Contamos también con testimonios
de tres asistentes al acto: Eugenio Vegas Latapié, consejero nacional de
Falange, José Pérez Villamil, psiquiatra de Millán Astray, y Emilio Salcedo,
periodista del diario salmantino
La
Gaceta Regional, que ofrece la versión más completa y ajustada a la realidad.
Los tres pueden leerse como anexo al ensayo que Severiano Delgado Cruz,
bibliotecario de la salmantina, publicó en internet el 8 de mayo de este 2018,
«Arqueología de un mito: el acto del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de
la Universidad de Salamanca». El objetivo de este trabajo es doble: insistir en
que es imposible saber la literalidad del discurso improvisado de Unamuno, que
fue radiado, como los demás discursos, pero no grabado; y advertir de la
naturaleza literaria del texto de Luis Portillo, y por ello, de la inclusión de
elementos ficticios que confieren dramatismo al cruce verbal entre Unamuno y
Millán Astray: “Para escribir su «Unamuno’s Last Lecture», Luis Portillo
,
que escribía de memoria, utilizó la mayor parte de estos elementos y los
reorganizó […] para montar una escena de teatro litúrgico, en la que no
pretendía reproducir el acto del 12 de octubre, sino armar un combate entre el
Bien y el Mal. Pero ese relato, sacado de su contexto y popularizado por Hugh
Thomas, ha tenido como consecuencia que todavía en nuestros días se siga
considerando el discurso de Unamuno escrito por Luis Portillo como palabras
textuales del rector de Salamanca”.
El texto de Severiano Delgado provocó que
algunos revisionistas con mala intención y ánimo de sembrar confusión
aprovecharan que el Pisuerga pasa por Valladolid para escribir titulares, y
artículos, tendenciosos. El ABC del 8
de mayo pasado destacaba: «Venceréis pero
no convenceréis: desvelan la mentira del enfrentamiento entre Unamuno y
Millán Astray». El lector Juan Manuel
Riesgo en carta del 24 de mayo al director de El País afirma taxativo: “al final del acto Unamuno se despidió
cortésmente de Millán-Astray, lo que demuestra que no hubo incidente entre
ellos”. En La Gaceta (La
información alternativa) del 24 de
febrero de 2017, después del título
—«Los documentos que muestran la falsedad. La mentira del enfrentamiento
entre Unamuno y Millán Astray en Salamanca»— leemos: “La tradición
historiográfica de la izquierda lleva ochenta años repitiendo la mentira del
enfrentamiento entre el rector de la universidad de Salamanca en 1936, Miguel
de Unamuno, y el fundador de la Legión, el general Millán Astray”. Los
hispanistas franceses Colette y Jean-Claude
Rabaté, recopilan algunos más de estos titulares negacionistas: La gran mentira del 35. Un discurso
inventado. Unamuno con Astray, no en contra. Astray tendió la mano a Unamuno.
Unamuno y Millán Astray: fake…
Tras la muerte de Unamuno, el 31
de diciembre de 1936, aparecieron en la prensa española y francesa crónicas,
artículos y entrevistas que recordaban el acto en el paraninfo. Sin ánimo de
exhaustividad ofrecemos al lector interesado una selección de aquellos textos
,
al tiempo que lo remitimos a las biografías de Unamuno escritas por Emilio
Salcedo, Luciano G. Egido, Colette y Jean-Claude Rabaté, Jon Juaristi.
De momento no hay una versión
incontestable de lo dicho literalmente por don Miguel en el paraninfo. Sí
podemos afirmar que sus palabras de protesta y denuncia provocaron los gritos
contra los intelectuales del general y su destitución como rector.
Unamuno, recordémoslo ahora,
acogió con esperanza el golpe militar y el inicio de la guerra: creía que los
generales salvarían la República española, y con ella la civilización
occidental, de la invasión comunista. Sí, quien había denunciado una y otra vez
desde la prensa la corrupción moral de Alfonso XIII, la brutalidad y la torpeza
de la dictadura, quien fue desterrado por Primo de Rivera en febrero de 1924 a
la isla de Fuerteventura y permaneció exilado en Francia hasta 1930, quien se
presentó y resultó elegido concejal independiente republicano del ayuntamiento
de Salamanca en las municipales de 1931, quien proclamó la República en la Casa
del Pueblo de esa ciudad y aceptó la presidencia del Consejo de Instrucción
Pública en el primer gobierno de Alcalá Zamora, saludó a la romana a las tropas
golpistas que tomaron Salamanca el 19 de julio de 1936. A causa de esta notable
defección, el gobierno republicano lo destituye de sus cargos, empleo y sueldo
un mes más tarde, el 22 de agosto, pero el 1 de septiembre, la Junta de Burgos
lo restituye.
En los primeros días de guerra,
Unamuno hace varias declaraciones coincidentes sobre el papel de España, y de
los militares, en la cultura europea. Así, en su discurso al aceptar el cargo
de concejal del ayuntamiento franquista de Salamanca, el 25 de julio, afirma:
“Hay que salvar la civilización occidental, la civilización cristiana tan
seriamente amenazada”.
Pero pronto aparece la barbarie: el
24 de julio es cesado en la rectoría Salvador Vila Hernández; el 29 de julio,
los “señoritos de Valladolid” asesinan en la carretera a Casto Prieto y José
Manso; el 1 de agosto es detenido Atilano Coco, pastor protestante; unos días
más tarde, el médico Filiberto Villalobos; todos amigos suyos. Se suceden encarcelamientos
injustificados y ejecuciones sumarias. Unamuno, además, está más que preocupado
por sus hijos: Fernando y Pablo, aislados en
Palencia y en Zamora; de José, Ramón, y de su yerno y secretario, José
María, que están en Madrid, no sabe nada desde el 18 de julio.
“En aquellos momentos —escribe
Blanco Prieto
—
Salamanca era una ciudad tomada por los militares, falangistas y guardia
cívica, donde la represión ordenada por Mola para evitar cualquier intento de
respuesta a la sublevación, era inmisericorde y brutal”. En aquella España
desgarrada por la guerra, Unamuno acaba repartiendo responsabilidades y mandobles
a uno y otro lado, como se aprecia en la carta a Lorenzo Giusso, escrita el 21
de noviembre, pero que recoge una opinión que Unamuno ya debía tener formada antes
del 12 de octubre: “Todo lo que se diga de la salvajería de las hordas llamadas
rojas o marxistas (??) es poco, pero y la de los otros. Tan salvajes como los
hunos son los
hotros, en esta guerra sin cuartel, sin piedad, sin humanidad y sin
justicia. De un lado, criminales vulgares, expresidiarios, degenerados sin
ideología alguna, y del otro lado... Y es que lo de España es una enfermedad
mental colectiva, una epidemia frenopática, una especie de parálisis general
progresiva, y no sin cierta base somática. Es el régimen de terror por las dos
partes. España está asustada de sí misma, horrorizada. Ha brotado toda la lepra
católica y anticatólica. Aúllan y piden sangre
hunos y
hotros”.
En ese ambiente y circunstancias
llega el 12 de octubre y la celebración del día de la Raza. Poco antes de las
doce de la mañana, el vicerrector de la Universidad, Esteban Madruga, recoge al
escritor en su casa de la calle Bordadores para acompañarlo al acto académico
en el paraninfo. De camino le cuenta cómo ha ido el acto religioso en la
catedral y le hace prometer que se limitará a abrir y cerrar oficialmente el
acto, que no intervendrá como orador. Tras reestructurarse la mesa presidencial
por el retraso de doña Carmen Polo, don Miguel declara abierto el acto en
nombre del Jefe del Estado y comienzan los discursos. Cuando el primer orador,
Ramos Loscertales, alude a la anti-España que representan vascos y catalanes
separatistas, más de uno observa cómo el rector saca de su bolsillo un papel y
comienza a hacer anotaciones con un lápiz. Una vez acabados los discursos, don
Miguel se levanta, con el papel en la mano, y comienza a hablar, “con la voz
más velada a incisiva que nunca, con aire de indignación, rompe el silencio que
se ha cernido sobre el atestado Paraninfo”.
Ya sabemos que aquellas palabras
no se grabaron. Hemos comprobado también que la memoria es caprichosa, o
sospechosamente selectiva, o interesada. No hay manera de citar literalmente
las palabras del maestro. ¿Utilizó el infinitivo argumental, Vencer no es convencer? ¿La perífrasis
modal de posibilidad, Podréis vencer pero
no podréis convencer? ¿O el más directo y provocador futuro imperfecto de
indicativo, Venceréis pero no
convenceréis?
Pero, leído lo leído, creo que sí
podemos hacernos una idea muy aproximada de las palabras de Unamuno, de aquel
duelo entre la razón y la sinrazón, entre la dialéctica y las armas, entre la
compasión y la sangre derramada. A pesar de sus bandazos ideológicos, don
Miguel tuvo un gesto último de dignidad, y de valentía personal, qué duda cabe,
nos dio su última lección al condenar los métodos fascistas, la misma que
hubiera dado a los miembros del gobierno republicano si hubiera tenido ocasión.
Me imagino la mirada atónita de muchos, el nerviosismo de doña Carmen Polo, que
no llegó a desmayarse, pero sí debió de inquietarse por lo que allí se estaba
diciendo, la rabia de Millán Astray y sus gritos violentos, los murmullos de
desaprobación de algunos profesores, los gritos nacionalistas entre el público,
la imagen pétrea, elegante, de don Miguel, ajeno a los vivas y a los arribas, a
los abucheos y a los insultos, a las amenazas…
Sí, una pena que no se grabara
aquel discurso…, pero una suerte que don Miguel sacara aquella cuartilla del
bolsillo de su chaqueta y comenzara a apuntar, porque ese papel sí que se ha
conservado. Era el reverso de la carta que días atrás le había escrito
Enriqueta Carbonell, la esposa del pastor Atilano Coco, diciéndole que su
marido estaba detenido bajo acusación de “masón” y rogándole a Unamuno que se
interesara ante las autoridades franquistas por su amigo, que finalmente sería
fusilado el 9 de diciembre.
En el reverso de esa carta, escrito
a lápiz encontramos el guion del improvisado discurso de Unamuno. Léalo el
lector paciente, cáselo con lo anteriormente leído, y piense en la verdad que contiene.