La mujer y el monstruo, Perseguido del cine Iris, en San Lorenzo.

Aquel domingo, 18 de febrero, a las siete y media de la tarde pronunciaba el poeta y académico Ricardo Molina en la sede de la Real Academia de Córdoba su tercera conferencia sobre el escritor cordobés Dionisio Solís, que vivió a caballo entre el XVIII y el XIX. Nadie podía imaginar que el hilo del tiempo y del azar volviera a conectarme con aquel poeta, fundador del grupo «Cántico», muchos años después, cuando descubrí sus versos, y luego cuando en mi memoria de investigación del doctorado recuperé y analicé sus artículos periodísticos.

Esa misma tarde, el reverendísimo obispo fray Albino asistió en la iglesia de la Compañía a la misa que cerraba el solemne triduo ofrecido por la Congregación Mariana a su fundador, el beato Marcelino de Champagnat. Ya por la noche, en el Hogar Juvenil San Fernando, hubo junta general de la Legión de Guías y Cadetes del Frente de Juventudes para debatir sobre la consigna de la semana: «Fe y lealtad al mando y perseverancia en el servicio».

Por lo demás, en el escalafón taurino mandaban los dos Antonios, Bienvenida y Ordóñez, y los caballeros rejoneadores Carlos Arruza y Ángel Peralta. A Jaime Ostos, Malaver, Julio Aparicio, Joaquín Bernadó, y los novilleros Victoriano Valencia, y Chamaco les quedaban todavía unas temporadas para cuajar.

Sí, circunstancias.


viernes, 16 de febrero de 2024

40 Una vez más

 Allá en las nubes de la lejanía empieza a fraguar el oro mientras van recortándose limpias las siluetas de las casas y de los cipreses del cementerio. Y poblándose de cantos los cables y las antenas.

Se va quedando sin luz la tarde en un hermoso acabarse, como cuentan del majestuoso cisne y su dulce irse.

Una vez más asistes al prodigio y te preguntas cómo revelar la belleza de este momento que hace nacer en ti la emoción más pura y honda, que te lleva sin saber por qué a tu niñez más plena, y quisieras hundir tus manos en el venero claro de las palabras y colmar este anochecer de febrero con el silbo de los tordos, con el timbreo de la alondra acurrucada en el sembrado, con la hermosa luz del día que se va y perdura en estas líneas.


martes, 13 de febrero de 2024

Cosas de hermanos (2)

 «En Berja, el alcalde ordenó al comandante del puesto de la guardia civil que entregara las armas a los milicianos y éste los ahuyentó a tiros; el día 22, el teniente jefe de la línea les ordenó que con los de Dalías se concentraran en El Ejido».

Es evidente que estas líneas nos remiten a la provincia de Almería ‒allí nos llevan los topónimos: Berja, Dalías, El Ejido‒, y que aluden a un episodio de la guerra civil. Puede, aunque no cabe ahora adentrarse en investigaciones lexicográficas, que la palabra “milicianos” se haya usado en nuestra lengua en otros momentos históricos, pero el más reciente, el que comúnmente asociamos hoy con ella es el de aquella guerra provocada por un alzamiento militar contra la II República Española. Los milicianos y milicianas la defendieron a muerte, pero los rebeldes lograron la victoria. Tampoco vamos a entretenernos aquí.

La situación no es baladí, y por nada quisiera uno verse en ella. A guerra pasada, las decisiones son fáciles. Yo, que soy de izquierdas y abomino de la monarquía… Pues yo defiendo a Franco y su alzamiento salvador. Qué lógico todo, ¿verdad?

Pero no estábamos allí. No éramos ninguno de los personajes protagonistas del episodio: ni el alcalde de Berja, ni el comandante del puesto, ni los guardias, ni el teniente, ni los milicianos. Somos gentes del presente, de los años 20 del siglo XXI, que leemos sobre un episodio bélico de hace casi noventa años, sobre unos hechos de sobra conocidos porque se repitieron en toda la geografía del país.

El 17 de julio de 1936 comienza en Melilla un golpe de estado militar que rápidamente se extiende a la península y provoca el enfrentamiento armado entre las fuerzas leales a la República y las rebeldes. Hubo que tomar bando: jornaleros, médicos y abogados, periodistas, herreros y zapateros, horteras, mozos de estación y maquinistas, costureras, secretarias, estudiantes, terratenientes, alcaldes, secretarios de ayuntamiento, comerciantes, panaderos, maestras y maestros, frailes, sacerdotes, monjas, oficinistas, militares, políticos, sastres, diplomáticos, bibliotecarias, empresarios, marinos, toreros y deportistas, dependientas, gentes del arte y la farándula, músicos, profesores universitarios, adolescentes y jóvenes sin oficio, albañiles, obreras y obreros, camareros, fotógrafos, carteristas, impresores, telefonistas, reclutas y generales. Antes o después, todos los españoles, mujeres y hombres, tuvieron que elegir.

Y eso hicieron los protagonistas de nuestro párrafo inicial. Tomó su decisión el alcalde, que permaneció leal a las autoridades republicanas y pidió armas para el pueblo. Tomó la suya el comandante del puesto de la guardia civil, que ignoró la orden del alcalde y además mandó recibir a tiros a los hombres que se acercaron al cuartel en busca de armas. Decidieron los guardias, al secundar la orden de su superior. Y cada uno de los milicianos. Tomó también su decisión el teniente al ordenar a las fuerzas de Berja y de Dalías que se concentraran en El Ejido.

Las decisiones tomadas por estos hombres en Berja en aquellos calurosos y convulsos días de julio de 1936 marcarían el resto de sus vidas. Estamos ante unos hechos concretos que ganan rigor histórico, viveza y dramatismo, cuando conocemos el nombre y condición de sus protagonistas. Sabemos del nombre del alcalde, Francisco Sánchez Sánchez, a quien sus convecinos llamaban El Espiritista; miembro de la UGT, fue detenido al finalizar la guerra, sometido a consejo de guerra y fusilado en Berja el 1 de julio de 1939; tenía 50 años. Sabemos también el nombre de los guardias ‒Diego Moya Villegas, Francisco Manzano González, Encarnación Peña Vera, Federico Alonso Hidalgo, Juan Lupiáñez García, Francisco Pérez González, Luis Lupiáñez Estévez‒ que recibieron con hostilidad a los milicianos, y puede rastrearse el curso de sus vidas, su currículum, en ensayos históricos, en sumarios judiciales y en los expedientes individuales obrantes en el archivo histórico de la Guardia Civil; conocemos el nombre del teniente, Antonio Ruiz Román, aunque no el de los milicianos. Y conocemos también el nombre del cabo, José Zarco Castillo, el tío Pepe.

Como ya sabemos, las decisiones tomadas por el tío Pepe aquellos confusos primeros días de guerra lo llevaron a ser detenido el 24 de julio por una patrulla de la Guardia de Asalto llegada en camión desde Almería, enviada por el gobernador civil. Pero nada de esto se contaba en mi casa, no sé si por olvido, por desconocimiento, o porque no interesaban los detalles. Solo el meollo, que el tío Pepe estuvo en un barco prisión y que se libró de ser fusilado haciéndose pasar por otro cuando a él lo nombraron para una saca: ¡¿Cuántas veces vais a fusilar a X?! Ya os lo llevasteis el otro día.

Esos detalles ‒el nombre de los guardias a su cargo, el del teniente, el del alcalde, los días exactos, el tiroteo, la fecha de la detención‒ precisan y concretan una historia oída muchas veces, hacen más viva su representación mental. Subrayan también la distancia entre el niño que oía en boca de su madre aquellas historias de la guerra, que abría los ojos de asombro ante la figura legendaria del tío Pepe, al que admiraba por su valentía, de quien recibía en las visitas el afecto de un abrazo o de un beso en la mejilla, pero ante el que sentía un temeroso respeto por aquel andar enhiesto, por aquella forma tajante de hablar, por aquella voz cavernosa que le subía desde el estómago, y entre el hombre de hoy que sabe cuántos como el tío Pepe, en aquellos nefastos días de julio, tomaron la decisión de sumarse a los militares rebeldes para derrocar la República y hacerla desaparecer. 


jueves, 8 de febrero de 2024

Resistencia

Días atrás recibí en el móvil el enlace a un artículo del periodista Justo Barranco titulado «Llega la izquierda anti-woke», que trata sobre la llamada izquierda woke, esa izquierda tribal, no ecuménica, que ha encumbrado el victimismo individual, antes que la lucha y la superación colectiva; esa izquierda tan centrada en la identidad de género, y tan narcisista, que se ha olvidado de la Ilustración, de las libertades para todos y de la justicia social; esa izquierda, en fin, que se considera moralmente superior a todas las izquierdas y enarbola airadamente, como la extrema derecha, el conmigo o contra mí y la cultura de la cancelación (retirar el apoyo, ya sea moral, financiero, digital e incluso social, a aquellas personas u organizaciones que se consideran inadmisibles, como consecuencia de determinados comentarios o acciones, independientemente de la veracidad o falsedad de estos, o porque esas personas o instituciones transgreden ciertas expectativas que sobre ellas había, wikipedia dixit). Lo woke es la radicalización de grupos de izquierdas que se mueven por intereses exclusivos ‒animalismo, especismo, feminismos radicales, ciertas corrientes veganas, activismo climático‒, minoritarios hoy dentro de la mayoría social de izquierdas, es decir, una izquierda radical centrada en objetivos muy específicos, que la mayoría de la izquierda “tradicional” considera secundarios con respecto a otros de mayor alcance social.

Izquierda “woke”. Otro anglicismo, hijo de wake (‘despertar’), que a finales de los años 30 cristalizó en Estados Unidos en la expresión Stay woke: mantente despierto, sé consciente de lo que pasa a tu alrededor, date cuenta, toma nota del racismo imperante en tu país. Sí, la expresión era una alerta, un llamado al compromiso individual, y colectivo, contra la discriminación racial. La palabra amplió luego su carga semántica para referirse también a cualquier persona concienciada de otras situaciones de desigualdad, como las relacionadas con la orientación sexual, y a finales de la década de 2010, eran wokes los movimientos y partidos progresistas de izquierda que hacían hincapié en las políticas identitarias de las personas LGTB. La corriente woke cristalizó en colectivos elitistas y pretenciosos, que rechazan “los valores universales y las reglas neutrales, como la libertad de expresión y la igualdad de oportunidades”1. Según la filósofa Susan Neiman, los wokes, disfrazados de progresistas, defienden el tribalismo en lugar de la solidaridad, no creen en la justicia, sino en el poder, son reaccionarios y favorecen a la derecha.

Ya en los 20, woke empezó a utilizarse con sentido irónico hasta que asumió connotaciones puramente negativas en boca de la derecha y la ultraderecha ‒esa que vota a Trump y asalta el Capitolio, esa que alienta a Marine Le Pen, esa que reza rosarios en la calle Ferraz y jalea los manotazos de Ortega Smith, la que estrecha la mano de Netanyahu y de Putin‒, que arrojan la palabra como dardo peyorativo contra el enemigo común de la izquierda. La derecha, experta en la perversión del lenguaje, y de la realidad, ha intervenido en la mentalidad de los hablantes maliciando la semántica del término, que hoy tiene la misma intención insultante y menospreciadora que perroflauta.

En nuestro país, en nuestro idioma, la derecha, valiéndose de su hegemonía en los medios de comunicación, propició un proceso idéntico de desprestigio y caricaturización con la palabra progre. Creado en los años 70 como apócope de ‘progresista’, el progre de los últimos años de la dictadura y de la Transición se ubicaba políticamente en la izquierda, defendía la igualdad mujer hombre, era amante de la canción protesta y del rock, del cine social y de la literatura engagée, se consideraba heredero del Mayo francés, veía posible una transformación social por medio de la política y la cultura, soñaba un mundo más limpio y más justo, y votaba por un futuro de bienestar colectivo.

El progre de antaño, si bien ha visto cumplidas ciertas expectativas ‒consolidación de la democracia, divorcio, laicismo de la vida pública…‒, sigue hoy enfrentado ideológicamente a una derecha y a una extrema derecha que quieren dinamitar las bases democráticas de nuestro sistema con políticas de inmigración intolerantes y represivas, con el desmantelamiento de lo público ‒enseñanza, salud, vivienda, pensiones, desempleo, salario mínimo…‒, con la explotación insensata de los recursos naturales, con políticas de desigualdad y discriminación por género, con censura o prohibición de expresiones artísticas críticas con el poder, con el control de los diferentes medios de comunicación, con circuitos de clientelismo y corrupción institucional. Supongo que nadie democráticamente sensato defenderá estas políticas, sin embargo, las bocas derechistas han cargado el término progre de connotaciones negativas y lo lanzan peyorativamente como descalificación absoluta de quien no es de su cuerda.

Progre, woke. Revelan estas dos palabras actitudes sociales positivas, pues alertan contra la manipulación, contra el populismo, contra el peligro de la derecha y la ultraderecha en el poder, y sintonizan ideológicamente con unos valores conocidos por todos pero no respetados por muchos: libertad, igualdad, fraternidad.

Ante esa distorsión de la realidad, y del lenguaje, sólo caben cuatro palabras: Stay woke, sé progre.

1Cristian Zamorano Guzmán, «Qué es lo woke», en CIPER 16, 02.11. 2023.